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TINTA RÁPIDA

Raúl Rivero: Fútbol en Cuba

LAS PERSONAS que viven muchos años bajo una dictadura, en condiciones difíciles y peligrosas, desarrollan habilidades especiales para percibir y, con frecuencia, sentir el goce de la libertad ajena. La pasión encuentra en otras geografías, en otros mundos, la materia que le abre una puerta a la evasión y le permite al ser humano experimentar, como una fiesta personal, la emoción y el regocijo aunque se vivan y se disfruten en lugares lejanos.

Esta semana, el partido de fútbol entre el Barcelona y el Real Madrid, que paralizó a España y se vio en casi todo el planeta Tierra, tuvo en Cuba una repercusión extravagante relacionada con esa filosofía sentimental de las vibraciones distantes.

Tengo en la memoria una foto, también sugerente, de unos aficionados de Haití, en medio del riesgo del cólera, el hambre y el desconcierto, en plena celebración por el triunfo de los hombres de Pep Guardiola. En la ciudad cubana de Santa Clara, en la zona central de la isla, pasó otra cosa: una bronca antigubernamental que refuerza la teoría de que nadie sabe el punto en el que va a caer un balón mientras está en el aire.

Unos 1.500 jóvenes (la mayoría estudiantes universitarios o del bachillerato) pagaron tres pesos cubanos para ver en un cine el encuentro entre los dos grandes equipos de España. A última hora, los responsables de la instalación no trasmitieron el juego. Pusieron en la pantalla un documental criollo.

Esa decisión desencadenó un episodio de violencia que terminó con cerca de un centenar de detenidos, la presencia de 22 carros patrulleros de la policía, la destrucción de butacas y del decorado del cine. Y la frustración general de un sector de la sociedad que esa noche quería, aunque fuera de lejos, aplaudir a sus ídolos deportivos.

Las protestas de los fanáticos del fútbol para que les devolvieran el dinero de entradas derivaron en gritos y consignas en contra de los dirigentes cubanos y el socialismo. Y a favor de la libertad y de los derechos humanos.

A pocos metros del escenario de la reyerta popular, en un bar estatal, otros devotos del Barcelona o del Madrid vieron el partido hasta el pitazo final después de pagar unos siete dólares.

Uno de los reporteros que reseñó la tormenta local fue Guillermo Fariñas. El periodista, premio Sajarov de este año, vive en esa ciudad y terminó su nota sobre la explosión social por el balón español con esta línea lanzada contra una portería vieja y desarticulada: «Lo que ocurrió en Santa Clara fue tan solo el avance de la película que se avecina en Cuba en el 2011».