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Con la gritería por delante

José Hugo Fernández

LA HABANA, Cuba, septiembre, www.cubanet.org -Se comprende y hasta se agradece el apuro que demuestran algunos medios informativos del exterior por dar a conocer el inicio de verdaderos cambios estructurales en la economía de Cuba, por lo menos en la economía. Menos comprensible resulta, desde una perspectiva profesional, la falta de precisión, la ambivalencia e incluso la superficialidad con que a veces redactan sus informes.

Es notable la cantidad de “noticias” que en los últimos tiempos pretendieron dar cuenta de presuntas reformas proyectadas por los caciques de la Isla. Si la palabra cambio, al igual que la palabra revolución y tantísimas otras, han perdido aquí su rigor semántico, al punto de desacreditar cualquier anuncio en las que aparezcan, se lo debemos en no poca medida a la verborragia periodística.

Ahora están anunciando una “reestructuración radical e inmediata”, que deberá iniciarse, dicen, a partir del hecho, inocultable ya, de que los trabajadores cubanos no trabajan porque su improductividad parece haber sido prevista en el diseño de las estructuras de la empresa estatal: infladas, irreales y engañosas.

Con la crisis tocando fondo, al cacicazgo no le quedó otro camino que echar a la calle a cientos de miles de trabajadores, que si bien no trabajaban, tampoco cobraban ni aun lo imprescindible para sobrevivir, y que ahora, de pronto, se ven desempleados, sin que ni siquiera los indemnicen por haber pasado toda su vida laboral deformándose como cautivos de un aparato fracasado y esclavizador. 

Y serán, sobre todo, estos batallones de parados los que van a servir de base al régimen para poner en práctica su “reestructuración radical e inmediata”, consistente en la apertura, dicen que en amplia escala, al trabajo por cuenta propia. 

Sería para conformarse si al menos tal reestructuración lograse asegurarle una fuente estable de ingresos a los nuevos desempleados. Pero aun eso es algo que está por ver, pues, obviamente, no basta con que se les extienda una licencia, si a la vez no es creada para ellos una infraestructura que asegure material y legalmente su desempeño como agentes del pequeño empleo privado.

Afirmar (como lo han hecho algunos medios extranjeros) que el simple otorgamiento de licencias para que esos batallones de nuevos desempleados se acojan al trabajo por cuenta propia constituye “toda una revolución en la Isla”, es, cuando menos, una frivolidad y un irrespeto para la inteligencia del lector.

Sin la reestructuración a fondo del tejido institucional, para que funcione por ley sobre la base de la libertad ciudadana y del respeto a los derechos del individuo; sin un modelo económico fiable, con recursos para amparar, fomentar y favorecer la iniciativa privada; y sin un mercado solvente, capaz de garantizar la armonía entre oferta y demanda, pueden entregarse cientos de miles de licencias para el crecimiento del sector privado en Cuba. Y no pasa nada. 

Quiero decir nada más que no sea un motivo, una anécdota para que la prensa extranjera se pase otra vez con ficha, lanzando la gritería por delante del muerto.

A la vista está que las paupérrimas condiciones del mercado y, en general, del modelo económico de Cuba no pueden garantizar un exitoso crecimiento del sector privado, mucho menos cuando se improvisa a la diabla, y no desde el convencimiento, sino en plan de remedio apurado para lo que ya no tiene remedio.
A la gente no le alcanza el dinero que gana para comprar lo imprescindible, por más que le ofertaran.

Además, en el país, sin productividad y con las importaciones deprimidas al máximo, apenas hay nada que vender. Tampoco hay espacio para el crédito financiero. Menos aún existe un tejido institucional que sirva de garante para eso que ahora califican (con la gritería por delante del muerto) como “reestructuración radical e inmediata” en la economía cubana.

Queda entonces para los economistas o los cubanólogos o cualquier otro temerario que se atreva, explicar en qué consiste el carácter radical de la reestructuración, y, de paso, prever en qué ha basado el régimen sus tentativas de éxito.

Por mi parte, sin ser economista o cubanólogo, ni temerario siquiera, sospecho que al menos en lo referido al aseguramiento del mercado (relativo, pero aseguramiento al fin), el régimen se dispondría a extender el trabajo por cuenta propia contando, en primer lugar, con las remesas de nuestros familiares que viven en el exterior.

Si fuese así -y para mí lo es-, estaremos ante un nuevo ejemplo de los fundamentos mediocres e hipócritas sobre los que elucubran los economistas oficiales y actúan los caciques. Pero no sólo. También sería un nuevo indicador de la falta de una verdadera voluntad política para la búsqueda de una salida a la crisis. 

No es que desde una perspectiva económica sea desacertado contar con las remesas como importante apoyo a cualquier medida que se relaciona con el mercado interno.

Lo malo es el enfoque político, o más bien dogmático, que sustenta la medida, en tanto incluye como premisa el dinero de los exiliados y emigrantes, pero los excluye a ellos mismos, siendo, como son, tan cubanos como el que más, y teniendo, como tienen, la posibilidad y el deseo de incidir de una manera quizá determinante en la recuperación de nuestra economía y en el crecimiento del sector privado.

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