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Cuba y la globalización; oportunidades y retos

Por Oscar Espinosa Chepe

En vísperas del Siglo XXI, la humanidad ha entrado en una nueva fase de desarrollo con cambios de magnitudes sin precedentes en su milenaria historia.

Este radical proceso de transformaciones a escala planetaria, conocido como Globalización, hoy coronado por una revolución, científico-técnica de alcances incalculables, que podrían hacer realidad los sueños más hermosos de aquellos pensadores quienes en el pasado anhelaron y lucharon por un mundo totalmente libre del azote del hambre y la miseria.

Sin embargo, estas enormes posibilidades vienen acompañadas por inmensos desafíos. El fenómeno de la mundialización, con la supresión de los aislamientos nacionales, trae aparejado el desarrollo de la competencia a niveles nunca vistos a través de la interconexión de los mercados.

Así, se corre el riesgo de que las sociedades más eficientes y preparadas, dominadoras de los grandes avances científico-técnicos, acrecienten la importante brecha existente entre los niveles de vida de los países ricos y la de los del Tercer Mundo, incluso que pueblos enteros queden aplastados y marginados por las fuerzas ciegas del mercado.

La humanidad tiene que estar consciente de esta situación, de la cual no faltan premonitorios ejemplos recientes, a fin de tomar medidas para evitar que sus avances se conviertan en formidables obstáculos al progreso.

En primer término resulta indispensable la búsqueda de un mundo más solidario, donde los países con mayores riquezas y desarrollo cooperen más efectivamente en el combate contra la ignorancia, las enfermedades y la miseria prevalecientes en extensas áreas.

La solidaridad internacional no es ya simplemente una conducta caritativa, sino también un imperativo de estos tiempos.

Las grandes economías desarrolladas necesitan con mayor fuerza mercados para sus sofisticadas producciones, por eso requieren con urgencia el avance en todos los sentidos de las naciones del Tercer Mundo, ya que los pueblos con grandes segmentos de su población hundidos en la miseria y la ignorancia nunca podrán ser importantes consumidores de esos artículos.

No obstante lo anterior, sería realmente ilusorio suponer que solamente con la decisión de cooperar de las naciones ricas podrían resolverse los inmensos problemas acumulados en el Tercer Mundo.

Para ello, los países receptores de la colaboración también tendrán que mostrar conductas encaminadas al progreso y una verdadera voluntad de cambio en un mundo inmerso en una radical transformación. No es un secreto que en el pasado mucha de la asistencia para el desarrollo se despilfarró en un marasmo de irresponsabilidad, ineficiencia, proyectos inviables, fabulosos gastos militares y, en no pocos casos, por la corrupción; mientras los pueblos han estado sumidos en la más abyecta miseria.

La globalización, con la imbricación de los mercados financieros, facilita la transferencia del ahorro creado en los países ricos a los pobres, con las correspondientes tecnologías y avances, para ser invertidos. Realidad que como tendencia puede ser un factor decisivo en los esfuerzos contra el atraso y el subdesarrollo a escala planetaria.

En la lucha por la atracción de las inversiones extranjeras y la agudización de la competencia, los países menos desarrollados estarán obligados a tensar su potencial productivo, en especial el intelectual, pasando a primer plano la iniciativa y la creatividad del ciudadano y la colectividad en la elección de las mejores variantes del desarrollo.

En la sociedad esto exige un ambiente pacífico, donde se confronten las ideas a través del diálogo constructivo. En un mundo tan complejo, la democracia y el pluralismo constituyen necesidades vitales, elementos indispensables para el desarrollo humano. Sin ellos, resulta imposible hoy la creación de estructuras sociales capaces de afrontar la competitividad y las enormes dimensiones del mercado que impone la globalización.

Con la caída del muro de Berlín quedaron atrás los sueños de que un mundo estatizado podría traer la prosperidad y la felicidad a los pueblos.

La experiencia reciente también demuestra de nuevo que las teorías que ven al mercado incontrolado como el mecanismo ideal para resolver los problemas del desarrollo, no son más que quimeras. Nadie puede negar que el mercado es una categoría económica objetiva, la cual bien utilizada resulta una magnífica herramienta. No obstante, está probada su incapacidad para garantizar espontáneamente la equidad y el correcto funcionamiento de la competencia.

La experiencia reciente también demuestra de nuevo que las teorías que ven al mercado incontrolado como el mecanismo ideal para resolver los problemas del desarrollo, no son más que quimeras. Nadie puede negar que el mercado es una categoría económica objetiva, la cual bien utilizada resulta una magnífica herramienta. No obstante, está probada su incapacidad para garantizar espontáneamente la equidad y el correcto funcionamiento de la competencia.

El crecimiento sostenido del Producto Interno Bruto (PIB), los equilibrios financieros internos y externos, así como la eficiencia económica constituyen condiciones indispensables para el desarrollo y bienestar de los pueblos. Sin embargo, son insuficientes si no van acompañados de políticas sociales encaminadas al disfrute de las riquezas por todos los ciudadanos.

La brecha que se observa entre ricos y pobres en extensas regiones del mundo, de no tener solución y seguir ampliándose, pudiera amenazar los inobjetables logros macroeconómicos y políticos conquistados en los últimos a-os en algunos países, particularmente en América Latina, regresándose a un clima de violencia y explosiones sociales. No son tiempos en los cuales la inversión extranjera busca ante todo naciones con bajos costos de mano de obra. Hoy, entre sus máximas prioridades se encuentran la estabilidad política y económica, elementos muy difíciles de conseguir donde impere la injusticia e inseguridad sociales.

Por lo tanto, la creación de oportunidades para todos los ciudadanos y la equidad se han convertido en factores decisivos para el progreso de las naciones.

En el contexto de este complejísimo escenario mundial, se inserta Cuba, con sus grandes posibilidades y desafíos, sumida en la mayor crisis política, económica y social de su historia, mientras en el mundo se producen cambios trascendentales que inevitablemente afectarán la vida de cada hombre y mujer del planeta.

Cuba, como nación, tiene elementos muy importantes para hacer frente a la globalización. En primer término, posee una población con niveles de instrucción y salud relativamente altos en comparación con países del Tercer Mundo y, como se conoce, estos son factores determinantes para el desarrollo.

Por otra parte, si bien la Isla no cuenta hasta el momento con importantes recursos energéticos, sí tiene en su subsuelo valiosos minerales como el níquel; posee una tierra fértil y cultivable todo el año, bellezas naturales indiscutibles y una envidiable posición geográfica, entre otras bases para ampliar su prosperidad.

En el VI Congreso de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), el Lic. Osvaldo Martínez señalaba que "uno de cada trece cubanos es un graduado universitario; uno de cada ocho, un egresado de la enseñanza media; y la población posee una escolaridad de nueve grados".

Esta información aportada por el Presidente de la Comisión Económica del Parlamento a la vez que nos llena de legítimo orgullo, hace meditar y surge la pregunta: ¿cómo es posible que con tal potencial técnico-cultural, la realidad económica del país sea tan lamentable?

Como se sabe, después de la pérdida de la enorme subvención proveniente del bloque soviético, la economía cubana sufrió un enorme shock causante de una disminución acumulada del PIB del 34% hasta fines de 1993, con un impacto demoledor sobre el nivel de vida de la población y prácticamente todos los aspectos de la sociedad.

Cuando la crisis llegó a su peor momento en 1993, el gobierno se vio forzado a la adopción de tímidas reformas, algunas de las cuales habían sido rechazadas reiteradamente con anterioridad. En un país con un considerable caudal productivo sin explotar, la modesta apertura iniciada propició una cierta reanimación económica en los años 1994-1997.

No obstante, con la paralización de las peque-as reformas, e incluso con el paulatino cierre de algunos de los espacios abiertos a la iniciativa individual, la economía cubana retoma un período de regresión que está teniendo funestas consecuencias para el nivel de vida de la ciudadanía.

Así, el principal rubro productivo del país, el azúcar, alcanzó en 1998 los niveles más bajos de los últimos 55 a-os, y su eficiencia tanto agrícola como industrial, según datos de CEPAL y FAO, se sitúa entre las más mediocres del mundo.

Cuba, que fue históricamente la mayor exportadora, actualmente es superada por Brasil, la Unión Europea, Tailandia y Australia, bajando su participación en el mercado azucarero mundial, como suministradora, de un 21% en 1990-91 a un 10% en 1996-97 y, según estimaciones de especialistas, a un 7.2% en 1997-98.

Si calamitosa es la situación de nuestro principal rubro de exportación, no lo es menos el estado de la agricultura no cañera, incapaz de alimentar al pueblo, lo cual obliga a utilizar entre un 20-25% de la magra capacidad de compra externa para la adquisición de alimentos que en buena parte podrían para la adquisición de alimentos que en buena parte podrían producirse en nuestras fértiles y subutilizadas tierras.

La masa ganadera vacuna, por ejemplo, de un volumen de cabezas existentes en los años sesenta de 7,1 millones descendió a los 4,7 millones en este decenio, con un pronunciado decrecimiento de la calidad de las reses que a duras penas garantizan la leche a los ni-os hasta los 7 años de edad.

En sentido general, las demás ramas de la economía presentan serios problemas con excepción de aquellas donde de alguna forma se han liberado en cierta medida las fuerzas productivas y se ha brindado determinado estímulo a los trabajadores. En este caso se encuentra el turismo, reactivado después de decenios de paralización, o la producción de níquel, ambos beneficiados por la inversión foránea.

También debe citarse el cultivo del tabaco, el cual tras años de abandono se ha recuperado, impulsado por una política de distribución de tierras en usufructo y determinados estímulos, hecho que prueba el importante potencial productivo existente.

Adicionalmente, el país se enfrenta a un grave problema de descapitalización material y humana. En el primer caso, producto de una acelerada depreciación de los medios básicos, influido por un conjunto de problemas entre los cuales se destaca la falta prolongada del mantenimiento requerido. Tampoco existe una adecuada reposición de bienes capitales, pues los niveles de inversión además de que difícilmente pueden sobrepasar los ritmos de la acelerada depreciación relacionadas con la captación de divisas, dejando el resto de los sectores productivos e improductivos inmersos en un fuerte proceso de desvalorización.

En cuanto al capital humano, como se señaló anteriormente, el país ha llegado a poseer un importante caudal, pero se está erosionando constantemente, ya que muchos profesionales de larga experiencia, presionados por la crisis, optan por abandonar la Isla o aspiran a hacerlo en el futuro. Otros cambian de trabajo hacia posiciones de menos clasificación en busca de mayores ingresos. Asimismo, un elevadísimo porciento de los que permanecen en los puestos para los cuales se prepararon vegetan sin estímulo e información científico-técnica para seguir superándose.

De esta manera, se aprecia un serio proceso de descapitalización humana que, de continuar al ritmo actual, se corre el riesgo de perder la más importante riqueza y principal defensa frente a la fuerte competitividad que conlleva la globalización.

En este entorno, los indudables avances logrados durante décadas pasadas en la educación, la salud pública, la seguridad social y la seguridad ciudadana frente a hechos delictivos, amenazan con desmoronarse, y con ellos valores espirituales heredados de nuestros antepasados, a lo que no se escapa la propia identidad nacional en significativos segmentos ploblacionales.

Los medios oficiales tratan de explicar esta complicada situación culpando de todos nuestros males a la injerencia norteamericana. Sin dudas, el embargo y otras medidas, rechazadas por la inmensa mayoría del pueblo cubano y la comunidad internacional, son obstáculos para el desarrollo del país.

Ahora bien, decir que el gran culpable de nuestros males es el embargo resulta una concepción reduccionista que malinterpreta la realidad. Resulta evidente que el principal valladar para el avance nacional lo representa el mantenimiento de un sistema estatista, paralizador de las fuerzas productivas. Un sistema que llevó al fracaso a los países del antiguo bloque soviético, a pesar de contar con inmensos volúmenes de recursos materiales y humanos, y hoy es abandonado paulatinamente por naciones como China y Viet Nam, conscientes de que la senda del estatismo conduce al desastre.

Cuba, con sus magníficas posibilidades, sólo podrá salir de la presente crisis y hacer frente a los desafíos de la mundialización poniendo en tensión todas sus potencialidades, liberando sus fuerzas productivas y creando un clima favorable a la creatividad e iniciativa del ciudadano. Estas condiciones son imposibles de alcanzar por un modelo probadamente incapaz de promover la prosperidad de la nación.

La faena de transformar la dramática situación del país no será fácil. Hay que tener en consideración los impactantes problemas mencionados y otros como la extraordinaria deuda externa de más de 11.0 mil millones de dólares (sin contar los enormes montos impagados a las naciones del antiguo bloque soviético), para un país que tiene prácticamente cerrado el crédito internacional y la cobertura de las importaciones por las exportaciones es inferior al 50%.

Ante este panorama, es indispensable la ejecución de un programa integral de reformas económicas, políticas y sociales con sus etapas y secuencias que, de forma ordenada y gradual, en un marco jurídico adecuado, trace las vías para salir de la crisis y preserve y haga avanzar las conquistas sociales logradas en el pasado reciente.

Las transformaciones, como en otros lugares, podrían iniciarse en la agricultura mediante la entrega de la tierra a los campesinos y, paralelamente, donde sea recomendable, creándose verdaderas cooperativas y otras formas de gestión, de manera que, sin la carga burocrática actual, los productores dirijan sus organizaciones y decidan sus destinos, o sea la puesta en marcha de medidas enfiladas a la liquidación del ineficiente latifundio estatal causante de que cientos de miles de hectáreas se encuentren subexplotadas o sin explotar, cubiertas de malezas, en un momento cuando se necesita urgentemente alimentos para la población.

Por otra parte, deberá dejarse a los ciudadanos cubanos poseer sus propios negocios, terminándose con la práctica actual de que sólo los extranjeros puedan invertir y gestionar entidades productivas y de servicios.

También se requiere finalizar la política de administrar el Estado miles de microempresas, fuente actual de pérdidas enormes para la sociedad, no sólo económicas, y pésima atención a la población. Todos estos minúsculos establecimientos podrían ser arrendados con opción de compra a particulares o a asociaciones de trabajadores.

Lógicamente, el programa integral de apertura económica deberá abarcar aspectos más amplios, pero siempre con el objetivo del desarrollo de una sociedad justa, ética y solidaria.

En Cuba otra de las principales tareas es la unión de todos los cubanos, incluidos los compatriotas residentes en el exterior. Con las fuerzas nacionales divididas resulta casi imposible salir de la crisis y hacer frente a las exigencias de creciente globalización.

Se necesita terminar con las prácticas discriminatorias por motivos políticos, limitantes del potencial intelectual existente y promovedoras del oportunismo, la doble moral y la hipocresía social que tanto daño han causado a los valores cívicos y éticos de la ciudadanía. Resulta indispensable que los cargos públicos sean asignados a los cubanos verdaderamente aptos, con la calificación, idoneidad y experiencia requeridas para cumplir las funciones sin ninguna preferencia ideológica.

Igualmente perentorio resulta el desarrollo de políticas que sumen a nuestros hermanos residentes en el exterior a los programas de reconstrucción nacional con todos sus derechos y deberes, partiendo del principio de que la única diferencia entre ellos y los que vivimos en la Isla es la momentánea separación geográfica.

La economía cubana actualmente depende crecientemente para su sostenimiento de la emigración, ya que sus remesas y otros aportes constituyen una de las fuentes principales de obtención de divisas.

Respecto al futuro, la emigración en Estados Unidos puede desempeñar un papel aún más importante en la búsqueda de una solución digna en el contencioso que durante cuatro décadas se mantiene entre Cuba y esa nación.

Solucionado este complejo problema, nuestros compatriotas asentados en el territorio estadounidense podrían constituir un magnífico puente para el fortalecimiento de las relaciones respetuosas y de amistad con la mayor potencia mundial. Incluso, dado el indudable prestigio ganado allí, viéndolo con una perspectiva más amplia, la emigración podría ser clave para la participación de Cuba en el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA, según siglas en inglés), la variante integracionista más racional debido a nuestra ubicación geográfica¨.

De acuerdo con la experiencia china, las emigraciones pueden jugar un papel decisivo en el desarrollo de las naciones. Uno de los factores primordiales que ha permitido un crecimiento vertiginoso de la economía de ese gran país ha sido precisamente la activa participación de los chinos de ultramar.

Por supuesto, para que lo se-alado anteriormente pueda materializarse será necesario superar las condiciones políticos y el establecimiento de un diálogo transparente y respetuoso de todos los puntos de vista.

Este proceso tendría como objetivo prioritario la reconciliación de todos los cubanos y concluiría con un pacto nacional para la reconstrucción del país y hacer frente a los desafíos que la globalización trae consigo.

Depende de los cubanos de fines del Siglo XX aprovechar las inmensas oportunidades que brinda esta gran transformación global para el desarrollo de nuestra Patria, o resultar aplastados por sus retos.



Cambios en el sistema político cubano a partir de 1990



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