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Con los ancianos de Obispo

Tania Díaz Castro

LA HABANA, Cuba, septiembre (www.cubanet.org) - La calle Obispo, una de las más antiguas de La Habana, sigue teniendo su atractivo. No sólo porque hoy se ha convertido en un boulevard, sino porque los cubanos están acostumbrados a recorrerla, siempre en busca de algo: para comprar un refrigerador, un pan con bistec de cerdo, algún objeto artesanal o, simplemente  para ver el desfile de extranjeros en short, chancletas de goma y viejas mochilas.

Obispo no ha perdido su atractivo para los cubanos de a pie, que andan inventando a ver dónde y cómo se les pega un chavito, que así llaman al peso convertible.

El otro día caminé por Obispo, cámara en mano. Retraté a una barrendera que lleva flores en su pelo. Alguien me dice que lo de la escoba es un engaño y que les pide dinero a los ancianos extranjeros, sobre todo a las mujeres, diciéndoles que es para comprar golosinas a los nietos.

Le hago una foto y se ríe de oreja a oreja. Piensa que soy extranjera y me pide un dólar. Le respondo con otra sonrisa, como si no la entendiera y me alejo. No le aclaro que soy cubana. Hubiera sido capaz de mentarme la madre.

Unos minutos antes había visto a una anciana con la mano extendida, pidiendo dinero. Cuando saqué la cámara para retratarla, ella bajó la mano y sonrió tristemente. Al alejarme, me dice:

-Uan dólar.

Le respondo que no llevo dólares. Y, un poco molesta, riposta:

-¿Y entonces?

 Siento pena por estas mujeres que luchan por resolver la comida del día con un chavito, o con un dólar.

Una cuadra más arriba, antes de llegar a la calle Bernaza, donde se mantiene aún La Moderna Poesía, una librería fundada durante la República, me quedo en la acera, contemplando otra caravana de extranjeros, casi todos de la tercera edad, vestidos sencillamente, casi todos con cámaras fotográficas bien agarradas. Los turistas ya saben que en las calles habaneras deben cuidar sus pertenencias.

Saludo a una anciana que también sonríe. Pueden ser italianos, franceses, o de algún país escandinavo. Muy blancos de piel, algunos rubios y por lo general delgados. Cuando se alejan, los sigo con la vista. Pero sobre todo me fijo en la anciana de la escoba y en la otra con su muleta. Las dos se preparan para la función que durará hasta que, de nuevo, caiga la noche sobre la calle Obispo.




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