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Julia viaja en tren

Gladys Linares

LA HABANA, Cuba, septiembre (www.cubanet.org) - Julia se fue en tren a visitar a su mamá que vive en Guantánamo y está a punto de cumplir 85 años. Sabía que por allá las cosas andan de mal en peor, y por eso, estuvo dando carreras para llevarle algunos alimentos

Cuando tenía todo preparado, fue a comprar el pasaje para el tren regular, conocido popularmente como “el lechero”, pero encontró que el asunto no era tan fácil. Debía apuntarse en una lista de espera. “¡No entiendo que haya lista de espera para comprar un pasaje!”, le dijo a la empleada. “Es que es el mes de vacaciones y la mayoría utiliza este tren por ser el medio más barato. Pero no se desespere, apúntese en la lista y verá que avanza rápido” –le respondió la muchacha. Julia le hizo caso, se llenó de paciencia y una semana después pudo al fin comprar su boleto.

El día señalado, Julia fue a la estación con el hijo, que cargó sus pesados maletines. El tren salió con 4 horas de retraso, pero ella había preparado comida para el viaje. “El bocadito que venden en el tren, uno por persona, lo que tiene es una diminuta y transparente lasca de mortadela, y el pan no sabe ni a sal; el refresco que te venden está caliente, tanto que te quema la barriga cuando lo tomas. Bocadito y refresco lo venden en cualquier esquina del vagón, porque en los trenes las cafeterías se acabaron hace tiempo. Allí no se puede comer ni tomar nada, a riesgo de que te indigestes, pero la gente se arriesga” –dijo Julia, sonriente.

El viaje a Guantánamo es incómodo, porque el tren se detiene en cuanto paradero y pueblecito encuentra por el camino. El calor, el olor a orine, a sudor; los asientos, que al cabo de dos horas de viaje parecen hechos de cemento, y el traqueteo de los vagones, y los niños gritando y convierten el viaje en un círculo del infierno.

Antes de llegar a Camagüey, montaron dos policías con cara de tranca. Uno preguntó, señalando los maletines de Julia, en el compartimiento superior.

-¿De quiénes son?

-Míos. ¿No ve cómo los cuido?

-Bájelos -dijo uno de los policías-, vamos a revisarlos.

-¿Que los baje? Si quiere bájelos usted. Llevo diez horas traqueteando dentro de este aparato y estoy casi muerta; ya no puedo ni con mi vida, ¡qué voy a bajar ninguna maleta!




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