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La cena de los idiotas

Miguel Iturria Savón

LA HABANA, Cuba, septiembre, www.cubanet.org Dos carteles de 70 centímetros de ancho por dos metros de largo fueron desplegados por funcionarios estatales en numerosas oficinas y centros comerciales de La Habana y otras ciudades de Cuba. Ambos tienen el logotipo de los CDR. “Cuidamos el barrio, vigilantes y solidarios”, dice uno; “Combativos y unidos con la patria”, reclama el otro.

Dichos carteles están dedicados a las “festividades oficiales” por el cincuentenario de los Comités de Defensa de la Revolución, fundados por Fidel Castro el 28 de septiembre de 1962, para perseguir, delatar y controlar a los enemigos de su gobierno, entendidos entonces como los colaboradores del régimen anterior, ampliado después a cualquier persona sospechosa de alzar la voz contra las decisiones del Máximo Líder.

Desde el principio los CDR devino una especie de Inquisición de Barrio, con una estructura de dirección a nivel nacional, provincial y municipal, subdividida a su vez en Zonas, cuadras urbanas y caseríos rurales; todos prestos a delatar al vecino, vociferar las consignas y tareas orientadas y cumplir cuantas directivas y órdenes se les ocurriera a los mandamases del gobierno y el Partido único.

Durante medio siglo la historia de esta organización de masas tiene record de vilezas imposibles de calcular. A través de ella se generalizó la coacción a domicilio, la chivatearía colectiva, el “trabajo operativo secreto de la policía”, la vigilancia sobre los vecinos, la desconfianza familiar y la movilización del pueblo -convertido en masa- hacia las concentraciones políticas, agrícolas, campañas sanitarias, los actos de repudio y el apoyo a las denominadas elecciones del Poder Popular.

Con los CDR el castrismo logró una “entidad flexible” de incuestionable valor auxiliar. Tal vez la intención secreta de su creación en aquellos momentos de desestructuración social haya sido convertir al pueblo en cómplice y rehén de la represión y de las “tareas revolucionarias”. Esta organización, diezmada pero visible, marcó la vida de millones de cubanos, quienes aun dependen de un “aval” o de la “buena opinión” del presidente de su cuadra para obtener un puesto de funcionario local, custodio o almacenero.

No pertenecer al CDR es un desafío que inscribe al atrevido en las listas negras de la policía política. Quien dice “No” cuando les tocan la puerta cae en desgracia aunque haya sido “combatiente” o sea una persona virtuosa y humanitaria. No pagar la cotización del CDR y dejar de asistir a sus reuniones inútiles equivale a desatar los hilos de la deslucida fanfarria revolucionaria, cuyos iconos siguen igualitos a pesar del tiempo, los informes policiales y la dependencia de millares de infelices que se sintieron importantes ante el “llamado de la Patria”. 

Los CDR están tan desacreditados como la Central de Trabajadores de Cuba (CTC), la Federación de Mujeres Cubanas, la Asociación de Combatientes y otras organizaciones que no mueven a nadie, pero juegan un papel en la estructura burocrática de un régimen que llegó al poder en nombre de la libertad y eliminó los derechos y libertades de los ciudadanos.  

Ahora que el gobierno despide a medio millón de personas, a los cederistas les explican la necesidad del “reajuste laboral”, como si fueran idiotas invitados a la mesa del poder.  Muchos comerán caldosa y bailarán el 27, esperando el 28, con las manos en el bolsillo y pensando cuando y donde volverán a trabajar. Tal vez los ayude el CDR, que cuida el Barrio, “combativo, vigilante y unidos por la Patria”, como en 1962. ¡Felicidades!



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