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¡Pueden irse!

Miguel Iturria Savón

LA HABANA, Cuba, junio (www.cubanet.org) - El administrador de un mercado estatal en Guanabacoa me contó que el viernes pasado lo citaron con urgencia a la empresa de comercio y gastronomía, donde esperó más de una hora al director, junto a otros funcionarios. “Al llegar, se limitó a despedirnos”.

-Compañeros, pueden marcharse, la movilización ha concluido, parece que ya no vienen los familiares de los contrarrevolucionarios detenidos por colocar carteles contra el gobierno. Debemos estar alertas, ustedes forman la brigada de respuesta rápida de la empresa contra esos elementos.

Relata el comerciante que ni él ni los otros administradores imaginaban que la cita era para dar golpes; pensaban en una inspección provincial, en orientaciones sobre nuevos precios o medidas de ahorro. “No estábamos al tanto de los carteles, las detenciones ni podíamos sospechar que el Partido y la policía usaran al personal de la empresa como tropa de choque contra supuestos enemigos”. 

Al preguntarle qué hubiera hecho ante una revuelta de los familiares de los opositores detenidos, me dijo que ese fue el tema de conversación al salir de la empresa. “Creo que ninguno de nosotros hubiera actuado como camorrista al servicio de la policía, yo me fui para mi casa, si me vuelven a citar presentaré la baja”. 

El administrador tiene razón. Las empresas cubanas parecen sucursales del Ministerio del Interior, pero muchos empleados no están dispuestos a dar golpes como si fueran carceleros. Mientras más se deteriora la situación del país, es más difícil complicar a las personas en la represión. En Guanabacoa, la empresa de comercio y gastronomía queda frente de la estación policial, cuyos jefes presionan a veces a los directivos de la entidad para que actúen “en nombre del pueblo enardecido”.

El método es viejo y retorcido. La policía política reprime sucesos puntuales a través de grupos que “representan a las masas” para que parezca una respuesta espontánea. Con ese montaje matan dos pájaros de un tiro: paralizan a quienes manifiestan su inconformidad y convierten en cómplices a los oportunistas, ingenuos o desinformados que colaboran con el matonismo de los agentes del orden.

La violencia organizada forma parte del mercado político del castrismo. La intolerancia sólo cambia sus matices. No es muy original el arsenal de disfraces de los represores, quienes temen que el deterioro de la situación social desate una manifestación espontánea que, encabezada por algún opositor con olfato y valor, se convierta en un tsunami contra la dictadura.

¿Existirá un líder que aproveche las circunstancias desatadas por la crisis económica y política del país? ¿Seguirá la oposición pacífica con sus declaraciones y denuncias, mientras el Partido y la Seguridad del Estado ordenan a las empresas que movilicen a sus trabajadores para entrarle a palos a quienes colocan carteles o protestan en Guanabacoa, Marianao, Santa Clara o Santiago de Cuba?