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Los primeros plátanos 

Oscar Mario González 

LA HABANA, Cuba, junio (www.cubanet.org) - Luego de una ausencia de 8 meses, el pasado mes de abril aparecieron los primeros plátanos en el mercado agropecuario estatal, aunque un mes antes, desde marzo, se empezaron a ver en los mercados particulares.

Durante todos estos meses, posteriores a los ciclones, ha sido el boniato (con algún auxilio de  yuca y  malanga), el que vino a resolver el agudo problema de la alimentación. El cubano nunca tendrá como pagarle al boniato tan generoso y decisivo servicio, sin el cual las cosas habrían resultado mucho más dramáticas.

De no ser por este tubérculo la población canina habría desaparecido de forma irremediable pues, desde hace años, tantos como tiene la revolución, nuestros canes se  convirtieron en los únicos de su especie con hábitos totalmente vegetarianos. El cubano es, definitivamente, uno de los más fieles y sinceros amigos del perro, con el que ha sabido compartir la efímera cuota de alimentos racionados durante medio siglo; incluyendo los peores días del período especial.

De momento, los volúmenes de plátano que llegan al mercado estatal son insuficientes, por lo que su venta se restringe a 10 libras para evitar, según el gobierno, el acaparamiento. Por otra parte, el arribo de tan codiciado alimento a los lugares de expendio no es intermitente, sino ocasional. Una estrategia empleada por la población ante tales limitaciones, ha sido marcar varias veces en la misma cola, y así multiplicar la norma per cápita. Pero los días que corren no aconsejan valerse de tales artimañas que suscitan la ira y la protesta. La gente está como los animales de la selva, capaz de matar por la comida.

Pero nadie crea que comprar plátano es tarea fácil. Cuando se corre la voz de su llegada, la gente sale de la casa, jaba en mano, como enjambre de abejas cuando un fruto maduro cae sobre el panal.

Se aglomeran decenas de personas, formando una masa humana informe y acuciada por la necesidad de alimentación, cuyo único propósito es salir del lugar con alguna carga, a toda costa y a como sea.

La mayoría, experta en el fastidioso oficio de hacer cola luego de medio siglo haciéndola, pide el último y ocupa su lugar disciplinadamente. Pero algunos, los que pretenden pasarse de listos, no respetan el derecho ajeno y trata de ¨colarse¨, suscitando así el más enérgico rechazo por parte de los presentes.

En el agro mercado privado se pueden adquirir plátanos sin mayor dificultad y sin  tener que hacer cola, pero la diferencia de precio aconseja u obliga a comprarlo en los establecimientos estatales. En estos últimos se vende a 1,50 pesos la libra mientras que en el privado su precio es de cuatro, si se trata de la variedad llamada “macho”.

Definitivamente, el pueblo cubano es viandero y platanero por excelencia. Aunque consume todo tipo de viandas siempre ha sido el plátano el renglón preferido y, aunque el exceso de consumo de carbohidratos que supone una dieta a base de este renglón unido al arroz se critica desde hace mucho tiempo, los hábitos unidos a la necesidad, se imponen.


El plátano nunca fue deficitario en Cuba y siempre estuvo al alcance de todos. Incluso llegamos a exportarlo en su variedad de fruta. Durante la década de los años treinta del siglo pasado Cuba vendía millones de racimos anualmente a los Estados Unidos. La United Fruit Co. poseía extensas zonas bananeras en la cuenca de la bahía de Nipe, en la  zona más oriental de la Isla. Posteriormente, los terrenos fueron dedicados al cultivo de la caña de azúcar, pero el laborioso guajiro de la región siguió cultivando plátano en su pequeña parcela de tierra. Con el cultivo a cargo del pequeño agricultor privado Cuba satisfacía con creces la demanda interna del producto.

Los cubanos tenían al plátano macho en mayor estima que la propia yuca. La variedad “burro” o “fongo” era destinada al consumo porcino.

Aunque los habitantes de la Isla nunca pudieron imaginar que algún día escasearían los plátanos, hace casi tanto tiempo como años lleva la revolución en el poder, que conseguir uno se convirtió en un rompedero de cabeza para el cubano.