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Junio 13, 2000
Coleros profesionales
Vicente Escobal, Especial para Lux Info Press
LA HABANA, junio - La cola es una de los muchos vocablos que mayores interpretaciones conceden los diccionarios de la lengua española: prolongación de la espina dorsal en los cuadrúpedos, plumas de las aves en la rabadilla, una especie de planta, último lugar en una
clasificación, y, entre otras, hilera de personas. Tal vez los diccionarios del futuro la describa también como inseparable aliada de los cubanos en la segunda mitad del siglo XX y principios del XXI.
La cola es el lugar donde casi siempre aparece un último: "Yo soy el último; ¿Usted es el último?; ¿quién es el último?; el último es aquel señor de la brillante calva." ¿Será acaso esa constante sensación de
saberse el último la que ha dañado severamente la autoestima de los cubanos? Pero junto a la cola y como un subproducto de la ingeniosa y proverbial picardía criolla, han ido apareciendo los coleros. El colero, con el profesionalismo y rigor del oficio, ocupa invariablemente
uno de los primeros puestos en la cola, desafiando la lluvia, el frío, el sol, o los ataques de quienes con patriótico estoicismo se levantan a las dos de la madrugada, o no duermen, para ocupar, si no el primero, al menos un lugar privilegiado.
Los coleros profesionales aparecen donde quiera que se organice una cola, que es lo mismo que decir en cualquier parte. Se les ve por los alrededores de las terminales de ómnibus y ferrocarriles, las agencias de Cubana de Aviación, los estanquillos de periódicos, las
oficinas de Inmigración y hasta en la Sección de Intereses de los Estados Unidos en La Habana, dispuestos a evitarle al potencial emigrante la fatigosa espera de una visa que puede prolongarse por espacio de hasta 15 ó 20 días. Un amigo me aseguró que el otro día
un colero profesional andaba rondando el cementerio de Colon, por si acaso.
Las tarifas impuestas por los coleros dependen de las complejidades del trámite, la ingenuidad, las necesidades o la urgencia de quienes no pueden o sencillamente no quieren sentirse el último. Los coleros tienen su especial modo de operar. Casi todos poseen una peculiar intuición
nacida de la experiencia en el provechoso negocio. Reconocen con sólo una mirada al eventual cliente, al que una vez identificado se le
acercan mostrando su más cálida y fraternal sonrisa: "¿Usted está en la cola?" Si la respuesta es positiva, entonces el colero se enfrasca en una detallada explicación: que si él reservó un turno para un pariente que no llegó, que
se cansó de esperar, que él tiene un amigo que ya resolvió y otras altruistas opciones que el colero sabe extraer de su inagotable repertorio.
Todo se trata indudablemente del monopolio de las colas. La pasada semana un médico residente en la ciudad de Manzanillo que necesitaba viajar hacia La Habana, se dirigió al gerente de la terminal de ómnibus para quejarse por el asedio de los coleros, porque hay lugares
donde son hasta desagradables y agresivos. El gerente le manifestó que ése era un asunto de la policía y la policía le indicó que ése era un problema del administrador de la terminal. Era como si estuviera en presencia del cuento de "La Buena Pipa",
dijo el galeno, quien finalmente tuvo que pagarle 40 pesos a un colero para poder llegar felizmente a su destino.
Si la clase gobernante cubana tuviese las urgencias y carencias de las llamadas gentes de a pie, muchas colas y coleros podrían hasta desaparecer. En otras palabras, los cubanos podrían sentirse menos últimos.
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