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Para que segundas partes sean buenas

Miguel Saludes 

MIAMI, Florida, marzo, www.cubanet.org -La XIX Feria del Libro de La Habana cerró sus puertas. El evento, dedicado a Rusia, dejó expedito el regreso de una presencia que dominó durante tres décadas en el escenario cubano. Aunque la sombra soviética se va diluyendo en un recuerdo, su paso dejó una huella difícil de ignorar. La edición que concluye contó con un despliegue cultural inusitado, si se compara con ocasiones anteriores. Este desborde muestra que las intenciones de los organizadores e invitados, superan las simples cuestiones literarias y lazos sentimentales.  

La participación rusa en la feria coincidió con una serie de declaraciones. Ellas transparentan el deseo expreso de los nuevos gobernantes del Kremlin de reverdecer una etapa nostálgica de imperios e influencias políticas a escala internacional, donde la Isla caribeña sigue siendo un enclave de interés. Así lo dejaron entrever con sus palabras Mijail Kamynin, embajador de la República Federal de Rusia en Cuba y Serguei Lavrov, Canciller de ese país, quien inauguró la feria.  

Cuba es terreno poco propicio desde el punto de vista económico. Eso lo saben bien en Moscú, donde aún conservan las cuentas de una deuda impagada e impagable de sus caros amigos, calculada en miles de millones. Pero el pequeño caimán insular sigue ocupando el mismo sitio en América, a pocas millas de Estados Unidos. Esta posición y la cercanía al eterno rival o aliado, según las situaciones coyunturales, sigue siendo apreciable. A ello hay que agregar la relación que creó nexos que no pueden menospreciarse.  

Por eso regresaron los libros, películas e idioma, en una avanzadilla que promete. Ya se olvidaron los tiempos de ruptura, cuando Novedades de Moscú, Sputnik y hasta las anodinas revistas, codiciadas por sus coloridas páginas para forrar libretas escolares, se volvieron peligrosa propaganda enemiga y contrarrevolucionarias para las autoridades cubanas. De ello no escapó el cine y la música facturada en el país de los soviets. Machina Vremia y otras agrupaciones del otro lado del Muro sufrieron el mismo destino que los representares de la cultura norteamericana, condenados por los protectores de la pureza ideológica.  
“Como ejemplo de sus manifestaciones contrarrevolucionarias puedo citar el interés que muestra el ciudadano por la literatura soviética.” El testimonio anterior predominó en las declaraciones de los testigos de la Empresa Nacional de Astilleros contra la reclamación laboral hecha por un técnico expulsado de ese centro por motivos políticos en 1991. Entre los materiales referidos por los testificantes para probar la desidia del demandante estaba la poesía de Vladimir Visotski, uno de los libros presentados en la feria habanera del 2010. Vueltas que da la vida. 

Pero Visotski no fue el único concurrente. También regresaron los documentales y las películas, casi todas clásicas, de los tiempos en que las pantallas del cine estaban sometidas a una avalancha de Mosfilm.  Chiburaska se asomó nuevamente a las pequeñas pantallas cubanas de la mano de propuestas nuevas y viejas, aquellas que tanto agriaron nuestra infancia, tal vez no por malas, sino porque fueron impuestas para desplazar las travesuras de las Dos Urracas o el Pájaro Loco.  

El idioma ruso fue otro de los que regresó a lomos de la Feria. Ruski sik faradio. Así se presentaba en la dorada década de los ochenta aquella aventura lingüística en la que se enrolaron miles de cubanos, ayudados por invisibles profesores y gruesos tabloides, precursores de los cursos de inglés, francés, portugués e italiano, afortunadamente implementados en años recientes.  

Lo que no vino ahora fue la carne rusa, tan ponderada como recordada en las estanterías de las amas de casa cubanas, ni las compotas rusas o las latas de leche maternizada que resolvieron muchos desayunos o contentaron a los glotones en forma de cremitas de leche. Invitados estos que conformaron una parte relevante en el mosaico inter cultural soviético cubano.  

Otro momento clave aconteció con la apertura de la Casa Rusa en la Biblioteca Nacional José Martí. La idea busca reanudar los contactos con más de 260 mil cubanos vinculados de alguna manera por raíces sanguíneas (se calculan 6 mil en este grupo) o sentimentales con la tierra de Tolstoi.  

Este acercamiento recuerda en algo al primero de 1959. Ambos contaron con respaldo a nivel de cancillería. El que presidió Mikoyán sirvió para fortalecer un proceso totalitario que aún perdura. Forjó además unos lazos que de insinuación amistosa pasaron a un nudo de ataduras y dependencia. Este legado negativo puede ser revertido. Pero para que así sea los rusos deben mirar hacia el futuro y no el pasado, para crear vínculos entre dos pueblos que las circunstancias históricas y políticas unieron, y no en beneficio de poderes efímeros.  

Si el intercambio queda abierto a todos, con acceso todas las voces de la sociedad cubana, las relaciones que se deriven del nuevo acercamiento quedarán enaltecidas por verdaderos valores de amistad entre ciudadanos libres y no por falsos conceptos de solidaridad entre gobiernos autoritarios.