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El viaje a la luna en yegua

José Hugo Fernández

LA HABANA, Cuba, junio (www.cubanet.org) - Tan tortuoso y casi tan alucinante como un viaje a la luna en yegua resultó la travesía entre La Habana y Santiago de Cuba para los pasajeros del tren especial (llamado popularmente El Francés), que salió de la estación de origen el pasado martes 2 de junio, a las 11:30 P.M., y llegó a su destino el jueves 4, a las 6 de la mañana. 

La salida oficial estaba prevista para las 5 y 30 de tarde del día 2. Minutos antes de esa hora los pasajeros fueron informados que la máquina estaba en el taller, pero que no iba a demorar, así que debían permanecer atentos a un nuevo aviso, sin alejarse de la terminal.

Justo a las 5:30 P.M. escucharon por lo altoparlantes que se solicitaba la presencia del maquinista en el taller, de lo cual dedujeron que el tren ya estaba listo.

Una hora después les anunciaron que la partida había sido postergada para las ocho y media. Y poco tiempo después anunciaron por los altavoces que el tren partiría a las 9 y treinta. 

Finalmente salió a las11:40 de esa noche. Pero apenas anduvo unos minutos, pues se rompió a la altura de Guanabacoa; es decir, antes de abandonar los límites de La Habana. A la una de la madrugada del miércoles, el tren volvió a arrancar.  

Otras tres largas paradas por rotura esperaban a los pasajeros. En Placetas y en Guayos, dos pueblos del centro del país, y en Camagüey, ya en la zona oriental. 

Los angustiados pasajeros supieron que la parada en Guayos se debió al descarrilamiento de otro tren, que obstruía la línea. Sin embargo, en la operación el maquinista detectó problemas en los frenos de El Francés. De modo que casi podría decirse que aquella fue una rotura no programada, debido a la cual tendría que permanecer inamovible hasta las 6:30 P. M. del miércoles 3.

Cuando, dos días después de la partida, el tren especial Habana-Santiago arribó por fin a su destino, concluyendo un recorrido de casi mil kilómetros, lo único que sus empleados habían podido ofrecer para calmar el hambre y la sed de los pasajeros era un bocadito de mortadela y un refresco per cápita para los adultos, y además, un vaso de leche para los niños. Este paliativo ni siquiera se les entregó gratuitamente, como un gesto de retribución o elemental cortesía.

Tal vez la empresa de ferrocarriles hubiese estado dispuesta a brindar agua gratis, pero lamentablemente, ese tren, que lleva el rótulo de especial, no lleva a bordo nada para calmar la sed de los sedientos.   

Si en lugar de trasladarlos sobre raíles a través de la maltrecha geografía de la Isla se dedicaran a gestionar vuelos hacia la luna en yegua, por lo menos habrían podido dispensar, teóricamente, la probabilidad de que los pasajeros se comieran la yegua durante el viaje.