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Por una vez se empieza

José Hugo Fernández

LA HABANA, Cuba, septiembre (www.cubanet.org) - La impunidad con que los policías de La Habana detienen en las calles a cualquier persona honrada para someterla a un humillante control de identidades, sin explicarle siquiera el motivo, no sólo expone la naturaleza fascistoide que rige su conducta. No solamente es prueba de la penosa indefensión en que vivimos. También demuestra hasta qué niveles de escándalo desconocemos nuestros derechos y no estamos preparados para reclamarlos. 

Lo común es que en tales casos la gente acate silenciosamente el trato abusivo de la policía, pues considera (basada en la experiencia y en un amplio conocimiento de causa) que nada puede hacer sino matarla callando, jamás por respeto y no siempre por miedo, sino porque es el modo más fácil  de pasar el mal rato.

Claro que no hay reglas sin excepción. Incluso en Cuba y a pesar de los pesares.

El pasado lunes 6 de septiembre, en la populosa avenida 51, justo en su tramo correspondiente al municipio La Lisa, un viejo automóvil con cinco pasajeros a bordo fue detenido por un patrullero, quien se proponía castigar al chofer bajo la acusación, infundada, de que estaba prestando servicios de alquiler sin licencia.

Luego de una breve discusión con el chofer, que se había bajado del auto para mostrarle sus documentos, el agente se acercó a los pasajeros. Y sin que mediara ninguna otra palabra les dijo: “A ver, todos, entréguenme sus carnés de identidad”. Éstos obedecieron al instante. Todos, menos uno, con el cual el patrullero se vería impelido a sostener el siguiente intercambio de palabras:

Pasajero: ¿Por qué motivo debemos entregarle el carné? ¿Qué ley estamos infringiendo? ¿Qué nos hace sospechosos ante sus ojos?

Policía: Tienen que entregármelo porque soy un oficial de la policía y se lo exijo.

Pasajero: Pero nosotros no somos delincuentes, ni estamos cometiendo ningún delito. Tenemos derecho a que nos explique el motivo.

Policía: ¿Ustedes conocen al chofer?

Pasajero: Sí

Policía: ¿Cómo se llama?

Pasajero: No sé su nombre, ni tengo por qué saberlo. Sólo sé que le dicen Pupi.

Policía: Pues ustedes deben saber que es un delito pagarle a un chofer sin licencia de taxista para que los transporte

Pasajero: Por favor, dígame qué artículo del Código Penal yo estoy violando en el hipotético caso de que conozca a una persona que es dueña de un automóvil y, en confianza, le ofrezca dinero a esa persona para que me lleve a un determinado sitio. Sería un acuerdo individual y soberano entre nosotros dos.

Policía: Este chofer no tiene licencia de taxista.

Pasajero: Y usted no tiene pruebas de que se esté dedicando al oficio de taxista. Tampoco tiene derecho a hacernos perder el tiempo y a imponernos su autoridad injustificadamente.

Policía: Soy un oficial de la policía y estoy facultado para detenerlos y exigirles que me entreguen sus carnés. 

Pasajero: Está bien (mientras le entregaba serenamente su carné de identidad), pero alguna que otra vez usted debiera ver el noticiero de la televisión para que se entere del tremendo lío que ahora mismo hay formado en Arizona, precisamente porque quieren imponer que la policía detenga a quien se le antoje y lo someta a controles vejatorios sólo por sospechar que el detenido es un indocumentado. Claro que su caso es aún peor, porque evidentemente nosotros no somos indocumentados, ni usted cuenta con el respaldo de una ley para lo que está haciendo.

El pasajero se había expresado con una muy cuidada contención, en forma elegante y respetuosa. Al punto que aquel oficial de policía no atinó más que a dejarlo con la palabra en la boca, volviéndole la espalda para ir a conversar otra vez con el chofer, mientras que su compañero de patrulla verificaba la autenticidad de la documentación.

Pero no pudo salirse con la suya. Cinco testigos lo habrían desmentido ante el tribunal de apelaciones. La vieja y mañosa estrategia policial de meter miedo a los presentes para convertirlos en cómplices, fracasó esta vez. No es mucho, pero por una vez se empieza.





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