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De Constantino Raúl Castro

Francisco Chaviano González 

LA HABANA, Cuba, agosto / www.cubanet.org) - En abril de 1453, el ejército turco, bajo las órdenes del sultán Mehmet II, puso sitio a la ciudad de Constantinopla, defendida por apenas unos cientos de griegos y genoveses bajo el mando de Constantino XI, quien había  recibido el trono del imperio Bizantino de su hermano, Juan VIII, bajo cuyo mandato los otomanos  redujeron su reinado a la ciudad y sus alrededores.  

Los esfuerzos de Constantino XI por conservar el imperio romano de Oriente fueron   baldíos, pues mientras el ejército turco bombardeaba con ferocidad las murallas de la ciudad que comenzaban a ceder, los líderes de la ortodoxia discutían sobre el sexo de los ángeles.  

En 1959,  Fidel Castro, por medio de una lucha armada controversial, ascendió al poder de una de las naciones más prósperas de América, conocida como la azucarera del mundo, por sus volúmenes de exportación de azúcar. De inmediato dio rienda suelta a una venganza personal injustificada contra los Estados Unidos, que lo llevó a instalar cohetes atómicos soviéticos en Cuba, hecho que puso al mundo al borde de la guerra nuclear, y le sirvió para garantizar la seguridad de su gobierno como parte del acuerdo entre las dos potencias involucradas. 

Con esta garantía  puso en práctica sus ideas, con el propósito de controlar y subyugar, pero incapaces de generar riquezas. Ni siquiera a sus enemigos se les habría ocurrido una forma tan eficaz para sabotear la economía del país, a pesar del enorme subsidio soviético.  La industria confiscada se volvió ineficiente en poco tiempo; los centrales azucareros y sus plantaciones de caña se tornaron obsoletos. 

Raúl Castro heredó de su hermano un feudo socialista colapsado en términos económicos e ideológicos. Ya no existe el subsidio soviético y el venezolano está en problemas. Las alternativas en busca de liquidez, como el comercio de profesionales, o las remesas familiares; las tiendas recaudadoras de divisas tampoco resuelven en algo el problema. 

Al igual que Constantino XI en su tiempo, Raúl Castro se afana en defender su reinado, y para ello ha prometido aperturas. También habla de reducir las plantillas laborales, pero el hermano parece torpedearlo diciendo lo contrario. Su esfuerzo por apuntalar la ciudad que se derrumba, tropieza con la voluntad de Fidel, dedicado a desviar la atención hacia temas internacionales que no son prioridad del país. Sus análisis sobre Haití, o la  situación económica de México, y sus predicciones sobre la guerra atómica que se avecina, nos recuerdan la Crisis de octubre, cuando el Comandante recomendara al Primer Ministro soviético, Nikita Jruschov, que lanzara el primer golpe atómico contra Estados Unidos.





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