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Oficios peligrosos

Frank Correa

LA HABANA, Cuba, julio (www.cubanet.org) - Crispín, un viejo retirado del sector del comercio, al que le gustan las bromas pesadas, dice que los trescientos pesos mensuales de su pensión no le alcanzan ni para mal morir. Quiere ponerse a trabajar nuevamente, pero en algo que no sea riesgoso ni complicado.

Su nieto anda también en los trajines de encontrar un empleo. En las oficinas de ubicación laboral  le dijeron que  sólo quedan vacantes para cazador de cocodrilos en la ciénaga de Zapata, y sepulturero en el cementerio de Colón.

Para Crispín estos dos empleos no son “la última carta de la baraja”. Le asegura al nieto que actualmente el oficio más arriesgado y que más percances genera  es el de periodista independiente. Sobre las cabezas de los comunicadores penden, sujetas con hilos, condenas de hasta veinte años. El hostigamiento  incesante y la persecución de la Seguridad del Estado exigen un esfuerzo infrahumano a estos trabajadores de la información.

Sin embargo, la caza de cocodrilos representa un buen salario, que sumado a las primas por sobre cumplimiento, la dieta por lejanía del hogar, la peligrosidad y las condiciones especiales de trabajo, vuelven tentadora la especialidad. También tienen acceso a los derivados de la piel. Un cocodrilo joven disecado se vende en el mercado negro a un precio excelente en moneda convertible. Aunque arrastra los riesgos propios del oficio: pésimo estado de los botes, la zona infestada de animales adultos, los procedimientos de enlace  son ortodoxos, el cazador debe colocar con la mano una varilla entre las fauces abiertas del animal para impedir que ataque mientras lo enlazan.

Por otro lado, el sepulturero del cementerio de Colón también cuenta con un salario básico alto. Redondeado con las reventas clandestinas de las coronas depositadas sobre las lápidas. Incluso si venden las flores sueltas en la esquina de 12 y 23 pueden sacar más provecho. Saquean los sarcófagos, reciclan los clavos y hasta  el cristal de las cajas los extraen para vendérselo a los fabricantes de porta retratos. Muchas veces el vestuario del occiso es de primera calidad y lo hurtan. Recuperan los zapatos, el cinto, y en el mejor de los casos piezas de oro y plata de las dentaduras.

Los riesgos del sepulturero están en las reiteradas incursiones nocturnas de otros profanadores, que van por cráneos y esqueletos para trabajos de santería. O los ladrones de mármoles y vitrales. Otro riesgo del sepulturero es la incertidumbre que provoca el roce cotidiano con las fuerzas oscuras del más allá.

Según Crispín, si lo obligan a escoger el más peligroso de los tres oficios, no lo duda un segundo. A pesar de las fauces temibles de  los reptiles y la misteriosa correspondencia con los muertos, ser periodista independiente no tiene oposición. Prisiones como Villa Maristas y el Combinado del Este dejan chiquitos a los cocodrilos y los misterios de la tierra removida de los sepulcros.