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Refugio antiatómico

Frank Correa (PD)

LA HABANA, Cuba, octubre (www.cubanet.org). La guerra nuclear profetizada  con ardor en los últimos tiempos por el Comandante en Jefe, y que tal vez termine con la raza humana,  no cogerá desprevenidos a los borrachos de Jaimanitas, quienes han encontrado en la vivienda de Crispín un excelente refugio.

El viejo Crispín, jubilado del sector de comercio minorista  luego de trabajar  cincuenta años como bodeguero, comenzó a vender ron de manufactura casera, cuando se dio cuenta que la pensión no le alcanzaba ni para mal morir. Instaló un serpentín en un tanque de aluminio en la cocina de su casa, y allí destila alcohol que, luego de convertido en ron matrero, vende a treinta pesos la botella.

Crispín se hizo de una clientela que crece día a día. La proximidad de la playa, la falta de opciones recreativas y el  desempleo,  propiciaron el florecimiento de su negocio, a los que se suma el terror  al golpe nuclear, razón que esgrimen los borrachos para  visitarlo con más frecuencia  y  llenar sus  botellas. Dicen que desean morir como vivieron; que no quieren estar sobrios cuando impacte la bomba.

Antes de que el Comandante anunciara la  guerra, Crispín montaba el serpentín una vez a la semana y el tanque le duraba varios días. Hoy el tanque se  agota en una jornada. Los clientes esperan en  la puerta a que el proceso termine para comprar, recién destilado, el mejor antídoto nuclear.

Un día coincidieron en casa de Crispín casi todos los curdonautas de Jaimanitas, sentados en las pocas sillas de la sala, en el piso y el portal, esperando que, al calor de la hoguera concluyera el goteo del néctar. Crispín alimentaba el fuego con leña fresca mientras disertaba sobre las terribles consecuencias de una guerra atómica, y la necesidad inaplazable de estar preparados. A cada rato soltaba la frase:
-Aquí están a salvo, muchachos.

Los borrachos escuchaban absortos sus palabras, mirando con insistencia  la boca del tubo por donde salía el líquido, como queriendo, con los ojos apurar el proceso, que no los salvaría de la debacle, pero les permitiría morir como habían vivido.   




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