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La otra cara del festival

Odelín Alfonso Torna (PD)

LA HABANA, Cuba, noviembre (www.cubanet.org) - Mientras esperaba a que mi hija terminara los ensayos del desfile de apertura por el XXII Festival Internacional de Ballet, en las afueras de la sala García Lorca del Gran Teatro de La Habana, alerté al ciudadano Jesús Inocente Mata Roque para que no recogiera latas de un tanque de basura. Hacía apenas unos minutos, en ese mismo lugar, vi a un policía multar a un anciano negro por igual proceder.

Al calor de la discusión entre el anciano y el policía, logre afinar mi oído y escuchar los argumentos emitidos por aquel leguleyo del orden. El guardia, un mulato joven, delgado y de mediana estatura, le decía al infractor que supuestamente violaba la ley –sin mencionar decreto alguno-, que estaba prohibido sacar basura (latas) de los depósitos y que sólo era permisible recoger las que están tiradas en calles o aceras. No pude entender aquello.

Tampoco tenía argumentos, si así lo quisiera, para explicarle a Inocente Mata Roque, vecino de Gloria número 11, entre Egido y Zulueta, en el municipio capitalino Centro Habana, el por qué de mi advertencia ante lo que se aprestaba a hacer. Pero como es sabido que vivimos en un eterno estado de emergencia, con situaciones y leyes emergentes, todo cabe, más cuando un festival  internacional exige edulcorar en sus perímetros la imagen de la revolución.

¿Esta multa se considera legal y el policía el más indicado para aplicarla?

Este incidente era sólo el preámbulo en la otra cara del festival. Coreógrafos del orden, también del desorden, se aprestaban a ultimar los detalles escenográficos para esa obra interminable de miseria que no se deja ver desde los palcos del poder ¿O quizá sí? ¿Son necesarios los arrestos y las multas preventivas, las advertencias y otras improvisaciones represivas y circunstanciales?

Es triste ver en escena a prostitutas sin satín que interpretan su propia versión de Romeo y Julieta, a oscuras, desnudas y en puntillas de pie, en busca de unos dólares para sobrevivir; o aquellos quijotes y espartanos que cambian cisnes por latas desechables de cerveza. No debe permitirse, bajo ningún concepto, que en las jornadas del festival salgan del camerino aquellos indigentes que la dictadura del proletariado decía haber eliminado de una vez y por todas. El gobierno teme que las delegaciones extranjeras vean  en las calles eso que dicen que no existe.

En cuanto a seguridad, ¿tendrían por qué preocuparse el American Ballet Theatre o el Royal Ballet de Londres? Claro que no, en Cuba sobran butacas en las cárceles para esas “primeras figuras delictivas”, sin más ovación que la del cerrojo y los conteos de galera.

La otra cara del festival nos propone una ciudad tranquila, temporalmente estéril y necesariamente custodiada, una muestra que culminó con el cierre del telón en la jornada de clausura.

Diez días de Festival Internacional de Ballet  y la inmundicia se repliega, mientras vendedores, proxenetas y buquenques acuartelados, afinan sus zapatillas para el ejercicio del “sálvese quien pueda”.

En lo personal, así también lo recoge la crítica especializada; el XXII Festival Internacional de Ballet de La Habana fue una de las ediciones de mayor alcance en participación y talento artístico. Meritorio, el trabajo y dedicación del Ballet Nacional de Cuba, una de las mejores cátedras del mundo.

Cerradas y las cortinas del García Lorca, volverá la ópera siempre inédita de quienes sobreviven en las calles. También ese gran teatro de los policías donde Jesús Inocente Mata Roque suele recoger las latas de la basura sin temor a ser requerido.

odelinalfonso@yahoo.com





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