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El ruso

Miguel Iturria Savón

LA HABANA, Cuba, junio (www.cubanet.org) - A Denis Torres Sokurenko le decían el ruso, pero era ucraniano; nació en Kiev, donde su padre fue a estudiar a fines de los años setenta, cuando Cuba giraba en la órbita de la Unión Soviética y Moscú era el centro de atracción de los países socialistas. El becario habanero regresó con su título universitario, una esposa bellísima y un niño de brazos que creció en un barrio de San Miguel del Padrón, entre las malas palabras de los vecinos y los susurros nostálgicos de la madre eslava, a quien conocí en agosto de 1998 en una Unidad antiaérea de Santa María del Rosario, mientras cada uno esperaba al hijo, convertidos en amigos por obra y gracia del Servicio Militar Obligatorio.

La amistad entre los jóvenes uniformados convirtió a Denis en visitante ocasional de mi casa, centro de fugas y coordinación de fechorías, hasta que ambos ascendieron a sargentos, lo cual implicó ciertas ventajas para tolerar las órdenes absurdas, el encierro y el hambre de los cuarteles, especie de barracones sin cañaverales.

El ruso es un rubio alto, fuerte, velludo, de pelo amarillo y ojos claros, un típico ejemplar eslavo bajo el sol tropical. A sus rasgos físicos sumaba el espíritu romántico de la madre ucraniana y la vocación militar del padre cubano. Como se convirtió en el mejor flechero del Ejército Occidental, creíamos que aceptaría un curso para oficiales, pero su inteligencia, carisma y jovialidad, lo ayudaron a buscar otro horizonte al concluir el servicio militar.

Como sargento y jefe de pelotón de una batería de cohetes se sintió decepcionado por la incompetencia, el desvío de recursos, la soberbia y el maltrato de los soldados por parte de los oficiales. La falta de equidad en el plano de las relaciones y su sentido de la amistad lo inclinaron al bando de sus compañeros, lo cual le creó problemas con el mando.

Al finalizar sus días en el regimiento el ruso se fugaba como los demás. En la postrimería fingió una lesión en la rodilla, se inyectó miel, empezó a cojear y obtuvo un certificado médico. Entonces alternó las guardias con un empleo en la cafetería de un vecino; luego incursionó en pequeños negocios, compraba autos viejos, los reparaba y revendía; invirtió su ganancia en la cría de cerdos y hasta especuló con corales.

Cuando obtuvo la baja ya había cambiado su estatus de vida y estaba preparado para sobrevivir de su esfuerzo personal en cualquier sociedad. Como en ese momento nuestros jóvenes buscaban el horizonte fuera de las costas cubanas, Denis se acordó de su condición natural y obtuvo el pasaporte de Ucrania o Rusia con la ayuda de la madre, que vivía en Cojímar con un mulato.

La corriente migratoria que predominó en la isla entre los años 2001 y 2002 pasaba por la obtención de una carta de invitación para ir  a Rusia, cuya embajada en La Habana concedía la visa con facilidad. El avión iba a Moscú pero se quedaba medio vacío en Madrid. El éxodo se interrumpe por la protesta de la Cancillería española cuando todos los pasajeros de una aeronave cubana pidieron asilo al llegar a Barajas; solo el piloto y sus asistentes continuaron el viaje.

Desde ese escándalo internacional nadie ha visto a Denis Torres Sokurenko, el ruso de Kiev que creció en La Habana, de donde partió en busca de otro paraíso. Sus amigos del servicio militar no saben si pasa frío en Kiev, vende jamón pata negra en Madrid o se baña en Miami Beach. Tampoco conocen si la madre se fue tras él, o se acostumbró al calor y al mulato de Cojímar. 

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