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Para conocer a Cuba 

Omar Rodríguez Saludes, ex prisionero de conciencia del Grupo de  los 75


MADRID, España, septiembre, www.cubanet.org -A Cuba no se le puede conocer desde afuera, es gran error mirarla con catalejo. Se tiene que vivir dentro de ella para saber sus realidades. ¡Son tantos los recreados en el mundo! 

Además del estricto control policiaco, la sobrevivencia de toda dictadura se asienta en la  propaganda perpetua. Esto lo ha sabido manejar, científicamente, Fidel Castro. “Cuba es la esperanza del mundo “, se repite una y otra vez. El eco del lema rebota en los balcones ajenos. En ellos escuchan el canto, embelesados, quienes con convicción afirman lo que no han vivido. 

No es fácil – lo aseguro – vivir encadenado, como el reo a la reja, a la ausencia de los elementos, donde confluyen la escases de recursos básicos, la represión y el miedo. Tal condena es difícil de arrastrar.    

Desde otras fronteras, abrigadas y seguras, es simple destinar un minuto del ocio para lanzar gritos remunerados a favor de un gobierno que, anclado en los confines de los tiempos y vestido de verde olivo, se empeña en mantener una realidad depresiva. 
Confortable también resulta alzar el puño encendido dentro de ese hotel climatizado y de ofertas complacientes que la isla caribeña ofrece al foráneo útil y perfecto, que de forma servil, sirve a la política del régimen, pero se mantiene alejado del verdadero cubano, el de bolsillo agrietado y bicicleta Forever. 

La mulata de Lawton conoce bien a esos resentidos trasnochados. Ella, casi adolescente, se despide cada noche  del  solar de mala muerte, exhibiendo minifalda provocativa y tacones lejanos, para encaminarse, con la resistencia de su frustrada edad, hacia esas habitaciones escondidas donde el extranjero solitario tiñe su bandera de rojo. 
                                                                     
Todo lo comenta Jacinto, su padre. A ella la vio crecer jurando en la escuela, de Patria o Muerte… Venceremos, que sería como el Che. Recita su dolor acompañado por la botella, casi vacía, de aquel contenido dudoso que en la noche anterior pasó apurado por el serpentín criollo y un reverbero que se resiste a desaparecer. Sentado en el recodo de una esquina cualquiera, le es imposible abandonar sus penas, mientras que, de vez en vez, pasa su vista agotada y confundida  por la valla oficialista que le convida a no perder la esperanza. 

Solo quienes viven en Cuba  pueden responder sobre el por qué de la existencia generalizada de edificios desnutridos, que a muchos de ellos ha visto desfallecer el paso del tiempo.

Pueden también los isleños explicar las razones por las que la estancia en la calle se vive a plazos. Cada mañana hay que agradecer el despertar en el hogar, al lado de la familia necesitada. Nadie puede garantizar la forma civilizada y honesta con la que se debe encarar la vida. Un reducido espacio en la estación policial siempre se espera como el nuevo destino. Salir a la lucha, al fuego diario, es el reto. La ilegalidad es lo único que garantiza el plato no racionado en la mesa triste. 

La vida es bella, se sabe. Es un regalo imposible de despreciar. Mas el cubano de disfraces, ausencia de sueños y filosofías individuales, la vive al revés. He aquí el origen de la obsesión por la partida, de abandonar el presente impreciso, de encontrar esa nueva frontera que le garantice lo elemental. El cubano prefiere ser peregrino, un errante internacional, a verse obligado a perder lo positivo. Amargo sabe el futuro cocinado en el fuego del infierno. Por favor, no regalen más combustible. Si han de mirar a Cuba, extiendan solo la mano que logre calmar la sed de libertad y de derechos que sufre su pueblo. 



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