www.cubanet.org
CubaNet no reclama exclusividad de sus colaboradores, y autoriza la reproducción de este material, siempre que se le reconozca como fuente y su autor.
 

Crispín vive cesante

Tania Díaz Castro

LA HABANA, Cuba, diciembre (www.cubanet.org) - Crispín es uno de esos parias que ya no son bichos raros en nuestra sociedad, porque como él, hay muchos, cada día más, en cada barrio. No niega que le gusta el ron y lo mismo bebe al amanecer que cuando cae la noche. Eso sí, lo ofenden cuando alguien le dice borracho y rápidamente aclara, con cara de pocos amigos, que no es un borracho, sino un hombre a quien le gusta beber.

Pero a veces Crispín está sobrio. Entonces, los que confían en su buen proceder, le piden que haga algún trabajo, como limpiar un patio, chapear un jardín o buscar viandas en Cangrejera, un pueblito cercano a Santa Fe.

Cuando sonríe y mira de frente, como hombre sincero, también aprovecho y converso con Crispín, que es un rico almacén de viejos recuerdos, porque sobrepasa los ochenta y habla hasta por los codos.

Hace unos días me contó sobre las cesantías del capitalismo, que sufrió en carne propia desde niño, aquí mismo, en La Habana donde nació. De la primera, recuerda lo que contaba su madre. Al caer el presidente Machado perdieron su casa porque el padre era un trabajador muy allegado a la familia del dictador y nada quiso saber de la denominada pentarquía, formada por cinco figuras políticas de la época.

La segunda cesantía, que dejó a oscuras el hogar donde vivía con sus seis hermanos y sus padres, en la calle Belascoaín y Virtudes, en pleno corazón habanero, fue cuando Ramón Grau San Martín terminó su mandato presidencial. La tercera, cuando Batista dio el golpe de estado, en 1952 y Carlos Prío Socarrás se fue de Cuba.

La última, que es la que recuerda con más dolor, porque tenía esposa y tres hijos que mantener, fue en 1959, meses después de la entrada de Fidel Castro en La Habana. Él y su padre trabajaban en el Ayuntamiento, en las oficinas del alcalde. Recuerda que levantar cabeza de nuevo no les fue fácil. Pusieron un puesto de fritas en la calle Infanta y a los pocos años, en el 68, lo perdieron cuando el gobierno intervino todos los pequeños negocios.

Ahora Crispín no sale de su sorpresa con el más de un millón de trabajadores que serán cesanteados en Cuba, porque, según el Estado, sobran. Le pregunto por qué se sorprende:

-Será duro. Eso pasaba antes, cuando el gobierno cambiaba, pero jamás así, de forma tan escandalosa. Mucho que criticó Fidel Castro el asunto de las cesantías. Las cosas que hay que ver. Y lo que nos falta.

Crispín se quita la gorra, se peina con la mano derecha y saca del bolsillo su canequita de ron, ya vacía.

Por último agrega que la cesantía que viven él y muchos de sus socios de la esquina, es la más dura, porque es definitiva, hasta morir.

Se aleja con su paso inseguro y su ropa sucia y raída; parece un mendigo.