DOCUMENTOS
Junio 2005

La Sociedad Civil en Cuba: Exilio Interno

Javier Corrales

Preparado para el proyecto sobre la sociedad civil en Cuba del Woodrow Wilson International Center for Scholars de Washington, DC y FLACSO/República Dominicana. 21 de octubre de 2004.

¿Existe la posibilidad de que surja y florezca una sociedad civil en un país como Cuba donde existen las más severas restricciones al derecho de libre asociación? ¿Se puede hablar de sociedad civil -es decir, de una esfera de asociaciones de ciudadanos con fines públicos- dada la falta de libertades políticas y económicas? De existir dicha sociedad civil, ¿qué consecuencias puede suponer para la evolución política del país?

Existen al menos tres tipos de postura ante estas interrogantes. La primera es negarse por completo a reconocer la existencia de una sociedad civil en Cuba. La segunda postura es proclamar que, al contrario, la sociedad civil en Cuba ha alcanzado niveles impresionantes de vitalidad, lo cual es el preámbulo de una próxima democratización. La tercera es la de aquéllos que reconocen la existencia de dicha vida asociativa, pero lejos de celebrarla, la consideran un fenómeno contrademocrático.

Este breve ensayo examina estas tres posturas e identifica problemas analíticos con cada una de ellas. Indiscutiblemente, han surgido en Cuba nuevas agrupaciones de ciudadanos en los años noventa. Pero dichas asociaciones no traerán los beneficios políticos que algunos analistas anhelan -por sí solas, no alcanzarán la fuerza para generar y mantener una transición democrática. Por otro lado, dichas asociaciones no representan una amenaza al civismo público, como pudieran opinar algunos pesimistas.

A mi modo de ver, el surgimiento de esta nueva sociedad civil en Cuba se trata más bien de un fenómeno equivalente a un exilio interno. Al igual que el exilio (externo), las asociaciones en Cuba brindan a los disidentes cubanos la posibilidad de encontrar un refugio, un respaldo, un albergue. Más aún, brindan un ámbito -limitado pero real-donde ejercer la voz. Ello es saludable en todo sistema político, pero insuficiente para democratizar al país.

Las tres posturas ante la presunta sociedad civil en Cuba

La primera postura ante la interrogante del surgimiento de una sociedad civil en Cuba es simplemente negarse a creer que dicho surgimiento sea significativo. El gobierno cubano, reiteran estos comentaristas, ejerce un control cabal sobre la sociedad. Los cubanos carecen, de jure y de facto, del derecho a la libre asociación. La constitución cubana, en su espíritu excesivamente unitarista y en sus artículos 54 y 62, establece la ilegalidad de instituciones independientes del Estado. La Ley 88 de Protección de la Independencia Nacional y la Economía de Cuba, aprobada en febrero de 1999, permite la discrecionalidad de represión contra actividades típicas de las asociaciones. Y en la práctica, el estado no cesa de actuar en contra de dichas instituciones, valiéndose de mecanismos clásicos -la represión directa, la amenaza de represión (lo cual disminuye los alicientes para formar asociaciones), y la cooptación de grupos emergentes. En dicho marco hostil, sólo las asociaciones más leales al sistema, o al menos, las más inocuas, logran sobrevivir en Cuba.

No cabe duda de que en Cuba las restricciones legales y de facto son sofocantes. Pero lo cierto es que ha habido una actividad asociativa impresionante en Cuba en los noventa, como lo documentan muchos de los capítulos en este libro. Los escépticos no pueden explicar, por ejemplo, que más de 100 organizaciones no gubernamentales hayan lanzado un llamamiento a la ciudadanía a favor del Proyecto Varela (Encuentro 2003:117). Es cierto que estas organizaciones fueron reprimidas, pero no obstante, el hecho innegable es que hubo 100 organizaciones. La misma existencia de represión (en 1994, 1996, y en 2003) comprueba el repetido irrumpimiento de una esfera asociativa.

La postura de los escépticos por consiguiente peca de no reconocer la ingeniosidad y la tenacidad del concepto de sociedad civil, sobre todo dentro de contextos hostiles. No reconoce que, a mayores barreras contra la sociedad civil e inclusive deterioro de derechos sociales, mayor puede ser la tenacidad de los ciudadanos de encontrar mecanismos de solidaridad y ayuda mutua. No es automático, por consiguiente, que exista una relación inversa entre contexto hostil y asociacionismo. Al contrario, ha quedado constatado que, en contextos políticos y económicos adversos, mayor es el incentivo de los ciudadanos de crear asociaciones (véase Alvarez et al. 1998). Es cierto que cuando el control del estado es total -es decir, en un régimen puramente estalinista- es difícil que florezca la sociedad civil. Pero una vez se relaja el totalitarismo, entonces empiezan a surgir oportunidades de asociación, lo que Bobes llama "procesos de pluralización" con posibilidad de "contradiscurso' (2004:40). No sabemos bien cuáles son las condiciones que dan lugar al asocionismo en condiciones hostiles, pero sí sabemos que es posible.

La segunda postura consiste en exagerar el potencial democrático de la naciente sociedad civil cubana. Estos analistas, a quienes pudiéramos llamar los entusiastas, parten de la premisa de que toda transición democrática se inicia con la formación de una sociedad civil. Al principio, dichas organizaciones son predeciblemente sencillas y circunspectas, pero con el tiempo adquieren mayores adherentes e imponen mayores demandas al estado. Esta postura se fundamenta en los argumentos de clásicos como Alexis de Tocqueville (1848), politólogos especialistas en el surgimiento de las democracias como Charles Tilly (1992), Robert Putman (1993), y Ernest Gellner (1994) y latinoamericanistas especialistas en democratización que en las décadas de los 70 y 80 romantizaron el poder transformativo de las organizaciones populares (véase Roberts 1997). Según esta vertiente, la esfera asociativa en Cuba, por más débil que sea, es de por sí un triunfo. Constituye la semilla de una gran transición democrática. Dicha sociedad civil sufrirá reveses, pero pronto será indetenible y, eventualmente, el motor de una democratización del país.

Si los escépticos pecan por su fijación en las barreras contra la sociedad civil, los entusiastas pecan por su ceguera ante las mismas. Mientras que los escépticos son incapaces de explicar las 100 organizaciones de 2003, los entusiastas se quedan boquiabiertos ante la facilidad con la que el estado cubano neutralizó estas actividades. Los entusiastas no logran reconocer que, en ausencia de otros cambios políticos en Cuba, la esfera asociativa tiene pocas posibilidades de presionar por una transición democrática. Por ejemplo, sin la presencia de partidos políticos, o al menos, de sindicatos obreros o de movimientos sociales de alcance nacional, capaces de agrupar a diversos sectores y coordinar estrategias, las asociaciones permanecerán aisladas y por consiguiente incapaces de organizar un cambio político (véase Encarnación 2000; Carothers 1999-2000; Corrales 2001). Más aún, sin el surgimiento de reformistas en las diversas esferas del estado (Przeworski 1991), con los cuales las asociaciones puedan interactuar y negociar, es muy difícil que las organizaciones civiles logren introducir reformas democráticas. En fin, en aislamiento, la sociedad civil no tiene la capacidad de presionar al estado a otorgar nuevos derechos, celebrar elecciones libres, y abandonar el monopolio político.

Una tercera postura, todavía más pesimista que la de los escépticos, es aquélla que reconoce la existencia de nuevas asociaciones en Cuba, pero desconoce su capacidad de aportar beneficios políticos. Basado en el famoso estudio de Sheri Berman (1997) sobre la república alemana de Weimar (1919-1933), existe una línea de pensamiento creciente que ve el asocionismo tanto como síntoma como causa de vicios políticos.

El asocionismo es síntoma de vicios ya que, como explica Berman, puede ser el resultado de un malestar profundo en el país. El asocianismo surge cuando los ciudadanos se sienten gravemente enajenados e insatisfechos con el funcionamiento de las instituciones. Se vuelcan hacia asociaciones con un espíritu de derrota. Las asociaciones no son una manifestación de potenciamiento de la sociedad, sino un síntoma de su desgaste. En Cuba, para ser más precisos, las asociaciones se copan, no de ciudadanos dispuestos a tomar manos en sus asuntos, sino de ciudadanos dados por vencidos, desconfiados de instituciones, en busca de un escapismo, guiados por un principio de "todo se vale" y no necesariamente encaminados a integrarse a la vida nacional (de Miranda Parrondo 2004:54). Para Berman, bajo dichas condiciones, las nuevas células son susceptibles a ser cautivados por caudillos.

Berman va más allá. Considera que este tipo de asociaciones, es decir, las que surgen a la luz del desgaste de la sociedad y sin ayuda de partidos políticos, se convierten en causa de vicios políticos. Primeramente, fragmentan al país. Segundo, fomentan ciudadanos que sólo se vinculan con personas del mismo perfil -personas que opinan de la misma manera, que son partes del mismo oficio, que han tenido las mismas experiencias de vida, etc. En vez de exponer a los ciudadanos a diversos modos de ver y a diversas tendencias, las asociaciones de este tipo sólo consiguen crear grupos de personas con visión uniforme. Esto puede ser peligroso para la democracia, pues disminuye la incidencia de negociación y confianza mutua, tareas que deben practicarse en toda democracia (Putnam 1993; Hardin 1999; Habermas 1996, Fukuyama 1995). Al asociarnos con personas idénticas, no tenemos nada que negociar. No tenemos que enfrentar contra-argumentos. En fin, no practicamos la democracia.

No cabe duda que Berman ofrece una crítica contundente contra el asociacionismo en contextos desprovistos de instituciones de alcance nacional. La mayoría de las tendencias más amenazantes de las democracias -el racismo, el nativismo, el terrorismo, las mafias, el fundamentalismo, el chauvinismo nacionalista, el misogenismo y la homofobia-florecen precisamente en agrupaciones de ciudadanos que opinan igual y que no se integran con otros grupos. No obstante, esta postura peca de un pesimismo excesivo. En una democracia, es cierto que el exceso de asociacionismo puede ser un síntoma de enajenación y una causa de desintegración de la convivencia. Pero precisamente en un país sometido a restricciones políticas, el asociacionismo puede cumplir un sinfín de beneficios políticos. Dichos beneficios tal vez no incluyan potenciar un cambio de régimen, pero tampoco son triviales.

Existen por lo tanto problemas con las tres posturas prevalecientes en la literatura sobre la presunta sociedad civil en Cuba. Los escépticos son ciegos ante los múltiples modos de asociación que han surgido en Cuba. Los entusiastas son ciegos ante las severas restricciones políticas que limitan el quehacer de dichos grupos. Los pesimistas son ciegos a los beneficios sociales que las asociaciones aportan en un país carente de libertades. ¿Cuál es, por consiguiente, el papel que cumplen estas asociaciones en Cuba?

Entre la salida y el silencio

Para entender el papel político que cumplen las asociaciones en Cuba, conviene repasar el trabajo célebre de Albert Hirschman (1970) sobre salidas y voces. Según Hirschman, cuando los usuarios o consumidores reciben un servicio inaceptable, cuentan con dos alternativas: hacer uso de la salida, o bien de la voz. El uso de salida ocurre cuando los usuarios abandonan por completo la relación con el proveedor de servicios -compran otro producto, se mudan de lugar. El uso de la voz consiste en cualquier actividad destinada a protestar contra el statu quo.

En Cuba, políticamente, el uso de la voz acarrea peligros enormes. El estado sólo escucha ciertas voces -mayormente aquéllas que van con un mensaje de lealtad hacia la revolución y aquéllas transmitidas exclusivamente por mecanismos oficiales. Todas las demás voces son desescuchadas y frecuentemente reprimidas.

Por consiguiente, desde comienzos de la revolución ha predominado en Cuba el uso de salida por parte de los desafectos del régimen (ver caudro 1). La salida, por supuesto, incluye el exilio político, pero como bien aclara Eckstein (1995), también abarca otro tipo de actividades, predominantemente ilegales, como la corrupción, el canibalismo de empresas del estado, la prostitución, el ausentismo laboral, el consumo en exceso de alcohol, el suicidio. Muchos de estos actos de salida contribuyen poco al bienestar del país. Representan una pérdida de capital humano.

Cuadro 1: Los que salen de Cuba y entran a los EE.UU., por décadas.

1961-70
1971-80
1981-90
91-00
208,536
264,863
144,578
169,322

Fuente:  U.S. Census Bureau

Optar por la salida física de Cuba -el exilio- conlleva profundos sacrificios para quien lo emprende: el sacrificio de abandonar el país, los familiares y las amistades; el sacrificio de iniciar una vida nueva en un mundo ajeno; el riesgo político de declararse en Cuba dispuesto a abandonar el país, por no mencionar el costo financiero de toda salida física. La salida es por lo tanto costosa.

Sin embargo, la salida no es incosteable. Aquellas personas dispuestas a sacrificarse, encuentran en Cuba el modo de salir. Fidel Castro por lo general ha evitado igualar el modelo de la Alemania comunista de impedir las salidas a toda costa; se ha limitado únicamente a mantener los costos de salida lo más altos posible, de manera tal que sólo aquéllos que de verdad quieran salir (es decir, los que están dispuestos a pagar el precio alto), se lancen a la tarea. Con ello logra un mecanismo de selección óptimo. Los más desafectos del sistema -y sólo ellos- son los que incurren en los costos de salida. Al permitirles la salida a dicho grupo, el gobierno se libera así de los grupos más peligrosos. La permanente posibilidad del uso de salida ha disminuido el uso de la voz en Cuba por parte de quienes mayores quejas tienen.

En resumen, el ejercer la voz en Cuba es sumamente riesgoso y costoso. También lo es el ejercer la salida, pero a menor escala, razón por la cual históricamente ha predominado el uso de la salida y no el uso de la voz. La salida, por ser costosa, sólo la ejercen los ciudadanos más disidentes y aventureros. El gobierno consigue así sobrevivir, pues se libra de grupos desleales, pero a costa de una gran pérdida de capital humano.

Sociedad Civil: Exilio Interno

El propósito de la discusión anterior es señalar que el surgimiento de una esfera asociativa en Cuba representa un nuevo mecanismo de ejercer la voz y buscar una salida, pero a menor costo para los ciudadanos. Es una suerte de exilio interno -de exilio más barato, por así decirlo. En dicho exilio interno, los cubanos consiguen muchos de los beneficios del exilio externo, pero sin tener que afrontar los costos altos del mismo. Consiguen, por ejemplo, escaparse o refugiarse de un sistema difícil, pero sin sufrir el sacrificio de tener que abandonar el país y los seres queridos. En las asociaciones, como en el exilio, los cubanos logran encontrar sosiego y solidaridad, pero a diferencia del exilio externo, no tienen que desprenderse totalmente del país. Más aún, los cubanos que participan de la esfera asociativa pueden entrar y salir de las mismas a diario. Pueden trabajar por el día, y trasladarse a las esferas asociativas durante las horas de ocio. En las asociaciones, los ciudadanos pueden también ejercer el uso de la voz en un lugar relativamente, aunque no del todo, seguro. Siempre y cuando tengan confianza que los demás miembros no son delatores, encuentran ámbitos donde ejercer la libre expresión e inclusive discutir cambios posibles. A pesar de ello, los ciudadanos que operan en las esferas asociativas no pueden descartar la posibilidad de una represión. Viven siempre ante la amenaza de un posible ataque por parte del estado. Las libertades, recursos y seguridades que los cubanos encuentran en las asociaciones cubanas no son tantas como las que existen en un país libre, naturalmente, pero por otro lado, los que se integran a la vida asociativa se ahorran el precio alto de una salida permanente.

Sin embargo, al igual que el exilio externo, y he aquí el problema mayor, las esferas asociativas corren el riesgo del aislamiento político. Al no haber en Cuba organizaciones de protesta de orden nacional (prensa libre, partidos políticos, movimientos sociales abarcativos), las asociaciones carecen de aliados institucionales que les ayuden a llevar a cabo acciones políticas fuertes. Al no haber reformistas al nivel del estado, las asociaciones no cuentan tampoco con interlocutores en el estado. Por consiguiente, la capacidad de influir en el régimen -y por lo tanto presionar a favor de una apertura- es mínima.

En conclusión, la sociedad civil en Cuba, contrario a lo que opinan los escépticos, es real, ya que existe una demanda fuerte para ella y evidencia de su surgimiento. El contexto hostil de restricciones de libertades, aunque por un lado dificulta el florecimiento de las asociaciones, por otro lado engendra incentivos para que los ciudadanos formen asociaciones.

Contrario también a lo que opinan los entusiastas, la sociedad civil en Cuba no va a democratizar al país, precisamente porque opera en un aislamiento institucional y porque el estado cubano continúa exento de blandos. Pero no por ello las asociaciones son un desperdicio. Contrario a lo que opinan los pesimistas, las asociaciones en Cuba cumplen una función loable, tanto a nivel del individuo como a nivel del país. El individuo consigue a través de las asociaciones un modo alternativo de ejercer voz y salida, sin pagar los altos costos asociados con los mecanismos tradicionales de ejercer voz y salida en Cuba, es decir, de protestar abiertamente o exiliarse. El país, por su parte, disminuye la salida torrencial de capital humano.

En fin, las asociaciones están contribuyendo "a cambiar lo que significa ser un ciudadano" en Cuba, para citar al politólogo Philip Oxhorn (2001:180). Las asociaciones están creando un modelo nuevo de ciudadadanía -individuos más dispuestos a expresarse y a desarrollar estrategias para cambiar el statu quo. Las asociaciones, por consiguiente, contrarrestan dos tendencias perniciosas sobre la producción de ciudadanos que prevalece en Cuba. Una es el afán obstinado del estado de seguir fomentando ciudadanos guevaristas, es decir, obsecuentes con la revolución (el modelo de hombre nuevo de los años 60). La otra es la tendencia de todo período de escasez económica de dar lugar a ciudadanos predatorios -aquéllos que, con tal de sobrevivir, se vuelcan a la informalidad, a la corrupción, a la criminalidad, y al enajenamiento. Contra el guevarismo y el oportunismo, las asociaciones tienen el potencial de crear un modelo diferente de ciudadanía.

Por sí solos, estos nuevos ciudadanos, y por extensión, estas nuevas asociaciones, no van a ser capaces de ocasionar la democracia. No obstante, representan un dolor de cabeza para un gobierno que sigue empeñado en un modelo de ciudadanía poco apto para la Cuba moderna. Es otra razón más por la que el gobierno ve a las asociaciones como una amenaza. A la larga, la sociedad civil se beneficia de las asociaciones nuevas, a pesar de sus limitaciones. Ofrecen un mecanismo de ejercer voz y salida sin imponerles costos onerosos ni al individuo ni al país.

Citas bibliográficas

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Javier Corrales
Associate Professor of Political Science
Amherst College
Amherst, MA 01002
413-542-2164 (w) / 542-2264 (f)
jcorrales@amherst.edu
www.amherst.edu/~jcorrale

 

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