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Drenar el pantano

Miguel Iturria Savón

LA HABANA, Cuba, septiembre (www.cubanet.org) - Mientras Bill Gates, Warren Buffett y otros multimillonarios desarrollan una campaña para donar a sectores sociales al menos el 50 % de sus fortunas, el gobierno del general Castro acelera el fin de los beneficios otorgados a la población cubana durante medio siglo de promesas y dominación estatal.

En la medida en que se bambolea la nave del totalitarismo, la promesa de dar es sustituida por la de quitar. Al fin sobran las “gratuidades”, los “precios subvencionados” y los subsidios para ancianos y desvalidos. Se mantienen, sin embargo, las batallas ideológicas, las profecías apocalípticas del ex gobernante parlanchín y el catálogo de prohibiciones que impide a los ciudadanos desatar las iniciativas propias y vivir de su esfuerzo sin la tutela gubernamental.

Sí, ya es hora de ponerle fin a la quimera igualitaria; de utopías, ofrendas, miserias y desinformaciones estamos hasta el pecho. Pero también es hora de eliminar el monopolio estatal sobre los medios de producción, el comercio, la agricultura, el transporte, la pesca y otras esferas de la economía y la vida social, bloqueadas por el verticalismo del partido único y sus caciques aferrados al poder.

¿A quién se le ocurrió normar el consumo individual de alimentos, la ropa que usábamos, los juguetes de nuestros niños o decidir desde un ministerio los precios de las mercancías? ¿Cómo es posible que una red de funcionarios imponga la voluntad de un caudillo uniformado a millones de personas, o que el Parlamento apruebe por unanimidad las “propuestas del líder”?

Si los esquemas de distribución ya no son sostenibles y es necesario disecar el pantano, hay que retomar los afluentes obstruidos y normalizar las relaciones entre quienes crean riquezas y los que la administran. La ley del embudo no resolverá los problemas. Si no se privatizan las obsoletas estructuras productivas y comerciales en manos de Papá Estado seguiremos en el charco.

Ahora se habla de eliminar los cigarros subsidiados desde 1971, pero recordemos que alguien del gobierno subió los precios de 5 y 10 centavos la cajetilla hasta 8 y 10 pesos. Tal vez los mismos que multiplicaron los importes del arroz, los frijoles, el pollo, el cerdo y otros productos de primera necesidad, incluidos en la ridícula cartilla de racionamiento, la cual está en trance de extinción como el régimen que la instituyó.

El fin de las subvenciones no debería traer consigo el aumento de la pobreza. Se trabaja por necesidad, no por consignas. Si el estado monopolista carece de materias primas para producir, y no puede o no quiere pagar a los obreros y empleados lo necesario para vivir, tendrá que timonear la situación a través de cambios y maniobras descentralizadoras. Pagar con la devaluada moneda nacional y vender en divisas equivale a una tomadura de pelo.  

No se trata de hacerles una cena a los idiotas ni de excluir a quienes necesitan protección. Dejemos que corran las aguas para disecar el pantano. Lo demás viene poco a poco.





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