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Dos kilos de Fidel

Tania Díaz Castro

LA HABANA, Cuba, junio (www.cubanet.org) - Me sorprendí cuando me lo pusieron en las manos. No lo podía creer y mucho menos sostener. Era demasiado para mi artritis. Experimenté una sensación de molestia, un gran peso en el estómago. Estaba sentada en la sala de mi casa. Mi amiga Ana sacó el libraco de su gran bolso y cataplún, cayó como una bomba sobre mis manos.

Entonces comencé a sentir una rara preocupación, una angustia indescriptible, o algo peor: el padecimiento de tener que lidiar con aquello que luego supe que pesaba casi dos kilogramos, y que sobre todo, como no era mío, tenía la obligación de cuidar para devolverlo sano y salvo. 

Le hice a mi amiga la pregunta de rigor: ¿De qué tiempo dispongo? Y ella me respondió: El tiempo que quieras. En definitiva, lo devuelven enseguida a la biblioteca, porque al parecer, nadie se lo lee completo”.

-Sí, es mucho –dije.

-Es mucho -repitió Ana.

Miré bien el libro. Traté de sostenerlo con una mano y fue imposible. Tal vez lo hubiera logrado cuando joven. Su cubierta, dura y resistente, y por qué no, cruel y violenta, contribuía a que su manipulación no fuera nada fácil. Hasta daba la impresión de que en los talleres Huertas, S.A. de Madrid, donde se fabricó, se hubieran propuesto que ninguna fuerza pudiera ser capaz de romperlo.

Observé la portada, una foto de Fidel Castro desconocida, en blanco y negro y de perfil, que más se me parecía a mi difunto tío Ricardito que al invicto, con una expresión cínica en la mirada y un inusual rictus de maldad en los labios.

Consciente de su peso y volumen, me dije a mí misma: si has podido vivir cincuenta años bajo su dictadura, tienes que ser capaz de leer su minuciosa y verdadera vida. Al principio comencé a leerlo  por curiosidad. Luego por disciplina. Me habían dicho que en cada página del libraco estaba en perfecto orden cronológico el pensamiento más íntimo del dictador. Pero en la medida que avanzaba en la lectura, comencé a sentir que me sometía a un auto castigo, como si algo o alguien me obligara a leer. Muchas veces, lo confieso con cierta vergüenza, porque un periodista debe estar informado, tuve la intención de cerrar el libro definitivamente, de llamar a Ana para que me hiciera el favor de llevárselo y devolverlo a la biblioteca independiente de donde había salido.
  
Luego me dije: No, continúa. Así, llegué a la página 346. Saqué la cuenta de las que me quedaban. ¿Cómo llegar a la página 1,421?, me pregunté angustiada. Me faltaban fuerzas. Pensé darme por vencida.  Entonces  decidí dejar pasar unos días para volver a la página 347.

El colega Frank Correa tiene razón. Norberto Fuentes, el autor del libro, es demasiado puntilloso, agobiante. Otro colega calificó al libro de andar en bretes y chismes. Sin embargo, debemos de reconocer el coraje que ha tenido Fuentes en escribir este libro, el riesgo que corre donde quiera que esté. La valentía es lo que más admiro en el ser humano.

Pero, sinceramente, no pude seguir leyendo la Autobiografía de Fidel Castro, en su segundo tomo. Dos kilos de Fidel es demasiado para mí.