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Brujas en la Plaza de Armas

Víctor Manuel Domínguez, Sindical Press

LA HABANA, Cuba, septiembre (www.cubanet.org) - La popularidad de las brujas no deja de sorprender. Si algunas veces logran una notoriedad negativa por un hechizo destructor, en otras lo alcanzan por el cálido sortilegio de una belleza fuera de lo normal. Pero siempre sus acciones han sido consideradas como herejías adquiridas por métodos de embrujamientos y otros actos esotéricos que merecen el rechazo de la sociedad.

Hasta cuando sanan por el supuesto poder de pócimas, ensalmos y brebajes, son merecedoras de la hoguera purificante del inquisidor, que las acusa de prácticas de magia negra en contubernio con Satanás.

Según el ensayo La Bruja, escrito por el historiador francés Jules Michelet (1798-1874), la mujer nace hada. Por el retorno regular de la exaltación, es sabia. Por el amor, maga. Por su finura, su malicia (con frecuencia fantástica y bienhechora) es bruja y echa suertes, o por lo menos engaña, adormece las enfermedades.

Estos conceptos, debatidos bajo el conjuro del Sábado del Libro en la Plaza de Armas de la capital, sumaron partidarios y detractores entre científicos, escritores, cartománticos y curanderos interesados en los rumbos del ocultismo, hoy.

De acuerdo con las opiniones de algunos participantes en la presentación de La Bruja (Colección Argos, Editorial Letras Cubanas, 259 pp), la evidencia de las fuerzas ocultas empleadas para realizar el bien y el mal, subsisten en la actualidad.

Renovada, sin el mismo alcance, por otros mecanismos y sin la persecución de la antigüedad, la brujería convive e interactúa con los adelantos científicos más sonados y en medio de un contexto cultural de alto nivel.

Como ejemplos de lo que acontece en Cuba en la búsqueda paranormal del maleficio o el bienestar, señalaron la práctica de ritos y ceremonias de algunas religiones afrocubanas, así como la del espiritismo y el vudú, en una escala menor.

La Bruja, presentado por la periodista y escritora Marilín Bobes, denuncia los desafueros éticos, sociales y religiosos que sumen en el escarnio y la discriminación a la mujer a través de la historia de la civilización. En el recorrido de siglos que realiza el autor, La Bruja, convertido en un  ensayo escrito con pericia y seducción, es algo más: es la mujer misma y sus vicisitudes; ella en el engaño, la envidia, y el terror a ser considerada una bruja, por el solo hecho de tener determinado don, o ser bonita y deseada por los hombres.

Si bien algunos de los procesos más célebres de brujería narrados en el libro no tienen contacto con la realidad, el estigma persiste disfrazado a veces hasta de piropos para descalificar a una mujer.

La bruja de una canción compuesta por José Luis Cortez  (El Tosco), si bien suple la escoba de volar por un avión, no está lejos de sus colegas de la historia cuando empuña el trapeador y se pone a dar vueltas por la casa.




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