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Catalina Siguayú

Frank Correa

LA HABANA, Cuba, septiembre (www.cubanet.org) - Catalina Siguayú acaba de cumplir cuarenta, y como sucedió en los últimos  tres años, ese día pasó inadvertido. Desde la muerte de su esposo Noel en el mar, cuando intentaba cruzar en balsa el Estrecho de Florida, su vida se ha convertido en un desastre.

Tres hijos, Pablo, Clara y Serafín, y la lucha  por sobrevivir diariamente, apagaron a aquella muchacha emprendedora que no pudo terminar la universidad porque quedó embarazada de Noel. Él llegó a su vida con el historial de héroe de la guerra de Angola, donde fue jefe de un pelotón de artillería reactiva.

Militó en el comité de base de la juventud comunista junto a Noel cuando trabajaron en la empresa de alimentos, pero por reducción de plantilla quedaron cesantes. Ella volvió a parir y a Noel le daba vueltas la idea de irse del país. El primer intento falló y la policía incautó el artefacto de poliespuma con el que pretendía llegar a Florida. Noel estuvo preso en Villa Maristas seis días.

A los treinta días exactos de haber salido de la cárcel se lanzó al mar otra vez en un bote, con Papo y la “super abuela” del callejón, pero a quince millas de la costa Papo empezó a delirar y obligó a la tripulación a regresar. Cuarenta días después Noel lo intentó de nuevo. Lo acompañaban en esa ocasión “el rasta”, “el bemba”  y Aristíco, pero  el motor se averío y se partieron los remos.  El guardacostas los llevó hasta el puesto de guarda fronteras y los devolvieron a sus casas.

El cuarto intento le costó la vida. Murió ahogado a sesenta millas de la costa, durante una tormenta. “El sordo”, que iba en la embarcación y pudo llegar a Miami, escribió a los amigos de Jaimanitas que Noel se comportó como un hombre hasta el último instante, cuando se lo tragaron las olas.

Catalina estaba embarazada, pero se repuso a la tragedia. Dio a luz a Serafín y luchó desde ese día  como una mambisa en medio del periodo especial que vive la isla. Los días vuelan. Del puesto de viandas a la bodega, a la carnicería, a la escuela, inventando el dinero para mantener a la familia; vendiendo trapos de cocina que cose por la noche, cuando los niños duermen. Catalina vende todo lo que aparece. Quisiera leer un libro pero no tiene tiempo. También escribir lo que ha pasado, pero ¿en qué tiempo?

Antes de empezar el curso escolar le informaron que debía llevar sillas para los niños, porque el mobiliario de la escuela estaba incompleto. Además, anunciaron que a partir de este curso las madres debían llevar sus hijos a almorzar a sus casas porque la escuela no tenía alimentos para brindar almuerzo a los escolares.

Ese día, Serafín se quejó del sabor de la leche y tiró el biberón. Pablo y Clara refunfuñaron por el almuerzo, poco y sin condimentos. Catalina no tenía jabón de lavar, ni para bañar a los niños. Por la tarde no había nada que echar en los calderos. Nadie le compraba los trapos de cocina, y gritó que la guerra nuclear que tanto se anunciaba no era nada comparada con estos cincuenta años de socialismo.



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