Adolfo Pablo Borrazá (PD)

LA HABANA, Cuba, septiembre (www.cubanet.org) – Con solo 19 años su experiencia es tremenda. La  enfermedad mental lo ha convertido en náufrago. Su madre, a pesar de que vive con él, lo ha abandonado a su suerte, pero Danielito no se amedranta por eso. Tiene una voluntad de acero que le permite ir todos los días al centro comercial de Carlos III para pedir limosnas y así poder alimentarse.

Tampoco el Estado ha hecho gran cosa por él. Los trabajadores sociales hace tiempo que  renunciaron a la atención de Daniel, el loquito de la calle Desagüe y bufón del edificio.

La presidenta del Comité vive a cinco metros de él, pero nunca ha mostrado preocupación por el joven. Le interesa más su venta ilícita de café que la suerte del chico y hasta la organización que preside en la cuadra.

Daniel, a veces, no parece estar tan loco. Una noche, durante un apagón, exclamó: “Este país está de truco, lo que quiero es irme”.

Daniel es víctima de su familia, que le roba el dinero de las limosnas. Cuando lo dejan fuera de la casa, se sienta en el pasillo del edificio y ahí mismo hace sus necesidades, a la vista de todos. Una vez la policía cargó con él.

El muchacho, rodeado de gente, pero tan solo como Robinson Crusoe, sólo tiene como amigo el deseo de vivir. Es un loco apacible y casi siempre está limpio. De vez en cuando tiene sus arranques y sale a caminar por la ciudad a una velocidad increíble, pero no ofende ni maltrata a nadie.

Daniel no tuvo la culpa de que lo abandonaran, tanto sus padres como el gobierno, que tanto presume de atender la niñez. Danielito no tiene remedio. Hoy es un joven fuerte y enérgico, pero quien sabe qué pasará mañana cuando ya no pueda valerse por sí mismo.

Da pena ver a un ser tan joven, así, perdido en su propia tragedia y sin futuro. Con la atención requerida, quizás hubiera sido médico o abogado, o tal vez ladrón.

Cualquier cosa menos el destino de loco sin remedio, que le fue impuesto desde el día que vino al mundo.

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