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Pepe y los ratones

Frank Correa

LA HABANA, Cuba, diciembre (www.cubanet.org) - De todos los inventos del género humano,  el dinero es el que más placer y dolor reporta. En Cuba, esto se multiplica hasta  el infinito. Hace unos días, Pepe Macario llevó a su amiga de Santa Fe unas ediciones viejas de El Nuevo Herald y 15 cuc (18 dólares), pero como no se encontraba en casa, dejó los periódicos en una silla del portal, y se fue con el dinero para entregárselo más tarde.  

Cuando la amiga lo llamó por teléfono, Macario quiso jugarle una broma, y le dijo que el dinero estaba dentro de uno de los periódicos, que buscara  los billetes en el piso, tal vez uno de sus perros o alguno de los gatos se los había comido, pero algunos se habrían  salvado. Sugirió una intervención quirúrgica a los animales para buscar los billetes. La  señora  replicó que sus mascotas no tocaban el  dinero.

Para tranquilizarla Pepe reveló la verdad: se trataba de una broma. Sin embargo, es una leyenda en Santa Fe lo ocurrido al tío de Pepe, cuando los ratones le robaron cincuenta mil pesos de un premio que se ganó jugando a la bolita. El viejo guardaba “el guaniquiqui” entre las tejas del techo, para las épocas de crisis, como la  que estaba atravesando el país.  

Dice Pepe que cuando el tío subió al techo para sacar su fortuna y no la encontró, casi se vuelve loco, pero descubrió una senda de retazos que desaparecía  en un hueco bajo el armario. En aquel dinero le iba la vida y, desesperado, se mantuvo vigilando  el movimiento de  los ratones durante meses.

Los vecinos lo tildaron de chiflado al verlo cada noche hurgando en los basureros, registrando las alcantarillas, sondeando los matorrales que circundan el pueblo, hasta que descubrió la ruta utilizada, una  maraña de túneles que convergían en una cueva situada en una loma, debajo de los tanques que abastecen de agua a Santa Fe.

A la luz del día, con la ayuda de un pico y una pala, cavó un metro bajo del tanque hasta  horadar las paredes de la caverna. Cientos de ratones salieron en estampida y desaparecieron  ante sus ojos con los  billetes en la boca, y mirándolo horrorizados, como si  se tratase  de un asaltante.

El viejo sólo  pudo recuperar un par de miles, que cambió en el banco (con descuento) como moneda deteriorada.