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Nefasto en sexo, política y estandartes Víctor Manuel Domínguez, Sindical Press La cuestión es que a Bubú rabo de nube (en el carné de identidad Eusebio), o Melesio picapiedra, bautizada Yolanda, no los acosen o marginen por blanditos o tener tremendo vozarrón, en ese orden. Lo demás puede esperar. De acuerdo con el artículo de Ivette Leyva Martínez publicado en El Nuevo Herald bajo el sobrecogedor título La revolución de Mariela, “en medio de la parálisis que ha permeado a la sociedad cubana durante el año y medio de la enfermedad de Fidel” (y el mandato de Raúl), el plumero levantado por la Castro Espín es el único proyecto claro de cambio. El Proyecto Varela no importa. Mucho menos la Asamblea para Promover la Sociedad Civil, los sindicatos y la prensa independiente, así como tampoco el Arco Progresista, Todos unidos y otros intentos civilistas por sacudir al país la pólvora y los polvos bajados de la sierra en el año 1959 del pasado siglo. Y ni hablar de la guerrita los e-mails, el pataleo de la nueva clase ante el anuncio de clavarles un impuesto a su divisa “después de mí, el diluvio”, la sinrazón de los estudiantes de la UCI por querer viajar a La Higuera sin permiso, pese a los altos precios del petróleo, y otras bromas macabras como elegir a quién les dé la gana. La cuestión es que hay que borrar del recuerdo acontecimientos como la noche de las tres P (una razzia homofóbica y de intolerancia contra pájaros, putas y proxenetas), efectuada en el exclusivo Vedado de La Habana en plena “década prodigiosa”. O la imagen de las alambradas de la UMAP (Unidades Militares de Ayuda a la Producción), donde cientos de homosexuales fueron encerrados para hacerlos “libres” de supuestas desviaciones y blandenguerías indignas del hombre nuevo. “No se puede ser homosexual y revolucionario”, como dijera Macho Pérez (alias La Virgen del Rocío Atapiñada), en una reunión de integrantes del “partido”. Pero según se desprende de lo escrito por Ivette, la reforma pro gay iniciada por Mariela Castro Espín, directora del Centro Nacional de Educación Sexual (CENESEX), pese a que tiene poderosos enemigos dentro del régimen cubano, si no un paso de avance en medio de la jaula, si es un buen aletazo a la falta de alpiste democrático. Ya se verá después cómo se aboga por eliminar el exceso de prohibiciones, el uso indiscriminado del aborto, la violencia doméstica y la falta total de libertades. Ahora lo que importa es promover que 27 personas en lista de espera se cambien de sexo, sin importar que 11 millones no puedan hacerlo de vivienda, de menú o de zapatos. La toma del sexo como estandarte político para iniciar reformas dentro del país, a partir del derecho a que Alfredo decida revocar su nombre por Teresa, Antón por Jennifer o César por Alejandra, puedan casarse dos personas del mismo sexo, y tengan derecho a estornudar sin ser ofendidos, demuestran las posibilidades de vuelo que existen dentro de la nación, cuando un proyecto es conducido por una sagaz política del nivel de Mariela. De seguro no se podrá viajar, dormir con los ojos cerrados o escoger las palabras que se quieran decir, pero se garantizará el derecho a cambiarse el cubano por cubana (y viceversa), en una pachanga donde el sexo, la política y los estandartes darán la vuelta al mundo como un signo falso de que la Isla vuela, o mejor dicho, se arrastra hacia la luz.
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