La Sociedad
Civil en Cuba: Exilio Interno
Javier Corrales
Preparado para el proyecto
sobre la sociedad civil en Cuba del Woodrow
Wilson International Center for Scholars
de Washington, DC y FLACSO/República
Dominicana. 21 de octubre de 2004.
¿Existe la posibilidad de que surja
y florezca una sociedad civil en un país
como Cuba donde existen las más severas
restricciones al derecho de libre asociación?
¿Se puede hablar de sociedad civil
-es decir, de una esfera de asociaciones
de ciudadanos con fines públicos-
dada la falta de libertades políticas
y económicas? De existir dicha sociedad
civil, ¿qué consecuencias
puede suponer para la evolución política
del país?
Existen al menos tres tipos de postura
ante estas interrogantes. La primera es
negarse por completo a reconocer la existencia
de una sociedad civil en Cuba. La segunda
postura es proclamar que, al contrario,
la sociedad civil en Cuba ha alcanzado niveles
impresionantes de vitalidad, lo cual es
el preámbulo de una próxima
democratización. La tercera es la
de aquéllos que reconocen la existencia
de dicha vida asociativa, pero lejos de
celebrarla, la consideran un fenómeno
contrademocrático.
Este breve ensayo examina estas tres posturas
e identifica problemas analíticos
con cada una de ellas. Indiscutiblemente,
han surgido en Cuba nuevas agrupaciones
de ciudadanos en los años noventa.
Pero dichas asociaciones no traerán
los beneficios políticos que algunos
analistas anhelan -por sí solas,
no alcanzarán la fuerza para generar
y mantener una transición democrática.
Por otro lado, dichas asociaciones no representan
una amenaza al civismo público, como
pudieran opinar algunos pesimistas.
A mi modo de ver, el surgimiento de esta
nueva sociedad civil en Cuba se trata más
bien de un fenómeno equivalente a
un exilio interno. Al igual que el exilio
(externo), las asociaciones en Cuba brindan
a los disidentes cubanos la posibilidad
de encontrar un refugio, un respaldo, un
albergue. Más aún, brindan
un ámbito -limitado pero real-donde
ejercer la voz. Ello es saludable en todo
sistema político, pero insuficiente
para democratizar al país.
Las tres posturas ante la presunta sociedad
civil en Cuba
La primera postura ante la interrogante
del surgimiento de una sociedad civil en
Cuba es simplemente negarse a creer que
dicho surgimiento sea significativo. El
gobierno cubano, reiteran estos comentaristas,
ejerce un control cabal sobre la sociedad.
Los cubanos carecen, de jure y de facto,
del derecho a la libre asociación.
La constitución cubana, en su espíritu
excesivamente unitarista y en sus artículos
54 y 62, establece la ilegalidad de instituciones
independientes del Estado. La Ley 88 de
Protección de la Independencia Nacional
y la Economía de Cuba, aprobada en
febrero de 1999, permite la discrecionalidad
de represión contra actividades típicas
de las asociaciones. Y en la práctica,
el estado no cesa de actuar en contra de
dichas instituciones, valiéndose
de mecanismos clásicos -la represión
directa, la amenaza de represión
(lo cual disminuye los alicientes para formar
asociaciones), y la cooptación de
grupos emergentes. En dicho marco hostil,
sólo las asociaciones más
leales al sistema, o al menos, las más
inocuas, logran sobrevivir en Cuba.
No cabe duda de que en Cuba las restricciones
legales y de facto son sofocantes. Pero
lo cierto es que ha habido una actividad
asociativa impresionante en Cuba en los
noventa, como lo documentan muchos de los
capítulos en este libro. Los escépticos
no pueden explicar, por ejemplo, que más
de 100 organizaciones no gubernamentales
hayan lanzado un llamamiento a la ciudadanía
a favor del Proyecto Varela (Encuentro 2003:117).
Es cierto que estas organizaciones fueron
reprimidas, pero no obstante, el hecho innegable
es que hubo 100 organizaciones. La misma
existencia de represión (en 1994,
1996, y en 2003) comprueba el repetido irrumpimiento
de una esfera asociativa.
La postura de los escépticos por
consiguiente peca de no reconocer la ingeniosidad
y la tenacidad del concepto de sociedad
civil, sobre todo dentro de contextos hostiles.
No reconoce que, a mayores barreras contra
la sociedad civil e inclusive deterioro
de derechos sociales, mayor puede ser la
tenacidad de los ciudadanos de encontrar
mecanismos de solidaridad y ayuda mutua.
No es automático, por consiguiente,
que exista una relación inversa entre
contexto hostil y asociacionismo. Al contrario,
ha quedado constatado que, en contextos
políticos y económicos adversos,
mayor es el incentivo de los ciudadanos
de crear asociaciones (véase Alvarez
et al. 1998). Es cierto que cuando el control
del estado es total -es decir, en un régimen
puramente estalinista- es difícil
que florezca la sociedad civil. Pero una
vez se relaja el totalitarismo, entonces
empiezan a surgir oportunidades de asociación,
lo que Bobes llama "procesos de pluralización"
con posibilidad de "contradiscurso'
(2004:40). No sabemos bien cuáles
son las condiciones que dan lugar al asocionismo
en condiciones hostiles, pero sí
sabemos que es posible.
La segunda postura consiste en exagerar
el potencial democrático de la naciente
sociedad civil cubana. Estos analistas,
a quienes pudiéramos llamar los entusiastas,
parten de la premisa de que toda transición
democrática se inicia con la formación
de una sociedad civil. Al principio, dichas
organizaciones son predeciblemente sencillas
y circunspectas, pero con el tiempo adquieren
mayores adherentes e imponen mayores demandas
al estado. Esta postura se fundamenta en
los argumentos de clásicos como Alexis
de Tocqueville (1848), politólogos
especialistas en el surgimiento de las democracias
como Charles Tilly (1992), Robert Putman
(1993), y Ernest Gellner (1994) y latinoamericanistas
especialistas en democratización
que en las décadas de los 70 y 80
romantizaron el poder transformativo de
las organizaciones populares (véase
Roberts 1997). Según esta vertiente,
la esfera asociativa en Cuba, por más
débil que sea, es de por sí
un triunfo. Constituye la semilla de una
gran transición democrática.
Dicha sociedad civil sufrirá reveses,
pero pronto será indetenible y, eventualmente,
el motor de una democratización del
país.
Si los escépticos pecan por su fijación
en las barreras contra la sociedad civil,
los entusiastas pecan por su ceguera ante
las mismas. Mientras que los escépticos
son incapaces de explicar las 100 organizaciones
de 2003, los entusiastas se quedan boquiabiertos
ante la facilidad con la que el estado cubano
neutralizó estas actividades. Los
entusiastas no logran reconocer que, en
ausencia de otros cambios políticos
en Cuba, la esfera asociativa tiene pocas
posibilidades de presionar por una transición
democrática. Por ejemplo, sin la
presencia de partidos políticos,
o al menos, de sindicatos obreros o de movimientos
sociales de alcance nacional, capaces de
agrupar a diversos sectores y coordinar
estrategias, las asociaciones permanecerán
aisladas y por consiguiente incapaces de
organizar un cambio político (véase
Encarnación 2000; Carothers 1999-2000;
Corrales 2001). Más aún, sin
el surgimiento de reformistas en las diversas
esferas del estado (Przeworski 1991), con
los cuales las asociaciones puedan interactuar
y negociar, es muy difícil que las
organizaciones civiles logren introducir
reformas democráticas. En fin, en
aislamiento, la sociedad civil no tiene
la capacidad de presionar al estado a otorgar
nuevos derechos, celebrar elecciones libres,
y abandonar el monopolio político.
Una tercera postura, todavía más
pesimista que la de los escépticos,
es aquélla que reconoce la existencia
de nuevas asociaciones en Cuba, pero desconoce
su capacidad de aportar beneficios políticos.
Basado en el famoso estudio de Sheri Berman
(1997) sobre la república alemana
de Weimar (1919-1933), existe una línea
de pensamiento creciente que ve el asocionismo
tanto como síntoma como causa de
vicios políticos.
El asocionismo es síntoma de vicios
ya que, como explica Berman, puede ser el
resultado de un malestar profundo en el
país. El asocianismo surge cuando
los ciudadanos se sienten gravemente enajenados
e insatisfechos con el funcionamiento de
las instituciones. Se vuelcan hacia asociaciones
con un espíritu de derrota. Las asociaciones
no son una manifestación de potenciamiento
de la sociedad, sino un síntoma de
su desgaste. En Cuba, para ser más
precisos, las asociaciones se copan, no
de ciudadanos dispuestos a tomar manos en
sus asuntos, sino de ciudadanos dados por
vencidos, desconfiados de instituciones,
en busca de un escapismo, guiados por un
principio de "todo se vale" y
no necesariamente encaminados a integrarse
a la vida nacional (de Miranda Parrondo
2004:54). Para Berman, bajo dichas condiciones,
las nuevas células son susceptibles
a ser cautivados por caudillos.
Berman va más allá. Considera
que este tipo de asociaciones, es decir,
las que surgen a la luz del desgaste de
la sociedad y sin ayuda de partidos políticos,
se convierten en causa de vicios políticos.
Primeramente, fragmentan al país.
Segundo, fomentan ciudadanos que sólo
se vinculan con personas del mismo perfil
-personas que opinan de la misma manera,
que son partes del mismo oficio, que han
tenido las mismas experiencias de vida,
etc. En vez de exponer a los ciudadanos
a diversos modos de ver y a diversas tendencias,
las asociaciones de este tipo sólo
consiguen crear grupos de personas con visión
uniforme. Esto puede ser peligroso para
la democracia, pues disminuye la incidencia
de negociación y confianza mutua,
tareas que deben practicarse en toda democracia
(Putnam 1993; Hardin 1999; Habermas 1996,
Fukuyama 1995). Al asociarnos con personas
idénticas, no tenemos nada que negociar.
No tenemos que enfrentar contra-argumentos.
En fin, no practicamos la democracia.
No cabe duda que Berman ofrece una crítica
contundente contra el asociacionismo en
contextos desprovistos de instituciones
de alcance nacional. La mayoría de
las tendencias más amenazantes de
las democracias -el racismo, el nativismo,
el terrorismo, las mafias, el fundamentalismo,
el chauvinismo nacionalista, el misogenismo
y la homofobia-florecen precisamente en
agrupaciones de ciudadanos que opinan igual
y que no se integran con otros grupos. No
obstante, esta postura peca de un pesimismo
excesivo. En una democracia, es cierto que
el exceso de asociacionismo puede ser un
síntoma de enajenación y una
causa de desintegración de la convivencia.
Pero precisamente en un país sometido
a restricciones políticas, el asociacionismo
puede cumplir un sinfín de beneficios
políticos. Dichos beneficios tal
vez no incluyan potenciar un cambio de régimen,
pero tampoco son triviales.
Existen por lo tanto problemas con las
tres posturas prevalecientes en la literatura
sobre la presunta sociedad civil en Cuba.
Los escépticos son ciegos ante los
múltiples modos de asociación
que han surgido en Cuba. Los entusiastas
son ciegos ante las severas restricciones
políticas que limitan el quehacer
de dichos grupos. Los pesimistas son ciegos
a los beneficios sociales que las asociaciones
aportan en un país carente de libertades.
¿Cuál es, por consiguiente,
el papel que cumplen estas asociaciones
en Cuba?
Entre la salida y el silencio
Para entender el papel político
que cumplen las asociaciones en Cuba, conviene
repasar el trabajo célebre de Albert
Hirschman (1970) sobre salidas y voces.
Según Hirschman, cuando los usuarios
o consumidores reciben un servicio inaceptable,
cuentan con dos alternativas: hacer uso
de la salida, o bien de la voz. El uso de
salida ocurre cuando los usuarios abandonan
por completo la relación con el proveedor
de servicios -compran otro producto, se
mudan de lugar. El uso de la voz consiste
en cualquier actividad destinada a protestar
contra el statu quo.
En Cuba, políticamente, el uso de
la voz acarrea peligros enormes. El estado
sólo escucha ciertas voces -mayormente
aquéllas que van con un mensaje de
lealtad hacia la revolución y aquéllas
transmitidas exclusivamente por mecanismos
oficiales. Todas las demás voces
son desescuchadas y frecuentemente reprimidas.
Por consiguiente, desde comienzos de la
revolución ha predominado en Cuba
el uso de salida por parte de los desafectos
del régimen (ver caudro 1). La salida,
por supuesto, incluye el exilio político,
pero como bien aclara Eckstein (1995), también
abarca otro tipo de actividades, predominantemente
ilegales, como la corrupción, el
canibalismo de empresas del estado, la prostitución,
el ausentismo laboral, el consumo en exceso
de alcohol, el suicidio. Muchos de estos
actos de salida contribuyen poco al bienestar
del país. Representan una pérdida
de capital humano.
Cuadro 1: Los que salen de Cuba y entran
a los EE.UU., por décadas.
1961-70
|
1971-80
|
1981-90
|
91-00
|
208,536
|
264,863
|
144,578
|
169,322
|
Fuente: U.S. Census Bureau
Optar
por la salida física de Cuba -el
exilio- conlleva profundos sacrificios para
quien lo emprende: el sacrificio de abandonar
el país, los familiares y las amistades;
el sacrificio de iniciar una vida nueva
en un mundo ajeno; el riesgo político
de declararse en Cuba dispuesto a abandonar
el país, por no mencionar el costo
financiero de toda salida física.
La salida es por lo tanto costosa.
Sin embargo, la salida no es incosteable.
Aquellas personas dispuestas a sacrificarse,
encuentran en Cuba el modo de salir. Fidel
Castro por lo general ha evitado igualar
el modelo de la Alemania comunista de impedir
las salidas a toda costa; se ha limitado
únicamente a mantener los costos
de salida lo más altos posible, de
manera tal que sólo aquéllos
que de verdad quieran salir (es decir, los
que están dispuestos a pagar el precio
alto), se lancen a la tarea. Con ello logra
un mecanismo de selección óptimo.
Los más desafectos del sistema -y
sólo ellos- son los que incurren
en los costos de salida. Al permitirles
la salida a dicho grupo, el gobierno se
libera así de los grupos más
peligrosos. La permanente posibilidad del
uso de salida ha disminuido el uso de la
voz en Cuba por parte de quienes mayores
quejas tienen.
En resumen, el ejercer la voz en Cuba es
sumamente riesgoso y costoso. También
lo es el ejercer la salida, pero a menor
escala, razón por la cual históricamente
ha predominado el uso de la salida y no
el uso de la voz. La salida, por ser costosa,
sólo la ejercen los ciudadanos más
disidentes y aventureros. El gobierno consigue
así sobrevivir, pues se libra de
grupos desleales, pero a costa de una gran
pérdida de capital humano.
Sociedad Civil: Exilio Interno
El propósito de la discusión
anterior es señalar que el surgimiento
de una esfera asociativa en Cuba representa
un nuevo mecanismo de ejercer la voz y buscar
una salida, pero a menor costo para los
ciudadanos. Es una suerte de exilio interno
-de exilio más barato, por así
decirlo. En dicho exilio interno, los cubanos
consiguen muchos de los beneficios del exilio
externo, pero sin tener que afrontar los
costos altos del mismo. Consiguen, por ejemplo,
escaparse o refugiarse de un sistema difícil,
pero sin sufrir el sacrificio de tener que
abandonar el país y los seres queridos.
En las asociaciones, como en el exilio,
los cubanos logran encontrar sosiego y solidaridad,
pero a diferencia del exilio externo, no
tienen que desprenderse totalmente del país.
Más aún, los cubanos que participan
de la esfera asociativa pueden entrar y
salir de las mismas a diario. Pueden trabajar
por el día, y trasladarse a las esferas
asociativas durante las horas de ocio. En
las asociaciones, los ciudadanos pueden
también ejercer el uso de la voz
en un lugar relativamente, aunque no del
todo, seguro. Siempre y cuando tengan confianza
que los demás miembros no son delatores,
encuentran ámbitos donde ejercer
la libre expresión e inclusive discutir
cambios posibles. A pesar de ello, los ciudadanos
que operan en las esferas asociativas no
pueden descartar la posibilidad de una represión.
Viven siempre ante la amenaza de un posible
ataque por parte del estado. Las libertades,
recursos y seguridades que los cubanos encuentran
en las asociaciones cubanas no son tantas
como las que existen en un país libre,
naturalmente, pero por otro lado, los que
se integran a la vida asociativa se ahorran
el precio alto de una salida permanente.
Sin embargo, al igual que el exilio externo,
y he aquí el problema mayor, las
esferas asociativas corren el riesgo del
aislamiento político. Al no haber
en Cuba organizaciones de protesta de orden
nacional (prensa libre, partidos políticos,
movimientos sociales abarcativos), las asociaciones
carecen de aliados institucionales que les
ayuden a llevar a cabo acciones políticas
fuertes. Al no haber reformistas al nivel
del estado, las asociaciones no cuentan
tampoco con interlocutores en el estado.
Por consiguiente, la capacidad de influir
en el régimen -y por lo tanto presionar
a favor de una apertura- es mínima.
En conclusión, la sociedad civil
en Cuba, contrario a lo que opinan los escépticos,
es real, ya que existe una demanda fuerte
para ella y evidencia de su surgimiento.
El contexto hostil de restricciones de libertades,
aunque por un lado dificulta el florecimiento
de las asociaciones, por otro lado engendra
incentivos para que los ciudadanos formen
asociaciones.
Contrario también a lo que opinan
los entusiastas, la sociedad civil en Cuba
no va a democratizar al país, precisamente
porque opera en un aislamiento institucional
y porque el estado cubano continúa
exento de blandos. Pero no por ello las
asociaciones son un desperdicio. Contrario
a lo que opinan los pesimistas, las asociaciones
en Cuba cumplen una función loable,
tanto a nivel del individuo como a nivel
del país. El individuo consigue a
través de las asociaciones un modo
alternativo de ejercer voz y salida, sin
pagar los altos costos asociados con los
mecanismos tradicionales de ejercer voz
y salida en Cuba, es decir, de protestar
abiertamente o exiliarse. El país,
por su parte, disminuye la salida torrencial
de capital humano.
En fin, las asociaciones están contribuyendo
"a cambiar lo que significa ser un
ciudadano" en Cuba, para citar al politólogo
Philip Oxhorn (2001:180). Las asociaciones
están creando un modelo nuevo de
ciudadadanía -individuos más
dispuestos a expresarse y a desarrollar
estrategias para cambiar el statu quo. Las
asociaciones, por consiguiente, contrarrestan
dos tendencias perniciosas sobre la producción
de ciudadanos que prevalece en Cuba. Una
es el afán obstinado del estado de
seguir fomentando ciudadanos guevaristas,
es decir, obsecuentes con la revolución
(el modelo de hombre nuevo de los años
60). La otra es la tendencia de todo período
de escasez económica de dar lugar
a ciudadanos predatorios -aquéllos
que, con tal de sobrevivir, se vuelcan a
la informalidad, a la corrupción,
a la criminalidad, y al enajenamiento. Contra
el guevarismo y el oportunismo, las asociaciones
tienen el potencial de crear un modelo diferente
de ciudadanía.
Por sí solos, estos nuevos ciudadanos,
y por extensión, estas nuevas asociaciones,
no van a ser capaces de ocasionar la democracia.
No obstante, representan un dolor de cabeza
para un gobierno que sigue empeñado
en un modelo de ciudadanía poco apto
para la Cuba moderna. Es otra razón
más por la que el gobierno ve a las
asociaciones como una amenaza. A la larga,
la sociedad civil se beneficia de las asociaciones
nuevas, a pesar de sus limitaciones. Ofrecen
un mecanismo de ejercer voz y salida sin
imponerles costos onerosos ni al individuo
ni al país.
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Associate Professor of Political Science
Amherst College
Amherst, MA 01002
413-542-2164 (w) / 542-2264 (f)
jcorrales@amherst.edu
www.amherst.edu/~jcorrale
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