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Anuencia, disidencia, y competencia
O la intoxicación del lenguaje

Rolando Morelli, Ph D

FILADELFIA, Pensilvania, agosto, www.cubanet.org -Comencemos por lo anecdótico: Ayer tarde me llamó Sandra —llamémosla así para no complicar las cosas—. Como no me hallaba en casa dejó un mensaje en el contestador telefónico. El mensaje dejado era sencillamente incomprensible. Lo único transparente, además de la obvia agitación que había en su voz, era una especie de alegato-demanda-solicitud a fin de que yo participara colocando mi firma al pie de un cierto documento, parte de una campaña que ella suscribía. Nada estaba claro, pero se cruzaban las referencias a favor de salvar las ballenas, los peces de un río, (para lo cual supe luego que habría que desviar las aguas de otro y privar a los granjeros de la zona de recursos hidráulicos), el álgido problema de la inmigración ilegal, la cuestión de los matrimonios entre parejas homosexuales y las elecciones generales del próximo noviembre, cuando el país elija nuevamente presidente, senadores y congresistas.

Cuando hablé al fin con ella por teléfono, encontré que el fárrago de ideas en su cabeza era tan abrumador como debía ser su atrincherada defensa a ultranza de varias causas que creía conocer mejor que nadie. Intenté explicarle en vano mi posición respecto a este conjunto de demandas, cada una de las cuales requiere por separado una consideración seria y a fondo. Como insistiera a su vez en convencerme y persuadirme de sumarme a la firma del documento en nombre de la justicia, intenté hacerle ver entre otras cosas por qué me parecía más importante detener el avance de unas fuerzas que se ocultan —no demasiado— tras las banderas del progresismo para hacer su Revolución con la que aspiran a dominar mediante el estado la vida de los individuos, lo cual de otro modo sería imposible dado que no existe un proletariado explotado y miserable al que echar mano.

Los avances sociales —según está más que demostrado— se logran, no con revoluciones desastrosas y dominadas por las ideologías, sino mediante la evolución de los individuos pertenecientes a una sociedad libre y abierta, como en la propia sociedad norteamericana ha venido ocurriendo. Naturalmente que no sólo no logré convencerla de la valía de mis argumentos, sino que me gané además el sambenito de retrógrado, reaccionario y no sé qué otras lindezas de que no me enteré pues terminé por colgarle el teléfono. A Sandra la conocí hace unos años cuando recién llegaba de Cuba, magullada y contusa emocionalmente hasta donde es posible imaginar como consecuencia de experiencias que poco a poco me fue revelando. Nos hicimos amigos. Se había casado con un colombiano naturalizado norteamericano al que conoció cuando éste visitó la isla en plan turístico, ilusionado con la idea de una Revolución y de un país a los que deseaba conocer de primera mano.

Al parecer Sandra y él se enamoraron a primera vista y decidieron casarse. Al regreso a los Estados Unidos, el flamante marido comenzó a gestionar la unificación familiar con su esposa cubana. Luego de innumerables trámites, gastos y sinsabores de toda especie, Sandra pudo al fin venir a los Estados Unidos. Éste es, en breve, el relato de los amores de Sandra y Paolo. El colombiano naturalizado norteamericano trabaja para un medio de prensa en español de propiedad mexicana y la convivencia con la cubanita Sandra le sirvió para desintoxicarse bastante de cierta empecinada utopía respecto a la Cuba de los Castro y asociados.

Sandra nada más tenía que abrir la boca y contar sus experiencias, mientras más aparentemente desprovistas de contenido político directo, mejor. El colombiano escuchaba a su mujer, de la que estaba enamoradísimo, y sacaba sus propias conclusiones. Al principio aún se empeñaba en emparejar tales experiencias a las de cualquier “latinoamericano” aunque él mismo no pareciera muy convencido de sus argumentos. Sandra entendía muy bien lo que había vivido, es decir, estaba clarísima de lo que significaba su experiencia. Aquello era simplemente una porquería. (Ella empleaba una palabra más categórica, redonda como una pedrada en medio de la frente).

Paolo entró en conflicto con sus propias entelequias, que eran las de sus compañeros y esto a la postre le costó discusiones y enfrentamientos los que a su vez tuvieron su costo en el plano laboral. Sandra y Paolo tuvieron una niña a la que llamaron Helena —nada de esos nombres estrambóticos inventados, que se utilizan en Cuba, se había prometido la madre—. Helena hoy tiene seis añitos y es una niña inteligente y dulce. Sandra y Paolo se divorciaron hace un año. Incompatibilidad de caracteres, fue la causa declarada y pactada para explicar la separación. Paolo es un magnífico padre y al parecer fue siempre un magnífico marido. Sandra ha tenido desde el momento mismo de la separación una retahíla de relaciones de sesgos diferentes y a veces desconcertantes. (Pareciera querer ganar tiempo al tiempo, desquitarse tal vez del tiempo perdido o que le hicieran perder respecto a su vida, como ella misma aseguraba a veces—). Según fuera el tenor de dichas relaciones buscaba mi aprobación o evitaba que yo pudiera saber del asunto.

Nunca me entrometí en su vida ni en sus decisiones, salvo que me consultara algún asunto, aunque siempre para acabar haciendo lo que mejor le pareciera. A veces desaparecía. De pronto. Por temporadas. ¿Se ocultaba? Luego llamaba inesperadamente con la intención de que nos reuniéramos como si nada hubiera pasado, y volvía a callar y a ocultarse, o poco menos. Recuerdo sus relatos acerca de las conversaciones telefónicas con su madre, residente en La Habana, que la exasperaban particularmente. «¿Cómo puede seguir defendiendo y justificando aquello? ¿Es que no puede pensar con cabeza propia?».

Por esto último me sorprendió tanto el tenor de su llamada, y haber encontrado luego lo que escribía en su página de Internet respecto a “su difícil experiencia americana”, desde “un punto de vista cubano, y progresista”  —según afirma— desgranando toda una sarta de lugares comunes y despropósitos seguramente aprendidos de oídas, contra “la derecha de este país” y “los republicanos responsables de todo género de desgracias”, etc, etc.  Como nota curiosa, me parece digno de apuntar aquí, que así como el ex marido colombiano de Sandra consiguió evolucionar en sus puntos de vista acerca de la realidad cubana mediante el cotejo de experiencias propias y las que procedían de su mujer, hasta llegar a una serie de conclusiones bien fundadas que contradecían en última instancia sus primeras impresiones y apreciaciones respecto al régimen de los Castro, a Sandra por el contrario le ha resultado prácticamente imposible deshacerse de las configuraciones ideológicas que son el resultado de su educación cubana, y que inconcientemente traslada, de manera mecánica y nada imaginativa, a su nueva realidad.

Ante la abrumadora circunstancia de su primera experiencia, Sandra lograba entender lo fundamental: que aquello no era bueno para nada. ¡Estaba clara! Habiendo crecido en Cuba, se hallaba en posesión de herramientas que pudo y supo utilizar para el desempeño que exigía el análisis de una realidad inmediata, opresiva y acuciante. Sin duda alguna, no se trató de una ecuación sencilla. Quizás la propia agudización de la crisis generalizada del castrismo jugó un papel catalítico de la mayor importancia y determinación en el proceso. Sin embargo, frente a una realidad completamente diferente, caracterizada por su  complejidad, rica en  matices y contrastes, Sandra se decanta ahora por aplicar a lo que la rodea, los moldes y procedimientos que le enseñaron allá acerca de “el imperialismo”, “el capitalismo salvaje”, “los republicanos”, y el sursum corda, y concede al presidente Obama (el más izquierdizante de cuantos presidentes hayan pasado por la Casa Blanca, con todo lo que ello conlleva) la presea de su aprobación absoluta.  
En los últimos tiempos, la experiencia de Sandra (o mejor dicho, mi experiencia a propósito de Sandra) no ha sido única. Ha habido otras que aquí soslayaré en aras de la concisión. Si me he servido de esta anécdota y de lo que ella tiene de instructivo, es para abordar a partir de la misma lo que me parece un fenómeno común a la experiencia totalitaria (de los cubanos en particular) según se manifiesta no sólo en quienes abrazan o han abrazado en algún momento los presupuestos ideológicos de tales regímenes, sino asimismo en quienes rechazándolos son víctimas inconscientes de la pedagogía de un régimen sofocante. Las esporas de esta siembra venéfica (sí, con v) resisten ocultas en los intersticios de la conciencia, y así que un clima favorable al ocio —tolerancia del medio o falta de cultivo de parte del individuo— se presenta en el horizonte, afloran y se apoderan de la conciencia crítica de quien antes se atreviera a pensar con cabeza propia cuando la realidad le hostilizaba. Como decía Orwell que bien debía saberlo, en su ensayo La prevención de la literatura, «Para ser corrompido por el totalitarismo no es preciso vivir en un país totalitario.”

Yo iría más lejos aún, sacando algo el pensamiento del autor inglés de sus naturales coordenadas. Con frecuencia el pensamiento totalitario se fragua y ejercita en el ambiente de amplia tolerancia que garantiza la democracia, sobre todo cuando los beneficios de la misma no se corresponden con los de una esmerada educación del pensamiento sustentada en los hechos de la historia humana. La escuela americana y los medios de prensa, radio y televisión de este país que por años dominaron la opinión pública estadounidense conformándola dentro de sus criterios y prejuicios, pueden ser objetivamente considerados los más encarnizados enemigos de la democracia, a la que subvierten con criterio muchas veces errado o malintencionado, en tanto precian “los avances” alcanzados por regímenes como el cubano, por no ir más lejos, o silencia el constante atropello a los derechos fundamentales de los cubanos por la tiranía de los Castro, a la vez que está dispuesta a rendir pleitesía al “líder máximo” como ha sucedido numerosas veces.
 
Los presupuestos de Sandra como los de muchos de los mismos disidentes cubanos enfrentados al régimen desde Cuba, se hallan intervenidos por el influjo —tal vez inevitable— de un modo único de concebir (no diré de pensar) impuesto por el peso muerto de más de medio siglo de tiranía y la acción indirecta añadida de la ideología comunista más o menos implementada en el mundo. Esta amalgama intoxicada al encontrarse con su correspondiente en el ambiente de tolerancia —e incluso de verdadera inconciencia— garantizado por la sociedad norteamericana, puede, y casi siempre logra, recuperar toda su efervescencia y aparente dinamismo.
Allá en Cuba, o fuera de ella, el vínculo de la lengua en común se manifiesta incluso a contracorriente. No se trata del español, ni siquiera del vernáculo de Cuba, sino de un lenguaje de afirmaciones y negaciones muchas veces insólitas, y siempre estridentes y categóricas.  Todo: la sintaxis, la gramática, el vocabulario, la imaginería misma de la disidencia cubana —tal y como ocurre con la prosa de Sandra— adolece de una falta de originalidad que se halla en la raíz misma del problema. Acaso no podría ser de otra manera.

Por ejemplo, emplean el plural cuando en realidad se expresan opiniones individuales, y el lector o escucha pierde la noción exacta entre el yo y el nosotros de que se trata. ¿Plural de modestia? ¿De mal entendida modestia? ¿Imitación del caudillo parapetado en un plural mayestático que pasa por ser un nosotros colectivista? Con frecuencia el empleo de verbos (la verborrea castrista-revolucionaria impuesta en la conciencia de los individuos) sepulta cualquier intención significativa. ¿Qué pueden decirnos realmente a quienes no vivimos o hayan vivido en Cuba, verbos y expresiones que se prodigan tales como “concientizar”, “procesar para” o “hacerle el proceso para el Partido”, “resolviendo otras cuestiones”, “puntualizando en todo momento que”, “se nos advirtió de que” “que se sometan a análisis estas cuestiones”, “la urgencia de emprender los cambios necesarios”. Ejemplos estos que tomo al azar, de artículos y declaraciones de periodistas independientes y personalidades de la disidencia en distintos medios y circunstancias.

Claro que ante tales manifestaciones de obsolescencia y oscuridad del lenguaje sería pertinente señalar la falla educativa de un régimen que se precia entre otras cosas de poseer uno de los sistemas y métodos educativos más eficaces y mejor dotados del mundo. Pero lo más importante seguiría siendo una cuestión más práctica e inmediata. ¿Por qué se expresan tan mal, tan paupérrima y lastimosamente un número considerable de los llamados disidentes, para no hablar de las Sandras que también son legión? Unos pocos entre los primeros —a quienes debería llamarse en propiedad opositores, pues el disidente apenas si se aparta algo en la forma de la doctrina a la que en definitiva sigue adscribiéndose— se distinguen precisamente de sus compañeros por la claridad meridiana de un pensar contrapuesto y sólidamente argumentado, en lugar del otro donde se prolonga la monserga seudo-revolucionaria. Son los menos. Un manojo de gente lúcida que no se deja arrinconar por los tópicos y lugares comunes que sofocan la expresión del cubano. Son ellos los que no caen en la trampa del lenguaje totalitario articulado desde el poder, y en consecuencia no sólo expresan mejor sus ideas, sino que de este modo se hacen entender con claridad y arrebatan a los alabarderos de la tiranía dentro y fuera de Cuba el dominio de la palabra cubana secuestrada por la llamada Revolución.

Pero la cuestión de fondo sigue siendo: ¿qué viene primero, el huevo o la gallina? ¿El pensamiento o el lenguaje? No es posible articular un lenguaje que socave las estructuras del régimen sin llegar antes por la vía del conocimiento del lenguaje mismo a un pensamiento verdaderamente original, que no se refiere al constante “descubrir el agua tibia”, “el Mediterráneo” o como mejor prefiera formularse, sino en primer lugar a una vuelta a la sensatez de la palabra. Abandonar los moldes de la retórica al uso para plantearse las cuestiones cotidianas. El remedio deberá pasar por leer y re-leer entre muchos otros a Octavio Paz y a aquellos pensadores incisivos de nuestra lengua, que ya antes transitaron muchas veces los senderos de la palabra aplicada al examen inteligente y minucioso del totalitarismo. Leer detenidamente el Manual del perfecto idiota latinoamericano de ese trío de prosistas elegantes, cultos y bien informados que conforman Carlos Alberto Montaner, Plinio Apuleyo Mendoza y Álvaro Vargas Llosa.

El caso de Sandra por el que empecé, es ilustrativo de cuan insidioso y persistente llega a ser el constante aprendizaje de un lenguaje intoxicado como revestimiento de conceptos igualmente tóxicos. La disidencia respecto a tal fórmula también se agota y no llega a ser bastante en sí misma, si no se busca con lúcida insistencia avanzar hasta lograr la competencia del lenguaje. Articular de manera clara y profunda el pensamiento es renunciar a la mera disidencia para constituir y articular una verdadera oposición al régimen, sin la cual todo vuelve a la anuencia respecto al poder y a los presupuestos de la opresión, bien se trate de Cuba, de los Estados Unidos o de la Europa democrática.

Lenin creía firmemente en la eficacia de un catecismo bolchevique temprano para hacer comunistas de toda la vida. La reiteración de un lenguaje y de unos presupuestos elementales a edad muy temprana tiene el efecto natural de enseñar un modo de ver del cual es harto difícil apartarse, pero una vez que se ha conseguido, el disidente no debe darse descanso. A pensar se aprende con palabras. ¡Otras palabras! Hay que sacudirse las fórmulas del pensamiento dogmático. Vigilarse las rutinas del pensamiento que éstas conllevan. «Sólo la verdad nos pondrá la toga viril» decía el gran educador cubano Luz y Caballero. ¿Dónde si no en la palabra hallar la verdad que nos libere de tópicos y otras tantísimas cadenas?




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