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Pequeños infiernos

Jorge Olivera Castillo, Sindical Press

LA HABANA, Cuba, septiembre (www.cubanet.org) - Pudiera ser algo sin importancia, pero el asunto no es cualquier cosa. Recibir una ráfaga de olores inmundos de algún inodoro generosamente abastecido, es en Cuba algo que se repite a diario.

Cafeterías, tiendas, restaurantes, terminales de transporte interprovincial y otros centros de servicios son parte de una extensa red donde se sufre el asedio de las evacuaciones ajenas cuando se presenta una emergencia fisiológica, y no hay otra alternativa que entrar en el mismísimo infierno.

Después de ser apabullados por las emanaciones, observar la montaña de papeles utilizados después de las escaramuzas estomacales, y la cantidad de desechos amenazando con desbordarse, son disímiles las reacciones. Unos salen como si hubieran visto a Frankenstein. Otros, resignados por la demanda de sus vísceras, estudian la manera de cómo satisfacer sus deseos sin salpicarse de materias nauseabunda.  

Hubo un atribulado que, en su aspiración por ponerle fin a sus contracciones, evitando el menor contacto con lo previamente depositado en el inodoro los “usuarios”, optó por encaramarse en el borde de la pieza sanitaria, rompiéndola en el acto.

“De cierta manera tuve suerte. No recibí ninguna herida. No había otra forma de hacerlo. Aquel inodoro parecía la boca del diablo”, contaba semanas después el amigo sobreviviente del combate escatológico,  quien tuvo que echar a la basura las medias y el pantalón por comprensibles motivos. Esta dramática escena sucedió hace algunos años en el baño de una funeraria. La situación ha ido escalando hasta convertirse en un fenómeno para el que no aparecen soluciones.

En esta problemática (como en todas) hay sus diferencias. Por ejemplo, en los urinarios donde el servicio se cobra en moneda nacional, sorprendería encontrarse con un baño debidamente limpio. En cambio, los que operan en moneda convertible cumplen los mínimos requerimientos de higiene, aunque esto es una realidad con excepciones, porque algunas veces son  paradigmas de la hediondez.

Unos amigos fueron a comer a la cafetería Wakamba, en el Vedado, donde hay que pagar en pesos convertibles. Un viaje al baño fue suficiente para que los asaltara el vapor sulfúrico que disparaban los inodoros. Al indagar con el dependiente la razón de tanta porquería flotando en el ambiente, el hombre se limitó a decir que su responsabilidad consistía en informárselo al jefe de mantenimiento. “Él ya lo sabe, pero no sé por qué no arregla este asunto de la mierda” -dijo.

Hay personas que prefieren aguantar antes que vérselas frente a frente con un inodoro que reparte sus fragancias a partes iguales. En la mente están fijos el pesimismo y la duda. No es tan fácil encontrar baños públicos que huelan a fresa y chocolate.      

oliverajorge75@yahoo.com  



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