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Café sin aroma cultural

Víctor Manuel Domínguez, Sindical Press

LA HABANA, Cuba, octubre (www.cubanet.org) - Saborear un café  mientras surgían del libro esas colinas como elefantes blancos descritas por Hemingway, era posible en cualquier café literario de la capital. Hasta podías oír el Bolero de Ravel entre el humo que nacía del express, o dar Gracias a la vida a dúo con Violeta Parra prendida como un sueño al altavoz.

Pero la Empresa de Gastronomía y Comercio tiene que recaudar, y el Instituto Cubano del libro sólo tiene papel. Lo de “Ganado tengo el pan, hágase el verso”, era en los tiempos de Martí. Ahora es obligatorio cumplir un plan mensual de ventas, y esto no juega con la lectura de salón.

Las tertulias que realizaban el tercer viernes de cada mes Mario Martínez Sobrino y otros poetas invitados, en el Café G, fueron bautizadas como “La tortulia” por los gastronómicos que trabajan en el lugar.

Ante una realidad así, donde la lectura  pierde frente a la obligación de ganancia material, los cafés literarios no cumplen su misión. Un cuadro de Alphonse Mucha sobre un anaquel;  la imagen de un grupo de estudiantes debatiendo sobre Platón, o la de cualquier ciudadano reclinado sobre Madame Bovary, comienzan a desaparecer. En el Café G, la lectura de Veinte poemas de amor y una canción desesperada, cede ante la promoción de las cervezas Cacique y Mayabe, que se venden en moneda nacional.

El módico precio que se pagaba por un capuchino y unos pasteles que servían como entrante a la lectura, se multiplica en el obligatorio consumo de un muslo de pollo frito o un pan con jamón. Hasta los cuadros de José Luís Fariñas que armonizaban la lectura con el entorno visual, fueron borrados con una mano de pintura por no representar los intereses del vendedor.

De la música ni hablar. Ya Carlos Varela, Pablito Milanés y otros cantautores de culto en los cafés literarios de la capital, comienzan a desaparecer ante la avalancha de Los Cuatro, Gente de Zona y otros cultores del reggaetón.

El dinero, primero; la cultura; después. Esa es la fórmula  para permanecer en el local de un proyecto concebido para la literatura y otras manifestaciones culturales. De lo contrario, tienes que abandonarlo.

No estaban equivocados  los escépticos de café con leche y pan: Gastronomía y Cultura no son de un pájaro las dos alas. Si acaso, el hígado y el corazón. El café literario, “concebido en pro de favorecer espacios de reunión para los jóvenes (y no tan jóvenes) interesados no sólo en el disfrute de la cultura, sino en su apreciación y debate”, está llegando a su fin.

Tantas voces no podían estar equivocadas: De la mezcla del amor y el interés,  jamás se podrá obtener un café con aroma cultural.




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