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Campanas al viento

Víctor Manuel Domínguez, Sindical Press

LA HABANA, Cuba, junio (www.cubanet.org) - Ursulina Valdivia no conocía ni de “la misa el canto”, como solían decir los pobladores de Puriales de Caujerí en el Guantánamo de los años 50.

Guajira montaraz, medio analfabeta, pero linda como el amanecer en la punta del lomerío, daba de comer a los animales, recogía las frutas, pilaba el café y se enternecía del surco al bohío pensando en el guateque de algunos domingos.

Con un mar pacífico prendido en el pelo era la comidilla de cada canturía.

Entre tragos de ron, controversias, requiebros y unas miradas del padre de “si te veo enamorisqueá te mato”, Ursulina Valdivia, enfundada en sus vestidito dominical de guarandol de a peso, encendía la noche de sus admiradores y la envidia de sus contemporáneas quinceañeras.

Nadie de aquella zona metida entre lomas y ríos como hilos de colores que serpenteaban por las manos frondosas de una tierra que semejaba el Paraíso, dejaba de admirar aquel cuerpo hipnótico como el vaivén de las mareas.

Arisca, insolente, segura de su belleza, Ursulina cantaba tonadas campesinas que saltando como tomeguines por el lomerío, se posaban sobre los azadones, las yuntas de bueyes, los secaderos de café, y caían como el rocío en el alma.

Tirso Puente, el hacendado, se llevó el gato al agua.  O mejor dicho, a Ursulina para su chalet, como llamaban los pobladores del valle del Caujerí aquella casona con paredes de mampostería,  techo de tejas, cinco cuartos y una camioneta Ford parqueada a la sombra de los cafetales que nacían en los alrededores y se extendía hasta el horizonte, detrás de las lomas.

Eleugerio Matos, el padre de Ursulina, supo que al viejo Puente quería irse a Guantánamo con Ursulina, y dejar la hacienda en manos de un mayoral.


Negado a separarse de la única compañía humana que le quedaba, Eleugerio hablo con Tirso sobre la posibilidad de acompañarles y este le dijo que no, pues de ahí seguirían para La Habana.

Y como nada permanece oculto bajo el sol, la noticia llegó al sitierío. Ursulina Valdivia, con el seudónimo de La Cantora, era la mujer predilecta de cuanto ricachón abría su bragueta en el prostíbulo Roof Garden de la ciudad del Guaso.

Y todo no quedaba ahí, le decían a Eleugerio. Mucho antes, el degenerado  Don Tirso la prostituyó en el American Bar, el Gran Vía, El Montana y El Bambú, entre otros lupanares guantanameros de renombre.

-¡Hija de majá sale pintá! -dicen que gritó Eleugerio y al poco tiempo sólo quedaba en su bajío la herrumbre de un arado y las tablas podridas de un corral-. Siempre creí que terminaría en un bayú. ¡Pero la mato!

Cuenta una sobrina de Eleugerio que alquila un cuarto para citas en la calle Suárez, que su tío nunca más vio a Ursulina, pero la mató.

¿Y cómo lo hizo?, le pregunté.

-La mandó a doblar. Antes, en Guantánamo, cuando una hija abandonaba el hogar y se metía en un bayú, muchos padres acudían a una especie de exorcismo contra la inmoralidad que le decían “doblar putas”. Se le daban dos pesos al cura del pueblo para que doblara las campanas por la muerte de la hija.

Cuando algunos vecinos preguntaron al padre por quién doblaban las campanas ese día, respondió:

-Están doblando por Ursulina.