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Coleccionistas

José Hugo Fernández

LA HABANA, Cuba, noviembre (www.cubanet.org) - Coleccionar opiniones parece ser ahora el deporte favorito de los caciques de Cuba. Una y otra vez convocan a las masas populares para que opinen en asambleas y reuniones acerca de los problemas que les agobian y sobre los cuales ya opinaron antes en otras reuniones, pero no aparecen respuestas, sólo nuevas convocatorias para incurrir en el machaqueo, como el cuento de la buena pipa.

En estos días parte el alma observar como la prensa oficialista trata de inventar el entusiasmo con el que, dicen ellos, la gente ha recibido la convocatoria para el sexto congreso del partido comunista, donde, dicen ellos, serán discutidas las bases de los acuerdos que al fin, dicen ellos, van a perfilar una serie de ajustes necesarios para el perfeccionamiento de nuestro, dicen ellos, socialismo.

La gente, por su lado, parece haber resuelto asumir este asunto de las reuniones como antes asumió el trabajo: fingen decir lo que piensan para facilitar que los caciques finjan que los escuchan y que toman nota dispuestos a buscar soluciones. Bien saben de antemano que una vez terminado el congreso, la vida seguirá igualita: los caciques coleccionando opiniones para la gaveta y ellos coleccionando insatisfacciones para el cuerpo y amarguras para el alma.

Ambos, sin embargo, tal vez estén pasando por alto, aunque cada cual de diferente manera, aquello de “tanto va el cántaro a la fuente hasta que se rompe”. 

Ahora mismo podría representar algo más que una mera coincidencia el incremento de la violencia pública que, según vox populi, se aprecia en La Habana. Incluso, los comentarios describen situaciones que en general no eran frecuentes aquí, como es el uso de armas de fuego por parte de casi todos los atracadores, quienes hasta hace muy poco apelaban sólo al machete y a la cabilla.

Con muy particular alarma se habla en las calles sobre asaltos a los ómnibus articulados, ese medio de transporte público al que seguimos llamando camellos.
De acuerdo con las bolas de marras, hombres encapuchados, casi siempre en parejas y armados con pistolas (como en las películas del sábado por la noche), están asaltando los camellos, en una acción que de ajustarse a lo que cuentan, no sólo indica máxima desesperación, sino una pavorosa decisión de los asaltantes ante la eventualidad de hacer correr la sangre en grande.

Hay que tener presente que en cada camello viaja una masa humana conformada por más de cien individuos, en hacinamiento, obstinada y con el ánimo a punto del reventón. La mayoría de esos pasajeros no lleva encima más riqueza que lo muy poco que poseen y por lo cual están dispuestos a jugarse el pellejo. Así que pretender asaltarlos, pistola en mano, es como entrar a un polvorín con un fósforo encendido.

Personalmente aún no he tenido la desgracia de asistir como testigo a ninguno de esos asaltos. Pero la insistencia de radio bemba apenas deja sitio para dudas. Y si la cosa es como se cuenta, más que un síntoma, bien podría constituir una señal de urgencia que a nuestros caciques, coleccionistas pasivos de opiniones, no les conviene guardar en la gaveta. En fin, allá ellos.  





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