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La salida sin regreso, tragedia del exilio cubano

Miguel Saludes

MIAMI, Florida, noviembre, www.cubanet.org -La historia de una joven cubana oriunda del poblado costero de Bahía Honda, al norte de Pinar del Río, captó la atención de la prensa hace unas semanas. Yaquelín Lugo, casada con un ciudadano español desde hace ocho años, reside en Madrid. Allí ha sufrido los azares de una crisis económica internacional que afecta a España en grado sumo. 

Yaquelín  manifestó al periodista que la entrevistó su deseo de regresar a Cuba, algo que se ha trazado como objetivo. Reconoce las dificultades que atraviesa la isla, donde sabe que existen carencias, pero la experiencia española ha sido muy dura para la joven. “Es mejor afrontar aquello que soportar la tortura de vivir en la abundancia sin poder acceder a ella.” Concluye Yaquelín. Al menos ella trabaja en un supermercado, pero su esposo no ha tenido igual suerte y es un número más en la inmensa cifra de parados en su país. Por eso Yaquelín quiere regresar a Cuba acompañada de su esposo, a quien espera convencer para que la secunde en esa solución.

Historias como las de Yaquelín abundan en la extendida diáspora cubana. En cualquier sitio donde ésta se ha asentado se producen experiencias y choques, ligados a la nueva realidad. Vivencias malas ocurren en los lugares más pobres y en los más ricos. Cuando suceden en escenarios de la segunda categoría pueden parecer poco creíbles, sobre todo para quienes han quedado atrás con la mirada puesta en lo que pareciera ser la única salida posible a los problemas y vicisitudes que viven en su tierra, Cuba en este caso.

Los tropiezos con la realidad cruda del exilio a veces conducen a desenlaces trágicos. La opinión pública de Miami se estremeció con la noticia de la muerte de un joven cubano, que apenas llevaba una semana en la ciudad. Aparentemente enloquecido, el hombre se arrojó en plena vía congestionada desde un taxi en marcha. Su cuerpo fue impactado mortalmente por el torrente de autos en el que se sumergió. Lizandro Marino, ingeniero de 25 años, había dejado a toda su familia en la isla. Llegó a Estados Unidos atravesando varias fronteras. Los motivos de esta desventurada muerte se desconocen, pero no sería arriesgado suponer que la frustración ante una realidad no esperada, fue uno de los factores.

Un joven conocido recibió una buena nueva a través de Facebook. Un amigo del muchacho está a punto de concretar el anhelado sueño de viajar a Norteamérica, reclamado por su padre. Aprovechando el contacto con su antiguo compañero de estudios, que vive desde hace años en esa parte, quiso que este le pudiera al corriente acerca de todos los detalles que le esperaban en esta orilla. La descripción que recibió tal vez no fue la que esperaba. Evitando poner adornos y oropeles, su amigo le puso al corriente de todo lo bueno y lo malo que podría encontrar en su futuro destino.

Y es que las personas desesperanzadas que salen de Cuba en busca de mejores horizontes, a veces reciben una idea distorsionada sobre la vida en otros sitios. Bien por una información incorrecta, poco objetiva de los problemas que existen en cualquier parte, o por el reflejo de una falsa imagen transmitida por quienes quieren mostrar el rostro triunfador del exiliado. También influye  el manejo paternalista de los familiares que a costa de sacrificios y grandes desembolsos, ayudan a los que dejaron en casa. En muchos casos estos desconocen las privaciones que conllevan los envíos de paquetes y remesas. Sea por el engaño noble del que no quiere herir sensibilidades, o por la hostilidad del medio que hace difícil mirar objetivamente las imperfecciones ajenas, los cubanos hacen en sus mentes una concepción poco real del mundo exterior.
   
No es el caso de los que salen de la Isla porque en ella solo les quedó como alternativas la exclusión social, la cárcel y cargar con el peso de la represión por plantar oposición al régimen establecido. Así sucede con los que se acogen al refugio político, que no pueden pararse en discernimientos sobre el funcionamiento de la vida fuera de la Patria. Son los que en distintas generaciones han tenido que enfrentar cualquier condición adversa allí donde le abrieron las puertas. Les basta con encontrar libertad, sagrado valor por el que tuvieron que salir de su tierra. Ya con ésta verán recompensados sus desvelos y justificadas las peores miserias.
 
No hay paraísos terrenales allende los mares. Creerlo puede conllevar al fracaso temprano y al desespero por el regreso. Pero un hecho que resulta común para cualquier persona en otras latitudes, se torna en la gran pesadilla de los cubanos que emigran. Regresar es casi un imposible para los que no han podido adaptarse, vencer o superar las pruebas que impone la vida del emigrado. A la arbitrariedad que significa la “salida definitiva” estampada en los pasaportes del ciudadano que emigra, el gobierno cubano suma la confiscación de sus propiedades y bienes, haciendo que en la mayoría de los casos el retorno sea imposible.

Es por ello que, en estos días en que se escucha un clamor de voces pidiendo la derogación de la llamada tarjeta blanca o permiso de salida del país, reclamo que hace coincidir a disidentes y personalidades comprometidas con el sistema vigente en la Isla, debe enfatizarse con mayor fuerza la anulación de la “salida definitiva”.  Mientras esa figura migratoria exista, personas como Yaquelín, Lizandro o Adrián Leiva, exiliado político que luchó hasta la muerte por el derecho a regresar a su patria, tendrán el camino de vuelta sellado a sus espaldas. La otra gran tragedia de la diáspora cubana.