Reinaldo Cosano Alén, Sindical Press
LA HABANA, Cuba, octubre (www.cubanet.org) - El anuncio de Raúl Castro acerca del despido de más de un millón de trabajadores, enquistados en la tela de araña burocrática estatal, y la decisión de abrir el banderín del trabajo a particulares, crea la ilusión de que la isla se encamina a una economía de mercado, alejada del pernicioso control del Estado.
Félix González, residente en Guanabo, no cree en cuentos de camino. Félix y su vecino Pablo conversaban sobre el tema. Tenían en sus manos el listado de oficios que el gobierno permitirá y leían, con la ayuda de la cerveza dominical. Sus carcajadas se escuchaban en la acera de enfrente.
La esposa de Félix, intrigada por las risotadas, se acercó a los hombres
-¿Qué pasa, viejo?
-Oye lo que dice aquí. Hay licencias para forradores de botones.
La esposa soltó también su carcajada.
-¿En qué época vivirá el que escribió eso? Está bien que haya esa oferta de empleo, pero, qué ridículo. Hace más de cincuenta años que nadie en Cuba usa ropa con botones forrados.
-Además, ¿de dónde sacarán la maquinita para forrar los botones? –intervino Pablo-, pero mira esta otra: desmochador de palmas.
-Imaginen que un guajiro tenga que pagar licencia y soportar un ejército de inspectores para que verifique cuántas pencas de palma desmochó, y cuántos racimos de palmiche cortó, en un país en que ya no quedan ni palmas. La tala acabó con ellas –expresó Félix. Pero este es el que nos conviene a nosotros:
carpintero. Preparamos una sierra con motor, tengo algunas herramientas: martillo, escofina, taladro, serrucho, trinchas; y como en este pueblo no hay carpinterías, haremos zafra reparando muebles, ventanas, puertas, y fabricándolos. Esto sí esta bueno.
Al otro día, Félix se fue a la casa de su futuro compañero de carpintería.
-Mira, compadre, lo que hablamos ayer no va, olvidalo. ¿De dónde vamos a sacar los clavos y la cola, que no aparecen ni en las misas espirituales? ¿Y los tornillos y la madera? Esto es una jodienda, porque el Estado no vende ni una astilla. Y no sé tú, pero lo que soy yo no voy a ir a tumbarla al monte, porque eso está prohibido. Vaya, mi hermano, la verdad es que no quiero ser cuentapropista.
Félix escuchó en silencio la perorata del amigo, y sentenció:
-Ni yo tampoco. |