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El último apretón

José Hugo Fernández

LA HABANA, Cuba, mayo (www.cubanet.org) - ¿Qué beneficio reporta al país la aplicación de una ley que exige que los taxis particulares sean operados exclusivamente por sus dueños? La obviedad de la respuesta no impide que hoy en Cuba volvamos a lanzar esta pregunta al viento. 

Bajo riesgo de grandes multas o de la expropiación del vehículo, ni siquiera los hijos de dueños de taxis pueden operarlos, ni aun en el caso de que el propietario sea un anciano o esté enfermo y su auto constituya la base del sustento familiar. 

La renovada imposición de este decreto es el último motivo de malestar entre nuestra gente, en tanto salta ya a la vista una drástica reducción -tal vez a menos de la mitad de su número- de los taxis particulares que rodaban hasta hace pocos días en La Habana, especialmente los llamados boteros o almendrones, los cuales cubren recorridos invariables y a precios fijos dentro de la ciudad.

Pero se trata sólo de uno de sus perjuicios inmediatos, el primero que se nota, ya que agrava nuestras dificultades con el transporte. Sin embargo, hay otra consecuencia, más nociva, por cuanto más trascendental, que pesa sobre la medida.

Se aprecia aquí un nuevo golpe bajo contra el negocio por cuenta propia. En particular parece claro que se están creando las condiciones para que en un futuro, no lejano, la totalidad del sistema de transportación pública esté en manos estatales.   

Tal evidencia muestra dos aristas, cual de las dos más preocupantes. Por un lado, está el hecho, comprobado fehacientemente a lo largo de cincuenta años, de la incapacidad del régimen para garantizar una solución, o un remedio más o menos sostenible al agudo problema de la transportación pública de los habaneros.

Por el otro lado está la prueba, una más, de que nada cambia en Cuba como no sea para peor, y que aun cuando a nadie quedan dudas del escandaloso fracaso demostrado por el Estado en las gestiones administrativas, sigue encaprichado en mantener su monopolio total sobre los medios de producción y servicios. 

Ahora mismo el criterio generalizado, tanto entre los taxistas como entre sus pasajeros, es que al régimen le molesta suponer que algunos dueños de almendrones poseen dos o tres vehículos -adquiridos con su esfuerzo y sus iniciativas particulares-, entonces contratan a choferes para que se los manejen.

El resultado es que tales dueños perciben ganancias correspondientes con su inversión, a la vez que propician fuentes de empleo y, sobre todo, brindan una respuesta eficiente a nuestra demanda, siempre alta e insatisfecha, en materia de transportación.

Pero para el Estado lo único que cuenta es que estos propietarios de almendrones han estado procurando ganancias solventes, lo cual constituye motivo de mala influencia dentro de las dotaciones de sus esclavos, pues demuestra que a pesar de todas las previsiones del totalitarismo, quedan todavía entre nosotros individuos capaces de escurrirse por debajo de la capa del diablo.

Es de prever entonces que contra “malos ejemplos” de esa índole esté dirigido este último apretón del régimen. El último hasta hoy, porque mañana será otro día.