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Cuando la brisa viene del sur

Odelín Alfonso Torna

LA HABANA, Cuba, mayo (www.cubanet.org) - Para el viejo Kiki, de 83 años, recrear la vista sentado en el portal de su casa cada tarde, es un llamado a la meditación y a los buenos y malos recuerdos de su juventud. Dice disfrutar, en ocasiones acompañado de una caneca de ron, de la brisa que proviene de la zona costera de Cojímar, al este de la capital cubana.  

Conocí de cerca a Raymundo Enrique Ginarte, apodado Kiki. Junto a la heroína revolucionaria Melba Hernández, fue uno de los auditores de la columna III (Mario Muñoz), dirigida por el Comandante Juan Almeida.
Raymundo vive, junto a su hijo y familia, en Venus 609 entre Soledad y Castañedo, municipio capitalino de Guanabacoa.  

Pasa horas subrayando en silencio qué pudo o no hacer. Qué perdió o qué ganó al ser un miliciano honrado y modesto, mientras la rapiña del Ejército Rebelde se repartía el botín en los primeros años de la revolución. 

En complicidad con su hijo, Ulises Ginarte, escuché los relatos de Raymundo quien, a pesar de ser un sujeto de episodios olvidados para la nomenclatura, mantiene a toda costa sus preceptos revolucionarios. Accedió a conversar conmigo sin percibir su condición de entrevistado. Aunque si así fuese, de seguro poco le importaría.  

Raymundo relata que ni siquiera existían los juicios sumarios contra aquellos prisioneros de guerra en manos del Ejército Rebelde. Con el tono del deber cumplido comenta: “Cuando se iba a fusilar a un chivato, culpable de la muerte de tres o cuatro revolucionarios, no se le celebraba juicio. Almeida y yo lo ajusticiábamos”. 

“Al terminar la guerra de liberación en 1959 –comenta- fui designado junto a Pedro Luís Díaz Lanz como uno de los responsables de la escolta de Fidel Castro, quien vivía entonces en Cojímar”.

Rechazó dirigir un regimiento en Oriente a solicitud del Comandante Juan Almeida. También desestimó el cargo de jefe de personal en el antiguo centro de reclusión y ejecución en la fortaleza La Cabaña.   

De una caja de cartón, el sargento Kiki saca sus medallas, también algunas fotos donde aparece vestido de campaña en la Sierra Maestra y en un desfile al terminar su misión internacionalista en Argelia. Muestra con orgullo una carta de reconocimiento entregada por el entonces General de Ejército Raúl Castro en 1963, por sus servicios en Argelia, donde sirvió bajo las órdenes del entonces capitán Ulises Rosales del Toro, el teniente Rigoberto Montañés y el fiscal Papito Serguera. 

Me comenta que a raíz del golpe de estado protagonizado por el ministro de defensa argelino Houari Boumedienne, en 1965, contra el presidente Ahmed Ben Bella, Papito Serguera fue amonestado por la dirección de la Revolución por emitir un informe distorsionado sobre la situación.  

Kiki vive con una pensión de 300 pesos, más 200 que recibe de la Asociación de Combatientes. “Pude tener una buena casa y no la quise. Hoy sería Coronel ó General, pero preferí trabajar 30 años en la aduana de La Habana”, me dice, con las medallas 50 Aniversario del Ejército Rebelde, y la de los 25 años como trabajador de la Aduana General de la República en sus manos. 

“Todo lo que te he dicho no es mentira. Nada que me perjudique a mí ni a la revolución”, me comenta Kiki luego de recoger y guardar su caja repleta de glorias.

Por el contrario, su hijo, Ulises Ginarte asegura que la Asociación de Combatientes no se ocupa de su padre. “Yo soy quien lo mantengo con las remesas que recibo del exterior. Nadie viene a preguntarle cómo se siente o que le hace falta”. 

Me cuenta Ulises que Raymundo, Kiki o Dudú, como le dicen sus nietos, suele pasarse de copas. Entonces aparecen los resentimientos, las injusticias y los falsos amigos. Quizás por ser víctima de la honradez y la modestia, o porque la brisa fresca en su portal venga del sur.