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La razón del taxista

Lucas Garve, Fundación por la Libertad de Expresión

LA HABANA, Cuba, septiembre (www.cubanet.org) - Carlos es chofer de taxi particular.  Consiguió una licencia para transportar pasajeros en su vehículo, un Land Rover de los 50, en buen estado. Hoy es un hombre de sesenta años, fuerte para lidiar con el tráfico Transporta pasajeros de un lado a otro de la capital por diez o veinte pesos, según la distancia, que puede alcanzar los extremos norte y sur, o este u oeste de la ciudad.

Carlos no está contento. Sufre las prohibiciones que padece la mayoría de los trabajadores por cuenta propia en Cuba. Como nadie lo escucha, sus vicisitudes las comunica a cualquier pasajero que aborde el tema de los impuestos y las reglamentaciones.

La última de las prohibiciones impuesta es la de trasladar solamente ocho pasajeros. Carlos obedece y, sin embargo, lo que disgusta a mi interlocutor es que le exigen que elimine un asiento. Por ejemplo, una de las plazas junto a él. Explica que ese asiento lo trae el modelo del carro, y no viola la disposición, porque ese espacio no afecta el número de pasajeros que se exige.

Además, estuvo casi un mes sin trabajar porque el carro se le descompuso. Un mes en el que tuvo que pagar el derecho a trabajar (1200 pesos) a la oficina de impuestos, como si lo hubiera trabajado el mes completo. Por otra parte, no existe ningún organismo, ni reglamento que lo ampare en caso de que tenga que suspender el trabajo por rotura del vehículo, u otro obstáculo que se le presente.

Es una pelea de mono amarrado contra león suelto eso de trabajar por cuenta propia. Carlos no comprende por qué no los ayudan, en vez de poner trabas, si los taxistas  prestan un servicio a la sociedad. Su lógica le indica que él contribuye, y de qué manera, con los ciudadanos que deben trasladarse de un sitio a otro, rápidamente. Este hombre se considera parte de un mecanismo que funciona para que haya cierto bienestar en la sociedad. A diferencia del Estado, a quien no le interesa la suerte de los trabajadores, sino los cumplimientos de las prohibiciones y los reglamentos que imponen.

Señala los dos sellos que ostenta el parabrisas. Uno por la licencia de trabajo, y el segundo que certifica que el vehículo pasó satisfactoriamente el examen mecánico. 

Acerca de los inspectores, dice que hay dos grupos: verdes y azules, además de la policía de tránsito. Todos buscan su dinero. Si pagas algo al inspector la revisión es leve; pero si no engrasas la mano que escribe la contravención, puede ser más seria y perjudicial.

Guiado por su lógica sencilla y exacta, Carlos sortea las dificultades, penalidades, prohibiciones absurdas, prefiere trabajar a quedarse en su casa y ver cómo su todoterreno se echa a perder, devorado por el tiempo.




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