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Galletas de mentira

Tania Díaz Castro 

FRASE: Si esta crónica la leyeran los residentes de Aguilar de Campo, municipio de Castilla de León, o los alemanes de Aquisgrán, lugares célebres por sus galletas, seguramente se sorprenderían

LA HABANA, Cuba, noviembre (www.cubanet.org) - La vida se encarga de responder esas interrogantes que nos asaltan a menudo. Por ejemplo, me gustaría conocer la razón por la que el pan que se elabora en estos tiempos de revolución, no se parece al pan tradicional que siempre comimos los cubanos. Y  por qué no se producen en Cuba galletas de verdad.

Si esta crónica la leyeran los residentes de Aguilar de Campo, municipio de Castilla de León, o los alemanes de Aquisgrán, lugares célebres por la calidad de sus galletas, fabricadas desde el siglo VII de nuestra era, seguramente se sorprenderían.
Las tradicionales galletas cubanas han perdido el prestigio que alcanzaron desde los tiempos de la colonia. Daba gusto disfrutar de las galletas, que se compraban en cualquier timbiriche; chino, gallego o catalán.

Si abuela todavía viviera no se podría sentar al amanecer en el banco del patio trasero de su casa, en Camajuaní, para disfrutar-como siempre hacía- de una taza de café y un par de galletas de jengibre o ajonjolí, producidas en cualquier panadería del barrio.

En el socialismo castrista, los cubanos se lamentan desde hace años de la mala calidad del pan y las galletas. El producto, elaborado con harina, mantequilla y huevo, aparentemente se ha convertido en algo muy difícil de hacer. Las razones podrían ser variadas: o no hay huevos, ni mantequilla y la harina es de mala calidad; o los panaderos han olvidado la receta y sólo saben hacer galletas de mentira, que no se pueden ni masticar. Lo mismo sucede con el pan que nos venden, casi siempre está medio crudo y se llena de moho al día siguiente de comprarlo. No importa si están destinados, panes y galletas, a los  turistas, diplomáticos, a extranjeros o cubanos, a través de la cartilla de racionamiento, la calidad es siempre terrible.

Hace unos días, mi vecina, para celebrar el cumpleaños de su hija, compró una lata de galletas en una tienda recaudadora de divisas; toda una inversión al precio de 7 pesos convertibles y diez centavos, pues esa cifra representa más de la mitad del salario mensual de un trabajador. Las galletas, casi todas partidas, duras y sin sabor, eran producidas por una empresa llamada Gamby. Irónicamente, en la etiqueta aparecía Pinocho, el mismo cuya nariz crece cada vez que miente. No pudieron encontrar nombre mejor para estas galletas cubanas “de mentira”.