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Enderezando el tiro

José Hugo Fernández

LA HABANA, Cuba, mayo (www.cubanet.org) - Error de cálculo. El régimen, al igual que sus acólitos del exterior -esa crema a la que tanto entretiene vernos desde las gradas cuqueando al toro-, sobrestiman el efecto que entre nuestra gente de a pie ha podido ocasionar la reelección de Cuba como miembro del Consejo de Derechos Humanos de la ONU.

Tal vez no puedan entenderlo, ya que viven a una distancia sideral de nuestra realidad, pero esta “noticia”, reflejada con grandes letras negras en la primera plana del periódico Granma, provocó menos atención y muchísimos menos comentarios entre los habaneros que el despiste de los últimos partes meteorológicos, que desde hace días insisten en anunciar lluvias que no caen.

Tendrían que bajar de su confortable estratosfera, tanto los del régimen como los acólitos, para que se enteren, por una vez al menos, de que en el Cerro, La Lisa, San Miguel del Padrón, Centro Habana o Arroyo Naranjo los pobres, que son casi todos, no disponen de tiempo ni de sosiego para atender las charranadas de la política internacional.

Están esperando la pipa para comprar agua de contrabando, pues no les llega ni gota desde hace meses. O están haciendo una cola en la embajada de España para vender el turno, a fin de poder comprar los espaguetis que les tocan por la libreta de racionamiento. O han ido a bucear en los contenedores de basura de Miramar y Siboney, a ver si logran llenar varios sacos con latas de refresco y cerveza para cambiarlas por un ventilador. O se ocupan en tapar múltiples agujeros en el techo de sus casas, no sea que al fin caigan las lluvias pronosticadas.

Que Dios y las siete libras mensuales de arroz les permitan seguir vivos, enderezando el tiro para mantenerse a flote mientras pasa el tiempo y cambian las cosas, si es que ocurre el milagro de que lleguen a cambiar algún día. Eso es lo más cercano al derecho por lo que apuesta la gente de a pie en nuestros predios.

La mayoría ni siquiera conoce la existencia del Consejo de Derechos Humanos. Menos aún le interesa conocer cómo y sobre qué fundamentos son elegidos sus miembros, o con qué liosa sustancia se cocina el ajiaco de sus resoluciones.

Cuenta que, a finales del siglo XVIII, la emperatriz rusa Catalina la Grande decidió ver con ojos propios cómo vivían los campesinos bajo su dominio. Entonces su ministro Potemkin ordenó construir falsas aldeas a lo largo del camino previsto para el recorrido de la emperatriz, la cual (nunca se bajó del carruaje) regresó a palacio convencida de que a sus siervos no les faltaba nada de cuanto se merecían como siervos.

Hoy, la Rusia de Catalina hubiera sido una buena candidata para miembro del Consejo de Derechos Humanos de la ONU.