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Monumento al maní

José Hugo Fernández

LA HABANA, Cuba, octubre (www.cubanet.org) -Hay dos cosas, únicamente dos, que no hemos perdido los cubanos en medio siglo de naufragio sin costas: la disposición jocosa y el maní como golosina callejera.

En el primer caso, la explicación del hecho, asombroso, radica en el hecho mismo. No perdimos la jocosidad porque en nosotros actúa como la respiración, es la prueba de que continuamos vivos, y es, al mismo tiempo, el recurso para no morir. 
Pero que no hayamos perdido el maní sí es verdad que constituye un enigma indescifrable.

En tiempos del bistec fabricado con hollejos de naranja y de la pizza con condones derretidos, era posible comprar maní tostado en las calles de La Habana. Cuando el boniato y la yuca se convirtieron en frutos exóticos, sobrevivió el maní. Una vez borrados por decreto todos los pregones de nuestra cultura popular, aun seguimos escuchando las voces furtivas de los maniseros.

Parece que a los rusos no les gusta el maní, porque cuando todo el producto de nuestra tierra (exiguo ya por entonces) volaba sin escala rumbo a sus mesas, sólo el maní consiguió demostrarnos lealtad a prueba de hecatombe patria. 

Me consta que en los inicios de los años noventa muchos habaneros trabajábamos durante todo el día sin que nos hubiese pasado por las tripas nada más que una barrita de turrón de maní. Qué coca, ni qué soya, ni qué jalea real… Que todavía estemos vivos (y sin haber perdido la sonrisa) demuestra no solamente la superioridad del maní entre los energéticos terrestres, sino también su invaluable capital como reserva del planeta para futuras catástrofes.

Casi tan milagroso como el propio maní es que nuestros expertos en experimentos tipo Frankenstein  no hayan reparado nunca en el dato (científico) de que con pequeñas ingestiones de esta oleaginosa el organismo humano obtiene casi la mitad de las 13 vitaminas que requiere para mantenerse en forma.

En tal caso, a estas alturas los centrales azucareros quizá serían tostaderos de maní y no almacenes de chatarra. En vez de alinearnos en contingentes parapoliciales disfrazados de constructores, nos alinearían en brigadas de manicultores. Y los campos donde floreció el marabú se hubiesen cubierto de matas de maní, las cuales parecen creadas a nuestra imagen y semejanza, ya que apenas requieren atención. Es tirar la semilla y del resto se encargan Dios y los ángeles.  

Por otro lado, si los caciques hubieran descubierto a tiempo el inigualable don de convocatoria que atesora cada grano de maní, es posible que en vez de utilizar esclavos de carne y hueso para la práctica del internacionalismo, habrían basado sus planes de propaganda en la exportación gratuita de maní acaramelado. Incluso, aunque parezca difícil, tal vez los socialistas del siglo XXI no se dedicarían hoy a vociferar amenazas, sino a cantar El Manisero, de Moisés Simons.

Iba a salir perdiendo el maní, precisado a multiplicarse en suelo yermo, pero el hombre nuevo dispondría al fin de una mejor provisión energética para resistir la miseria.

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