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Historia de amor

Leafar Pérez

LA HABANA, Cuba, noviembre (www.cubanet.org) - Me enamoré de la Habana gracias a mi padre, que cada fin de semana me llevaba a recorrer un barrio diferente. Ciudad que acaba de cumplir 491 años, en la que tuve la dicha de nacer.

“Voy pa’ la Habana”, dicen quienes viven en el interior del país. Esa misma frase la repite el residente en cualquier barrio de la periferia, más allá de la Virgen del Camino o la Rotonda de la ciudad deportiva. Porque la Habana es una y varias a la vez. Es la capital, pero a su vez, el corazón de la ciudad se encuentra entre el Barrio Chino y la Habana Vieja.

La ciudad se vive con su gente, con sus problemas y sinsabores cotidianos; también con sueños y esperanzas. La Habana se conoce por tramos: el  Capitolio,  La Rampa, el Paseo del Prado, la Calzada de Diez de octubre; sin excluir el malecón, ese muro serpenteante sobre el que se puede ver una familia tomando sol, una pareja de enamorados, y grupos de alborotadores jóvenes junto a vendedores de maní y caramelos de sabores dudosos.

Ciudad desafiante, quizás la única que crece hacia dentro. En cinco décadas, en el mismo espacio, su población ha aumentado un cien por ciento. Varias generaciones conviven en una sola vivienda, gracias a la barbacoa, invento de los orientales, y que se vuelven a dividir los espacios ya fragmentados, por la magia de la necesidad. Una urbe donde el cartel más popular es ¡Peligro, derrumbe!, y junto a autos de último modelo corren por las calles artilugios mecánicos de otros tiempos que, desarmándose a pedazos y expulsando humo por doquier, nos salvan a medias de la crisis del transporte público.

Duele ver cómo zonas enteras pobladas más de ruinas que de gente. Igual que los huecos en las calles, los  edificios apuntalados, las paredes descascaradas y la basura que se acumula en las esquinas. Lastima la imagen de los barrios marginales que el gobierno intenta ignorar y que la prensa califica de periféricos. Son las huellas de décadas de abandono que impiden a sus habitantes el cuidado de sus viviendas.  

A pesar de todo, La Habana fascina, y es, para el que llega por primera vez, difícil de olvidar. Historias, leyendas, cultura, música se entrelazan para proponernos una ciudad más noble que lucha por sobrevivir, que se mete en el corazón y te hace soñar.





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