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Con la jaba a cuestas Oscar Mario González LA HABANA, Cuba, abril (www.cubanet.org) - Un cubano que ande por la calle desprovisto de una jabita es como un soldado sin fusil en medio del campo de batalla. Ella, la jaba, ha de ir con nosotros con mayor obligatoriedad que nuestra propia sombra, acompañándonos de noche y de día, a la salida del sol y en el ocaso de la tarde. Tampoco sabemos si en nuestro trayecto encontraremos un punto de venta de productos cárnicos donde comprar un jamón mejor elaborado que el habitual; ese fabricado por el estado, fofo y aguachento, que cuando se mete en el congelador adquiere la consistencia del “duro frío”. En todas partes, hasta en las fiestas de más “nivel” o en los congresos de cualquier cosa (el socialismo es muy proclive a los congresos, romerías y bachatas); ya al final, luego de los aplausos por lo éxitos alcanzados y de la alusión a la patria y a la muerte y de los vivas a los hermanos Castro, cuando viene la parte “comestible”, hasta los más elegantes y de mejores modales, sacan su jabita de la cartera o el bolsillo y echan, con disimulo, todo lo que puedan en ella. Con sigilo y precaución, pero sin que el pudor les haga cometer la tontería de no llevarse toda la comida posible. Los hijos en casa no perdonarían que los recatos de papá y mamá los dejara con la barriga vacía. Hay muchos tipos de jabas, de diferentes precios y para diferentes usos. Unas están hechas por particulares, de sacos plásticos, y se venden a cinco o diez pesos, otras de cintas plásticas tejidas que se venden a l5 o 20; las hay también de tela o de nylon, de esas que anuncian todo tipo de productos y empresas. Las más comunes son las de nylon producidas por el estado con letreros o en blanco. Muchos ancianos se dedican a vender estas bolsitas para ganar algún dinero. |