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A diez años de la visita del Papa (II parte) Oscar Mario González LA HABANA, Cuba, febrero (www.cubanet.org) - Para comprender cabalmente el impacto y la trascendencia de la visita papal a nuestro país que tuvo lugar del 21 a 25 de enero de l998 se requieren, por los menos, dos cosas: ser cubano y haber sufrido en carne propia los rigores del totalitarismo. En esos días los cubanos se sintieron revividos, resucitados. Entonces comprendieron que la dicha de la normalidad no estaba negada a los cubanos, que la esperanza era también atributo de los hijos de Cuba. Que ellos también eran hijos de Dios y dignos de su amor. Cuarenta años de látigo, subestimación y discriminación le habían hecho creerse un ser indigno del favor y la amistad divinos. Por primera vez, en cuarenta años, el que convocaba a la plaza no era el hombre furibundo y peleón de color verde oliva sino un anciano frágil y enfermo vestido de blanco. Y lo hacia en nombre del amor y la fraternidad sin el lenguaje confrontativo tan habitual en las últimas décadas. Pero, lo más importante: la asistencia era voluntaria. Se concurría o no a la cita según la libre voluntad de cada cual sin que la inasistencia tuviese la más mínima incidencia en la vida de cada uno, ya fuese para bien o para mal. Por primera vez se iría a la plaza para escuchar y meditar; para ejercitar la capacidad amorosa del corazón humano y no para gritar consignas ni maldecir a supuestos enemigos cuya existencia niega la razón y el sentimiento. Esto, luego de ocho lustros de marchas y desfiles signados por una ideología excluyente, era más que un sueño: era un milagro. Por ello el alma se alegraba infinita de gozo. Ya todo seria posible luego de aquel imposible. Lo único que realmente lucía improbable era que luego de aquellas clarinadas la patria volviera a hundirse en las tinieblas; que después de regodear el sabor de la dicha se retomara el camino de la desgracia y el sufrimiento. A veces no me explico el por qué a un pueblo tan generoso le ha tocado un destino tan triste y, lo que es peor, tan persistente. Cómo la maldad pueda haber echado raíces tan profundas en tan bondadoso suelo. Sus palabras fueron para entonces, para ahora y para el mañana; tienen la frescura del presente y señalan el futuro. Ellas retratan el espíritu. Parece que quien las dijo leía en el idioma del alma de cada cubano. “ No tengan miedo, abran las familias y las escuelas a los valores del Evangelio de Jesucristo, que nunca son un peligro para ningún proyecto social. No esperen que todo les venga dado. Asuman su misión educativa, buscando y creando los espacios adecuados en la sociedad civil”. “¡Cuba: cuida a tus familias para que conserves sano tu corazón!”. Las palabras anteriores estuvieron dirigidas a la familia cubana durante la misa efectuada en Santa Clara el dia 22 de enero de l998. El 23 de enero les decía a los jóvenes cubanos desde la ciudad de Camaguey: “¡Vuelvan a las raíces cubanas y cristianas, y hagan todo cuanto esté en sus manos para construir un fututo cada vez más digno y más libre. Afronten con fortaleza y templanza, con justicia y prudencia los grandes desafíos del momento presente!”. “Jóvenes cubanos, Jesús, al encarnarse en el hogar de Maria y José, manifiesta y consagra la familia como santuario de la vida y célula fundamental de la sociedad.” Ya en la capital y desde la Plaza de la Revolución, en misa solemne celebrada horas antes de partir, en la mañana del 25 de enero, nos decía: …”un estado moderno no puede hacer del ateismo o de la religión uno de sus ordenamientos políticos. Para muchos de los sistemas políticos y económicos hoy vigentes el mayor desafió sigue siendo el conjugar libertad y justicia social, libertad y solidaridad”. En esta misma ocasión revelaba un pensamiento del Apóstol nunca escuchado por la inmensa mayoría: “un pueblo irreligioso morirá porque nada en el alimenta su virtud”.
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