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Encuevados

José Hugo Fernández

LA HABANA, Cuba, octubre (www.cubanet.org) - En el limbo de lo prohibido en que nuestros caciques han convertido a Cuba, las rejas mentales suelen resultar tan infranqueables como las de acero. Y aun más. 

Es el caso, entre tantos, de las cuevas de Bellamar, en la provincia de Matanzas, una de las más arraigadas y antiguas atracciones turísticas de la Isla. 

Por grotesco y absurdo que parezca el sistema de rejas que impide la entrada gratuita al lugar, bastará con acercarse en lo posible al Salón Gótico, que es la boca de la cueva, para descubrir que ese no es el único impedimento para el acceso.

El pasado viernes 8 de octubre, un grupo de 6 turistas nacionales intentó en vano que les fuese abierto el enrejado para visitar las cuevas de Bellamar (que en realidad es una sola cueva, no obstante el plural), pero no fue posible, no porque no estuviesen dispuestos a pagar el precio establecido, sino porque no completaban el número de visitantes que se exige rigurosamente para cada recorrido.  
   
El guía les explicó que si no eran 10, no podía permitirles el acceso. Sin embargo, el lugar estaba vacío, no había otros turistas que quisieran visitar la cueva y, claro, nadie era capaz de prever cuánto tiempo podría demorar el completamiento de la cifra requerida. De modo que aquellos visitantes decidieron reunir el dinero suficiente para pagar por la entrada de 10, aunque fuesen 6.

Un error de cálculo por parte suya. Las rejas mentales no se abren tan fácilmente. El guía volvió a explicar que aun cuando pagaran por los 4 que faltaban, no podría franquearles el acceso, ya que la orientación es que no deben entrar menos de 10. ¿Motivos? El único que expuso aquel pobre hombre es que están obligados a cumplir una directiva de la revolución energética, así dijo, literalmente.

Y cuando los visitantes insistieron, alegando que habían hecho un largo viaje, desde La Habana, sólo por el interés de visitar la cueva, el guía, visiblemente incómodo –quizá por no hallar respuestas lógicas- concluyó que no importaba de dónde vinieran.

Así que debieron regresar a su casa, sin conocer a derechas la razón por la cual los encuevados tras rejas mentales de Bellamar les habían echado a perder el día.

Por más ridículo que les pareciera, posiblemente pensaron que la medida tenía como fin ahorrar electricidad, partiendo del supuesto de que en verdad ahorren al encender las luces del interior de la cueva sólo para recibir un mínimo de 10 personas.

Pasaban por alto que a inicios de la segunda mitad del siglo XIX, cuando aún no existía la luz eléctrica, ni había transporte motor para trasladarse hasta aquella zona, Manuel Santos Parga, descubridor, dueño y primer empresario turístico de las cuevas de Bellamar, conducía ya a miles de visitantes por sus cámaras subterráneas, resplandecientes en su mayoría, pues las cubre una fina capa cristalina.

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