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Jubilar a los demonios

Miguel Iturria Savón

LA HABANA, Cuba, agosto (www.cubanet.org) - Escuché  hace unos días, en la Terminal de Ómnibus de La Habana, un viejo chiste sobre el ex presidente Fidel Castro, quien retornó a los medios informativos en las últimas semanas de julio, pese al deterioro de su salud, lo cual desató el arsenal de irreverencias de la gente sin historia, aunque la prensa oficial y los corresponsales acreditados en la isla solo reseñan las tragicómicas declaraciones del veterano comandante.

En el chiste, Fidel baja del infierno y recorre la isla, donde comprueba que nadie lo recuerda y que no existen estatuas, monumentos, plazas ni instituciones que evoquen su nombre ni su obra. Finalmente llega a la Biblioteca Nacional, y después de muchas búsquedas encuentra una enciclopedia que incluye su ficha: “Fidel Castro Ruz, dictador cubano de la época de los Van Van”.

Sólo en bromas escucho a veces el nombre de Fidel Castro y su hermano Raúl, designado como sucesor a mediados del año 2006. Hasta ahora, hay cierta proporción entre las burlas y el protagonismo mediático de los mandarines, cuyas figuras sobrepasan el imaginario popular, especialmente Fidel, empeñado en dar fe de vida y anunciar catástrofes internacionales, como si no viviera en la isla o le fuera imposible bajarse del limbo.

Los chistes certifican que ni el excesivo poder libera a estos personajes del choteo. En los ómnibus apenas son mencionados, pero en lugares públicos como parques, salas de espera y colas de centros comerciales basta una alusión a la realidad para desatar la descarga, principalmente entre jóvenes, cuyas irreverencias rompen los límites del respeto.

Atrapados en el tiempo de los Castro, con tanta propaganda sobre héroes, guerras, bloqueos, metas productivas, aniversarios históricos y promesas sociales, las personas sin agenda expresan sus opiniones mediante chistes y frases breves que desacralizan la retórica y confirman la desesperanza; como si las carencias y tensiones de la inmediatez, pusieran en primer plano los estrechos intereses y las pequeñas pasiones desterradas del discurso oficial.

Mientras más se empeña Fidel Castro en deslumbrar o desorientar a los cubanos como una lámpara de gas en medio de una cueva, más crece la indiferencia sobre su “legado histórico”. Los chistes suplen la “veneración” que le profesa el pueblo. Para muchos ya no es el Comandante, si no la Momia, el Fantasma, el Difunto, el Profeta de la guerra, el Demonio reaparecido, el Viejito cagalitroso, Chocholo, y el Doble.

Raúl Castro, menos histriónico y popular, no escapa del listado de demonios a jubilar, que incluye a Ramiro Valdés, a la triada de José Ramón (Balaguer, Machado y el gallego Fernández), Ricardo Alarcón (vocero de los “5 héroes”), y semidioses grises como Abelardo Colomé (alias el Furry), Casas Regueiro, Ulises del Toro (general Marabú), y otros uniformados que encabezan ministerios e integran el Buró Político del Partido Comunista.

Del pobre Raúl, de voz engolada, arrugas a granel y uniforme con estrellas, se dicen barbaridades que demuestran el cansancio de la mayoría, ajena a las pregonadas “expectativas de cambios” y a los slogans ideológicos de un sistema que agotó hasta la mística del disparate.   





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