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De Hanoi a La Habana

Odelín Alfonso Torna (PD)

LA HABANA, Cuba, octubre (www.cubanet.org) - Bicicletas eléctricas, motocicletas, autos, calles impecables, edificaciones modernas, luminarias y todo tipo de artificio, propios del desarrollo que vive la ciudad de Hanoi, hemos visto en varios materiales televisados por el noticiero de la Televisión Cubana. Se trata de la capital de Vietnam, una ciudad que cumplió su primer milenio el pasado domingo 10 de octubre.  

Despojada del dominio francés por los guerrilleros del Vietminh, en 1945, al mando del líder revolucionario Ho Chi Minh, la prospera ciudad de Hanoi se proclamaba aliada de los soviets. De ahí salió, bajo el auspicio del Vietcong (Vietnam rojo), un Frente de Liberación Nacional que fue diseminándose en el Sur de Vietnam, territorio entonces bajo la doctrina pro-católica del régimen de Diêm.

Se conoce que tres presidentes norteamericanos y dos generales de ejército se aliaron a los vietnamitas del sur, dando origen a un conflicto bélico (1959-1975) que tuvo su clímax en 1964-66, con los bombardeos avalados por Lyndon B. Johnson y el senado norteamericano. Hanoi entró en otro período de destrucción. Aviones B-52 de la fuerza aérea norteamericana la dejaron parcialmente en escombros.

Treinta y cinco años han pasado desde aquella guerra en la que murieron más de dos millones de vietnamitas, alrededor de tres millones entre heridos y mutilados y con daños económicos aún incalculables. 

De alguna manera siempre nos vienen los contrastes a la mente, esa manía de situarnos al centro de extremos que andan a espaldas uno del otro. Veo a Hanoi tan lejos de La Habana y no precisamente por los más de 15 mil kilómetros que las separan. Mi capital es como un escenario de incursiones militares, sin cazabombarderos enemigos ni idólatras del tío Ho, donde los guerrilleros son la gente de a pie y las sacudidas telúricas vienen dictadas por sus gobernantes.

Después de ver la ciudad de Hanoi, a juzgar por las imágenes de la televisión, pareciera como si el comunismo se hubiese atorado en los cañones con el alto al fuego, decretado el 27 de enero de 1973. Patrimonio y arquitectura posmoderna se fusionan con una economía de mercado en ascenso, tanto en la esfera industrial como en los servicios.

Salvo la quema de La Habana, dirigida por el corsario francés Jacques de Sores, en 1555, la capital cubana no ha sufrido otro destrozo de peso. Ni siquiera las guerras de independencia, cuyo inicio coincide con el aniversario de la fundación de Hanoi (10 de octubre), y el ataque norteamericano por Playa Girón el 17 de abril de 1961, llegaron al perímetro capitalino.

Después de 1961, han sido la revolución y sus gobernantes los artífices de una invasión que nunca vino, de una confrontación bilateral que bajo la doctrina del embargo norteamericano ha acorralado con sus tropas todos los escenarios económicos, sociales o de disensión política. Y la capital de Cuba, sepia y vulnerable al tiempo y el abandono -sus peores enemigos-, carece de pertrechos para sus contiendas venideras.

El dictador Fulgencio Batista, promotor del desarrollo monumental de La Habana (1952-1959), fue sucedido por otro que en nombre de la “justicia social”, convierte en escombros todo lo que toca. 52 años de revolución y la arcilla y el cemento quedaron retenidos en los discursos. Los mismos autos y avenidas, las mismas edificaciones y el mismo arquitecto, despiden su duelo.

Reconocimiento para Hanoi y su dirección política-administrativa, que en nombre del “comunismo” y desde su renovación en 1986, ha prosperado. Su nivel de pobreza es hoy del 13,5 %, comparado con el 70% en 1975. El tío Ho despertaría orgulloso.

Reconocimiento también para La Habana -¿por qué no?-, que le ha dado a sus 2,5 millones de habitantes la posibilidad de sobrevivir al margen del Estado; y agrego, por ser la plataforma de donde parten los emigrantes que hoy nos sustentan económicamente. Prefiero que el “tío Fidel Castro”, cuando finalmente se vaya, no regrese y se quede tranquilito con sus delirios.

odelinalfonso@yahoo.com  



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