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Servicio de recogida

Gladys Linares

LA HABANA, Cuba, noviembre (www.cubanet.org) - Enrique es un anciano minusválido que vive en Lawton. El miércoles de la pasada semana tenía consulta en el hospital Oncológico, y decidió llamar un “taxi de recogida para hospitales”.

Aunque había oído a más de uno quejarse de este servicio, pensó que estaban exagerando. Ese día, su esposa comenzó a llamar al taxi a las seis de la mañana. A las siete comunicó, y la operadora le dijo que estuvieran listos. Le dieron el teléfono de reclamaciones por si acaso el taxi no llegaba en una hora. Pasó una hora, pasaron dos, y por más que marcó el número que le dieron, no logró comunicar.

A las cuatro horas llegó el taxi. Enrique le pidió al chofer que se apurara, pues necesitaba estar en el hospital antes de las doce del día.

-Da tiempo – dijo el chofer – solamente tengo que recoger cerca de aquí a otro cliente que va para el Fructuoso Rodríguez.

Dicho esto, llamó a la planta para confirmar la dirección, y preguntando aquí y allá, logró llegar. Cuando tocó el claxon, salió un hombre pasado de peso y les pidió esperar por su mamá unos minutos. Cuando la esposa de Enrique vio salir a aquella señora obesa, con un brazo y el hombro enyesados, preguntó:

-¿Cabremos todos aquí?

-Sí, sí – dijo el chofer –, nada más tienen que apretarse un poquito.

En el transcurso del viaje, uno de los pasajeros preguntó:

-¿Estos carros solamente brindan servicio a hospitales?

El chofer explicó que el carro era arrendado.

-Todos los días le pago al Estado 130 pesos para sacar el carro con veinte litros de gasolina, y con eso tengo que trabajar siete horas y veinte minutos recogiendo a personas como ustedes, que van a los hospitales. Después, compro la gasolina y trabajo por mi cuenta. Y si se me rompe el carro tengo que pagar el arreglo.

Cuando Enrique y su esposa llegaron al hospital, la consulta había terminado. No pudieron ver al médico, perdieron quince pesos en el taxi, y lo peor es que no tenían a quién reclamarle. Más deprimidos que resignados, tomaron rumbo a la piquera, para vivir la pesadilla del regreso a casa.





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