¿Por quién
doblan las campanas?
Cuba y las campanadas
del cambio en el Día de la Virgen
de la Caridad del Cobre, Patrona Nacional.
José Conrado, Santiago de
Cuba. Publicado en Encuentro
en La Red, 14 de septiembre de 2005.
Me atrevo a pedirle prestado el título
de su conocido libro a Ernest Hemingway,
en razón de sus vínculos sentimentales
con la Virgen de la Caridad, a quien en
su momento quiso regalar la medalla del
Premio Nobel que le otorgaron en 1954.
La víspera de este 8 de septiembre,
fiesta de la Virgen de la Caridad, fueron
bendecidas las nuevas campanas de la Basílica
Santuario de Nuestra Señora de la
Caridad del Cobre. Regalo del Papa, las
campanas llegaron a Cuba a través
de la generosidad de la Casa Generalicia
de los Padres Salecianos de Roma, en su
Departamento de Misiones. Es un juego de
seis campanas, de diverso tamaño,
que tocan a través de un sistema
de relojería, para ser más
exactos, por un sistema computarizado. Esto
es un carillón (cuya definición,
según el Diccionario enciclopédico
U.T.E.H.A., es "juego de campanas en
número variable, instalado en una
torre o campanario, que se hace sonar por
medio de un teclado o mecanismo de relojería
)
Las viejas campanas de El Cobre sonarán
en otras iglesias de la diócesis
o se exhibirán a los peregrinos en
la Basílica Santuario de Nuestra
Señora. Alguna quizás pasará
al Museo Arquidiocesano de la Catedral santiaguera.
Esas viejas campanas han sonado a lo largo
de varios siglos en el templo más
emblemático de Cuba, el que convoca
a mayor devoción y tiene un significado
más universal, y al mismo tiempo,
más típicamente nacional.
El templo de María, la casa de todos.
El mejor sonido
¿Por qué y por quién
doblan las campanas?, nos pudiéramos
preguntar. En el pasado, las campanas convocaron
a los fieles para la oración. Eran
la voz de Dios, nos decían de niños,
que nos llama al culto, a la catequesis,
al encuentro con los hermanos, y a que todos
nos encontremos con nuestro padre Dios.
Estas campanas convocaron a los cobreros
en aquella fecha memorable en que celebraron
su recién conquistada libertad. Después
de más de cien años de apalencamientos
y luchas, lo mismo jurídicas y diplomáticas
que con el machete en la mano, hasta que
al fin les fue reconocida su libertad por
el mismísimo Rey de España.
Y el párroco, que con ellos había
luchado, y por ellos, les leyó las
actas de libertad frente al Santuario, a
los pies de la Virgen y al sonido de las
campanas repicantes. Porque nunca suenan
mejor las campanas como cuando convocan
y proclaman la libertad.
Y sonaron esas campanas en aquella mañana
de soles en la que el recién estrenado
presidente de la recién proclamada
República en Armas, Carlos Manuel
de Céspedes, fue a rendirle honores
a la Virgen de la Caridad, con solemne Te
Deum, banderas desplegadas y campanas al
vuelo.
Y sonaron las campanas en aquella misa
convocada por el Ejército Mambí,
cuando el general Shafter no permitió
que las tropas de Calixto García
entraran en Santiago tras la derrota de
los españoles, para la firma del
armisticio bajo la Ceiba centenaria que
hace sólo cinco años cayó,
como de un rayo, tras larga enfermedad desatendida.
Allí, a los pies de la Virgen, con
Jesús Rabí como representante
de Calixto García, se proclamó
la libertad de Cuba, a lo mambí,
bajo el tronar de las campanas y en la casa
de la madre común.
Esas campanas han replicado en la elección
de cada Papa, en la proclamación
de cada nuevo obispo o arzobispo de Santiago,
en las fiestas religiosas y en los grandes
eventos de la patria: a la caída
de los tiranos y a la proclamación
de una nueva etapa de libertad y esperanza.
Esas campanas han sonado a difuntos, cuando
ha muerto alguno de aquellos, los más
humildes hijos del pueblo, y también
cuando han muerto aquellos mismos obispos
por cuyo nombramiento repicaron, o por los
Papas en cuya elección se echaron
a volar. Muerte y vida, alegrías
y sufrimientos, suerte y desgracias tomaron
voz a través de las campanas: como
cuando tocaron "a rebato" ante
el peligro de un siniestro o el pavor de
algún temblor de tierra.
Las campanas que Cuba quiere oír
El pueblo acaba reconociendo la cantarina
voz de sus campanas. En esa sonora contraseña
reciben la primera noticia, la que le llega
sin palabra, la que le alerta o le despierta,
le convoca y le levanta. Con esas campanas
aprende a reír y a llorar, a despedir
un año y recibir otro. A despedirse
de los suyos y a enterrar a sus muertos.
No es banal celebrar este cambio de campanas
en la Basílica Santuario de la Virgen.
No es casual. Cuba quiere oír nuevas
campanas que le anuncien salvación,
esperanza, libertad. Los cubanos quieren
oír las "campanadas del cambio".
El viejo arzobispo Pérez Serantes
lo había anunciado proféticamente
en aquella carta de los primeros sesenta:
"Ni Washington ni Moscú".
Cuba no debe buscar su futuro ni con los
"carillones del Krenlim", ni con
la campana americana, la vieja campana de
la libertad, que por cierto, no está
en Washington, sino en Filadelfia.
Las nuevas campanas del Santuario vienen
de Roma, la ciudad símbolo de la
fe, la ciudad que representa los valores
espirituales de la fe y del amor: la "Ciudad
Eterna", no porque esté fuera
del tiempo, sino porque nos recuerda que
no sólo somos hijos del tiempo, sino
ciudadanos de la eternidad. Y las envía
ese "jefe de Estado" que le hizo
exclamar a Stalin: "¿El Papa,
y cuántas divisiones tiene su ejército
para que tengamos que contar con l?",
en respuesta a la propuesta de Churchill
y Roosevelt que deseaban integrar al Vaticano
en las conversaciones de paz al final de
la Segunda Guerra Mundial.
Sin querer tener la exclusiva, los católicos,
que son el grupo cristiano más numeroso,
antiguo y universal, y el de más
larga y profunda presencia en la historia
de Cuba, nos deberíamos sentir comprometidos
en esta convocatoria nueva a la unidad,
al compromiso con el cambio y al esfuerzo
compartido, que no excluye a nadie, pero
que debe encontrar una especial resonancia
en todos los que compartimos la fe en Jesús
de Nazaret, católicos o no.
Las campanas suenan para todo el mundo.
El rico y el pobre, el poderoso y el desposeído
del poder. Pero no suenan igual. Las campanas
que anuncian la libertad a los esclavos,
anuncian el final del poder de los poderosos.
María es una experta en estas verdades,
por eso pudo decir en su cántico
del Magnificat: "Proclama mi alma la
grandeza del señor, mi espíritu
se regocija en Dios mi salvador: porque
ha mirado la humillación de su esclava.
Desde ahora me felicitarán todas
las generaciones porque el Todopoderoso
ha hecho obras grandes en mí. Su
nombre es santo, y su misericordia llega
a sus fieles de generación en generación.
Él hace proezas con su brazo, dispersa
a los soberbios de corazón, derriba
del trono a los poderosos y enaltece a los
humildes, a los hambrientos los colma de
bienes y a los ricos los deja vacíos".
(*) José Conrado es párroco
de la Iglesia de Santa Teresita de Jesús
en Santiago de Cuba.
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