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Durmiendo con el enemigo

José Hugo Fernández

LA HABANA, Cuba, noviembre (www.cubanet.org) - Que la vida está en otra parte es algo que sabemos los cubanos desde hace largo tiempo. A pesar de que algunos nos aferramos a la determinación de vivir en la Isla, por razones que no siempre resultan convincentes ni para nosotros mismos.  

En cualquier caso, el sitio que cada cual elige para establecer su residencia, así como todo lo que haga durante el leve transcurrir sobre la tierra, pertenece (o debiera pertenecer) al dominio de sus reverendísimas ganas. Claro, siempre que hagamos valer esas ganas sin atropellar el derecho de nuestros semejantes.

Y es precisamente tal actitud desconsiderada la que tipifica hoy a una nutrida recua de paisanos: artistas, intelectuales, hijos de papá, hombres de éxito residentes en el exterior, pero sin abandonar las filas de nuestra izquierda bistec.

Han plantado su quinta en las afueras, como los antiguos oligarcas coloniales, para distanciarse de la chusma y del estropicio y la miseria, pero conservan su complicidad pública y manifiesta con el régimen. Y no sólo. También les hacen la tarea como propagandistas en el extranjero. Y para colmo, intentan posar ante nuestros ojos como humildes patriotas revolucionarios apegados al pueblo.

Se trata de un ejercicio de doble moral y de una carencia de escrúpulos ante los que se hubiesen ruborizado los mismísimos colonos esclavistas del siglo XIX. 

No es posible nombrarlos a todos porque son demasiados. Además, la lista continúa aumentando casi a diario. Incluso, se da el caso de que no pocos entre ellos ocultan el detalle públicamente. Sólo quienes los conocen, o conocen a alguien que los conoce, saben que ya no viven en Cuba, por más que no dejen de aparecer frecuentemente en los programas de la televisión ni nos libremos de escucharles declarar su fidelidad al régimen, mientras dicen estar convencidos de que otro mundo es posible al margen del capitalismo feroz. 

Es la metamorfosis del nuevo pícaro criollo, que al parecer se moderniza, abandonando su antiguo talante de perdedor apaleado pero siempre fiel a su origen, para invertir los términos, devenido hoy amo de nadie y ciervo de su impudicia. 
 
Su regla de oro es la de las hienas. A la luz del día son amigos de sus iguales. Pero en cuanto oscurece, se arriman al cubil del enemigo: única garantía de supervivencia. 

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