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La muerte del maestro 

Adolfo Pablo Borrazá (PD)

LA HABANA, Cuba, noviembre (www.cubanet.org) - Cuando decidió ser maestro emergente, no sabía que estaba sellando el fin de su vida. La tristeza y la desgracia invadieron a todos. En un abrir y cerrar de ojos los padres contemplaron cómo su hijo se iba al otro lado. Ni siquiera pertenecer al Partido Comunista les dio la posibilidad de salvarlo.

Todo se inició la mañana en que la niña a quien el joven impartía clases, comentó sobre el maestro emergente. La pequeña dijo a sus padres: “Mi profesor de segundo grado “me toca y me besa”.

Inmediatamente los padres de la niña exigieron que se tomaran medidas contra el maestro. La dirección de la escuela lo cambió de aula, ya que el joven era un futuro prospecto docente. Pero los padres de la niña no se conformaron y llevaron el caso a los tribunales. Una vez allí, la fiscalía pidió prisión con internamiento, mientras que el abogado argumentaba que el maestro emergente era un joven íntegro y que sus padres, además de militares, eran militantes del Partido. El caso quedó inconcluso. Aun así, el joven fue llevado al Combinado del Este en espera de otro juicio.

Sus padres morían de vergüenza y pena. Sabían que su hijo era incapaz de hacer esas cosas, monstruosas, según dijeron. Sin embargo, las palabras de una niña de 10 años tienen peso y ellos estaban conscientes de ello.

Dos semanas fue lo que aguantó el futuro licenciado en la prisión. Consiguió una soga y se ahorcó. Tuvo más valor para enfrentar la muerte que la vida. Los padres de la niña alegan que lo hizo porque tenía culpa. A la niña la cambiaron de escuela por temor a otro incidente. 

Los padres del joven maestro  se volcaron a investigar el caso, pidieron la baja del Partido  e iniciaron una carrera de detectives privados. Averiguaron que los padres de la niña también eran militantes del PCC y vivían por encima del promedio nacional. Gracias a que el padre de la pequeña era delegado del Poder Popular en su zona, tenía contactos que le hacían la vida más fácil. También supo que la vida sexual era “algo rara”. Gustaban de intercambiar parejas y hacer tríos.

Un amigo de los padres del difunto les aconsejó que denunciaran el ambiente en había vivido la niña, y así lo hicieron. Pero como habían renunciado al partido, no tenían credibilidad, los miraban como contrarrevolucionarios y traidores. Nada pudieron hacer.

Un día se enteraron que la niña había denunciado a otro maestro por el mismo motivo: “Me tocó, me besó”. Otro individuo seria enjuiciado y condenado.

Lo que sí tenían claro era que su hijo fue inocente. La niña sufría de traumas sicológicos debido a la agitada vida sexual del delegado y su esposa.

¿Quién pagaría la vida de su hijo? ¿Quién devolvería la vida a aquel muchacho de 20 años que empezaba a enseñar y aprender a la vez? Lo peor de todo es que el miedo les impide hacer más. Se negaron a dar su nombre a este reportero por miedo a la represión.  

adolfo_pablo@yahoo.com





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